29 julio 2015 (27.07.15)
Maixabel
Lasa: «'Prefiero ser la viuda de Juan Mari que ser tu madre', le dije al preso
que mató a mi marido»
“No puedes seguir toda la vida siendo
una víctima, por ti misma y por los que están a tu alrededor”, asegura la viuda
de Juan Mari Jáuregui, exgobernador civil de Gipuzkoa asesinado por ETA hace
quince años
Hace quince años ETA mató a Juan
Mari Jáuregui. El 29 de julio del año 2000 el socialista y exgobernador de
Gipuzkoa fue asesinado a tiros en un céntrico bar de Tolosa. Su viuda, Maixabel
Lasa (Legorreta, 1951) recuerda los últimos momentos junto a su marido y repasa
estos quince años de ausencia. Le echa de menos y lamenta «todas las vivencias
que se ha perdido». Directora de la
Oficina de Víctimas del Gobierno Vasco durante diez años, ‘la
india’, como le llamaba cariñosamente su marido, habla del pasado y mira al
futuro con optimismo pese a que, admite, todavía queda mucho camino por
recorrer en materia de paz y convivencia. Reconoce que en este tiempo sin Juan
Mari ha pasado toda una generación de vascos que no vivirá en directo el dolor
del terrorismo. Aunque, eso sí, «no podemos olvidarlo, es importante mantener
la memoria de lo ocurrido».
Ayer, como cada uno de estos últimos quince años,
Maixabel Lasa y su familia recordaron a Juan Mari en la intimidad con una
excursión al monolito de Burnigurutzeta que sus amigos levantaron en su
memoria.
–¿Cómo
afronta un año más una fecha tan dolorosa?
–Como puedo y como lo que es: quince años sin él.
Intentando llevarlo de la mejor manera posible. Son días raros...
–¿Quince años
después la mochila del dolor es menos pesada?
–Sí. Cuando mataron a Juan Mari me
atendieron psicólogos que me enseñaron que era necesario curarse. No puedes
seguir toda la vida siendo una víctima, por ti misma y por los que están a tu
alrededor. Así como las heridas físicas se sanan, las psicológicas también
deberían. Pero sin olvidarle, por supuesto.
–No le
importa confesar que recuerda a su marido todos los días. ¿Le echa de menos?
–Mucho. Y según van pasando los
años más. Siento envidia sana cuando veo a gente de mi edad, cómo viven en
pareja otra vez, con los hijos ya crecidos y encarrilados. Echo de menos a mi
amigo y a mi compañero.
Los últimos momentos con Juan Mari
los recuerda como si fuera ayer. Él había quedado en Tolosa para comer con un
amigo, el periodista Jaime Otamendi, pero Maixabel no le acompañó porque por la
noche le tocaba preparar en la sociedad la cena de cuadrilla. «Algo sospechaba.
Cuando por la mañana le abrí la puerta del garaje me dijo: Maixabel he soñado
que me matan». Cuenta que sintió un escalofrío y le dijo que no pensara esas
cosas. Y se fue. «Luego me llamó por teléfono y quedamos para ir a comprar un
par de camisas porque la semana siguiente se volvía a Chile. Al rato sonó el
teléfono. No habían pasado ni dos horas. Era mi hermano y me dijo que no
saliera de casa. Entonces lo supe...». Lo demás es muy difuso; el hospital, la
gente, su hija que estaba en fiestas de Leitza con sus amigas. Tenía 19 años.
Ya estaba en la universidad, en Huelva.
–Cuando hace
dos años declaró que se tomaría un café con los asesinos de Juan Mari muchos no
la entendieron.
–Y yo entiendo que no todas las
víctimas estén en la misma disposición. Pero creo en la reinserción y en que lo
importante no es que los presos salgan a la calle, sino cómo salen. Cuando una
persona hace un recorrido autocrítico de su trayectoria en ETA y se da cuenta
de las barbaridades que ha cometido y el sufrimiento que ha generado, y está
dispuesta a participar en la reparación, en esa deuda, desde mi punto de vista
esa persona tiene un valor importantísimo. Ha sido capaz de enfrentarse a la
organización. Y por ese motivo ha sido tachado de traidor. Creo que es algo
positivo. Esa gente puede hacer algo bueno en la sociedad, sobre todo con los
jóvenes. Explicarles por qué han hecho esas barbaridades y que están
arrepentidos.
–Usted sintió
la necesidad de reunirse con los asesinos, Luis Carrasco e Ibon Etxezarreta.
¿Por qué?
–Fueron los presos quienes me lo
pidieron a través de los llamados encuentros restaurativos entre reclusos y
víctimas. Estuve más de tres horas charlando con Carrasco. Yo estaba tranquila,
pero él no. Tenía la autoestima por los suelos. Carrasco me pidió perdón. Es
que muchos necesitan hablar y disculparse. ¿Y por qué no puedo tomar un café
con alguien que me pide perdón?
–¿Y ha sido
capaz de perdonar a esas personas?
–No sé si la palabra perdonar es la
correcta. Les he dado una segunda oportunidad. Porque me di cuenta de que eran
personas que cumplían órdenes y que no sabían ni a quién iban a matar. De Juan
Mari solo sabían que era él gobernador civil de Gipuzkoa. Nada más. No sabían
que había estado en la cárcel en la época de Franco por luchar por las
libertades...
Cuando Maixabel se enfrentó en
prisión al asesino de su marido le cosió a preguntas: si conocía a Juan Mari,
si sabía algo de su trayectoria política, o de su vida... Carrasco no paraba de
decirle que se sentía una mala persona. Ella le dijo que era valiente por
enfrentarse a ETA y que si era capaz de reconocer las atrocidades que había
cometido debía sentirse orgulloso. “Enfrentarme a él no me quitó ni un minuto
de sueño, de verdad. Yo iba con la conciencia tranquilísima”, asegura. Le dijo
que prefería ser “la viuda de Juan Mari que ser su madre”, y esto dejó muy “tocado”
al etarra y le hizo recapacitar, asegura.
Lasa ha militado en política desde
muy joven. Comenzó en el Partido Comunista. Junto a su marido. Recuerda cuando
iba con Juan Mari a concentraciones contra los asesinatos de ETA a guardia
civiles. “Nos poníamos en las plazas de los pueblos con la pancarta. La gente
no quería vernos, cerraba las ventanas. Una soledad total. Mataban a esa gente
y sus viudas se marchaban a escondidas, como si hubieran hecho algo malo.
Solas, sin nada y con unos hijos a los que criar. ¡Qué tiempos, qué horror!”,
se lamenta. Porque ella sí se sintió arropada por las instituciones, por los
compañeros, con apoyo psicológico y ayudas económicas.
–Sin embargo,
muchas víctimas han admitido sentirse abandonadas por las instituciones.
–Es verdad. Los años 70, 80 y 90
fueron horribles. Los peores en este sentido. Salvo en situaciones en las que
sí hubo más arropamiento por tratarse de una persona muy destacada, el resto de
víctimas de ETA sufría un abandono total. No solo de las instituciones, también
de los vecinos, de los ciudadanos de a pie. Y además, en esa época siempre se buscaba
una justificación: ‘algo habrá hecho’, ‘por algo le habrán matado’... Personas
destrozadas y muchas veces, además, con complejo de culpabilidad.
–Esta
situación luego fue cambiando...
–Sí, sí... Sobre todo por el
trabajo inmenso que Gesto por la
Paz hizo en su día y ha seguido haciendo todos estos años.
Fueron capaces de concienciar y de movilizar a una gran parte de la sociedad.
–¿Como
gobernador civil qué postura adoptaba frente a ETA?
–En los últimos años Juan Mari
decía que había que terminar rápidamente con ETA porque estaba entrando gente
muy joven que no tenía ni idea de lo que había pasado ni lo que pasaba en este
país. Gente fanatizada, decía él. Era una de sus obsesiones. Nadie me lo ha
dicho, pero en mi fuero interno pienso que Juan Mari era un estorbo para la
dirección de ETA y se lo limpiaron, lo quitaron de en medio. Así de claro.
–Usted
defiende que su marido también luchó por los derechos de los presos.
–Sí. Hizo mucho. De entrada, su
primer discurso cuando se estrenó en el cargo lo hizo en euskera. Y una de las
primeras cosas que hizo fue cerrar la cárcel del Antiguo, un cuartel de la Guardia Civil con
una pequeña cárcel que debía de estar en unas condiciones infrahumanas. Y si
los familiares de algún detenido solicitaban reunirse con el gobernador por
presuntos casos de tortura, él investigaba hasta las últimas consecuencias.
Juan Mari también intervino en el esclarecimiento de los asesinatos de Lasa y
Zabala.
–De hecho,
tuvo que declarar entonces en la Audiencia Nacional.
–Recuerdo lo satisfecho que vino de
Madrid pensando que había hecho algo muy importante. Había posibilitado de
alguna manera implicar al coronel Rodríguez Galindo, denunciado por casos de
tortura como el de Lasa y Zabala y otros más en el cuartel donostiarra de Intxaurrondo.
Le debió lanzar una mirada de esas que matan. Y me vino diciendo: ‘Maixabel, no
sé quién me va a matar si ETA o Galindo’.
Maixabel Lasa aprendió enseguida
que con odio no se puede vivir. Confiesa que tiene sus altibajos, pero que ha
intentado superar el dolor para seguir viviendo, por su hija. Porque siente que
“el dolor es mucho más fuerte que el odio”. “Y no es bueno retroalimentarse en
el dolor. Es malo para la salud de uno mismo y de los demás. Hay que salir de
esa espiral para poder vivir”, asegura. A Maixabel, que desde hace más de un
año afronta su nueva vida “de jubilada” tras diez años en la Dirección de Atención a
las Víctimas del Gobierno Vasco, no le importa confesar que cuando mira al
cielo y ve la estela que dejan los aviones piensa en las idas y venidas de su
marido, que antes de morir vivía entre Legorreta y Chile. “Y entonces siento
como un pinchazo”, reconoce.
–¿Cuánto ha
perdido Juan Mari Jáuregui en estos quince años?
–Muchísimo. No ha visto a su hija convertida en una
mujer con estudios, casada, trabajadora. No le han dejado conocer a sus dos
nietas, Nerea y Leire. Una pena. No ha conocido muchísimas cosas que han
sucedido en la sociedad en todos estos años. Por eso es tan importante la
memoria, no olvidarnos. Es algo crucial. Tiene que quedar constancia de lo
ocurrido. Sobre todo para que no se repita. Pero insisto: es necesario recordar
el pasado sin rencor y que haya un relato o varios relatos. Yo ya me encargaré
de que mis nietas sepan qué le pasó a su aitona.
–¿Sigue
existiendo reticencia en la izquierda abertzale a reconocer ese dolor causado?
–Sí, y mientras no lo admitan no
van a ser creíbles. Me parece que es de cajón reconocer cuando has hecho una
cosa mal. Son muchos los que han amparado el terrorismo de ETA, lo han aplaudido
y lo han defendido en los juicios... Eso sí, desde sus despachos y sin
mancharse las manos.
–¿Cómo es su
vida en Legorreta, donde se cruza día a día con gente de la izquierda
abertzale?
–No tengo ningún problema.
Simplemente convivimos, y cada uno sabemos en qué lugar está el otro. Yo hago
una vida normal; sigo yendo al monte, como lo hacía con mi marido desde que
éramos jóvenes, cuido de mis nietas, ceno con mi cuadrilla en la sociedad...