29 mayo 2021
Cristina, víctima que
perdió a su hermana: «Nos vieron jugando y nos mataron»
El 29 de mayo de 1991
ETA mató a 10 personas, cinco de ellas menores, en la casa cuartel de Vic.
Nunca hubo una
manifestación contra el terrorismo en la ciudad y se tardó 18 años en poner una
pequeña placa
Un barullo de niños juega en el patio, una U rodeada de
paredes excepto en una parte, esa abertura por donde vendrá la muerte. Son las
siete de la tarde y la casa cuartel es un experimento de vida cotidiana,
adultos en los pisos o charlando abajo, adolescentes a su bola y niños voceando
fútbol y rayuelas o cuchicheando la aventura de la infancia. El patio es un
recreo.
Unas horas antes, a mediodía, tres tipos se han acercado al
lugar. Tienen un R-11 con 216 kilos de amonal. Quieren deslizar el coche por
una rampa que lo llevará al patio. Pero a mediodía la puerta está cerrada.
Llevan días vigilando este edificio donde viven 14 familias con 22 niños y
saben que algunas tardes el portón está abierto.
Y entonces deciden volver. A las siete de la tarde.
A las 19.05 horas, Cristina está jugando con Isabel pero se
hace pis y se aleja del patio para subir a casa de su amiga. Aún no sabe que no
le dará tiempo. Un coche, sin conductor, está entrando en el patio y una madre
grita a todos los niños que se aparten. «¡Un coche, fuera, fuera!».
Es la muerte bajando lenta para matar rápido.
«Se oyó un estruendo. Había humo y polvo. Fui a buscar a
mis hermanos pequeños y me cayó encima una cornisa o un ladrillo. Un señor nos
sacó pero Vanesa no venía... Lo recuerdo como si fuera hoy. Me acuerdo de que
hasta se me cortó el pis».
Cristina Ruiz Lara tenía 7 años y es la niña desconcertada
del fondo de la foto más icónica del atentado de Vic. Cristina Ruiz Lara es hoy
es una adulta de 37 años con un duelo de niñez detenida desde aquel día.
Aquel 29 de mayo de 1991.
Hoy se cumplen 30 años del ataque a los habitantes de la
casa cuartel de la
Guardia Civil de Vic (Barcelona), uno de los viles vómitos de
ETA, empeñada en socializar el terror.
Jon Félix Erezuma, Joan Carles Monteagudo y Juan José
Zubieta prepararon un coche-bomba, lo deslizaron hasta la casa cuartel y
accionaron un detonador. La explosión destrozó a varias víctimas y derribó el
inmueble, una montonera de escombros, vigas, hierros, muebles y tuberías que
aplastó a otras tantas.
El parte de aquel atentado fue el del crimen contra una
humanidad: 10 muertos y 44 heridos. ETA mató a Juan Salas (guardia civil, 48
años), Baudilia Duque (su suegra, 78), Juan Chincoa (guardia civil, 30 años),
Nuria Ribó (trabajadora textil y mujer de Chincoa, 21), Francisco Cipriano
(estudiante, 17 años), Rosa María Rosas (14), Vanesa Ruiz Lara (11), Ana
Cristina Porras (10) y Pilar Quesada (8). Y a Ramón Mayo, un guardia civil
atropellado por una ambulancia mientras ayudaba en el rescate.
Eso podría haberle pasado a Joaquim, el cuñado de Juan
Chincoa y de Nuria Ribó, que trepó por los escombros en cuanto llegó al
infierno. «Sabía dónde vivían ‘Chinqui’, Nuria y la niña, aunque su piso ya no
existía. Subí por los escombros mientras me gritaban que era peligroso».
-¿Y por qué hiciste eso?
- Porque quería rescatarlos y oí un llanto. Vi un armario y
allí estaba mi sobrina, ilesa. Los padres no tuvieron tiempo de meterla, fue
ella, que voló hacia adentro del armario porque pesaba menos que ellos, que
cayeron con el edificio. La niña estaba con el chupete puesto. La cogí, bajé
por los escombros y me la llevé al hospital.
Y allí Joaquim fue poniéndole dignidad a los cadáveres que
iban llegando. «Fui arreglando los cuerpos para que los familiares los vieran.
Sigo trabajando en la funeraria y vivo la muerte a diario, pero aquella era
diferente. Aquella era arrebatada y duele. Con el tiempo pierdes la ira, pero
aún duele ver que se es capaz de asesinar por nada y creer que se hace un
bien».
Joaquim Berrocal sigue casado con la hermana de Nuria,
Ángels Ribó, una sanitaria de UCI que también conoce la muerte. Ángels y
Joaquim tenían dos hijos pero desde aquel día son tres: Anna, la niña del
chupete.
- Ángels, ¿cómo ha sido tu vida?
- Parece que haya pasado una película triste. Me quedé
bloqueada y al cabo de un tiempo pensé: ‘Tuviste una hermana’. A Nuria le
gustaba peinarme. Aquel día nos habíamos visto a las cinco. Le dije que viniera
pero me dijo que se quedaba en la casa cuartel porque ‘Chinqui’ tenía fiesta.
Llevaba unos tejanos y un jersey fucsia... Por eso los identificaron. Algo así
te cambia la vida y el pensamiento. Puedes matar por ira, pero si planeas la
muerte 100 veces, te lo puedes pensar 100 veces. ¿Por qué no murieron los
etarras antes de matar a los niños?
Porque «prepararon de forma calculada, fría y persistente
el brutal, sú- bito y fulgurante ataque sin riesgo para ellos y con total
indefensión para las víctimas». Lo escribió Ángela Murillo, la jueza que
condenó a 1.311 años a Zubieta, el único superviviente del comando, que habría
de pasar 22 años en prisión (salió el 22 de noviembre de 2013) al beneficiarse
de la abolición de la doctrina Parot. «Estaba altanero y chulesco. El atentado
era parte de una estrategia de mala calaña de ETA: cuántas más víctimas, mejor.
Por eso puse ahínco en relatar la escena y mostrar que había captado lo que
pasó».
La sentencia, en 13 palabras: «Cuando en el patio del
cuartel había varios niños distraídos en sus juegos...».
Al día siguiente del atentado, la Guardia Civil
localizó a los tres etarras. Según la versión oficial, Erezuma y Monteagudo
respondieron a los agentes y fueron tiroteados. Murieron luego en el hospital.
Zubieta, oculto bajo una furgoneta, se entregó.
«Estaba cagado de miedo», dice José María Fuster, acusador
popular en el juicio. «Los simpatizantes de ETA miraban con odio, ponían los
dedos en forma de pistola y hacían gestos de tomar nota cuando decías algo».
En su alegato final, Zubieta dijo: «Los guardias civiles
usan a los niños como escudos humanos».
- ¿A qué jugabais, Cristina?
- No me acuerdo, pero a Vanesa y a mí nos gustaba bailar la
lambada. Cristina está en Lorca, a 707 kilómetros de
distancia y un instante de tiempo de Vic. Porque Cristina Ruiz Lara hace 20
años que vive aquí pero 30 que sigue allí. «Aquel día, físicamente volví a
nacer, pero interiormente me fui con mi hermana».
Vanesa Ruiz era la mayor de cuatro hermanos y tenía 11 años
el día que ETA decidió que dejara de cumplir años. Cristina tenía 7, Oscar 5 y
Sergio 4. No eran hijos de guardia civil, sino amigos de hijos de guardia
civil. Por eso un día jugaban en el parque y otro en el cuartel. Vanesa Ruiz
era amiga de Ana Porras y Cristina Ruiz era amiga de Isabel Porras. Dos
hermanas amigas de dos hermanas. A las dos primeras las mató ETA. A las dos
segundas... un poco también.
- Cristina, ¿por qué te salvaste?
- No lo sé. Me quitaron la mitad de mi vida. Yo siempre
estaba con ella, pero en aquel momento...
–¿Hasta dónde vive Vanesa en ti?
-Mi mente, cada día, está allí. Y si oigo un ruido fuerte
me viene el atentado. Necesito poner los vídeos de Vanesa, ver que se mueve.
Igual me tomas por loca, pero por las noches miro su foto y le pido que me
ayude, que proteja a mis hijos, Rafael y Vanesa. Ella es mi Dios. Ella es todo.
– Uno de los culpables ya cumplió condena y está en
libertad. Si la vida os cruzara, ¿qué pasaría?
- Igual se me iría la cabeza... Pero ¿qué lograría yo? No
me devolvería a mi hermana. Tampoco me serviría perdonarlos. Ellos nos vieron
jugar y nos mataron. Mataron por gusto.
- ¿Has vuelto a Vic?
– Sí. Al cementerio de mi hermana. Y al solar. Vic lo
recuerda como algo trágico, pero tira para adelante.
-Y tú, ¿tiras para adelante?
- Sí, por mis hijos. Pero, mira, si ella pudiera volver y
cuidarlos, yo me cambiaría por ella.
Opinión:
Ha sido un honor poner en contacto a Rafael con Cristina para hacer la
entrevista y, muy especialmente, para seguir apreciando cómo aquellos niños y
niñas que vieron su vida destrozada por culpa de los asesinos etarras, han
crecido con unos valores y una dignidad que nada ni nadie podrá cambiar.
Haber iniciado la asistencia a tantas familias que son
muestra de una enorme humanidad me hace ver que, pese a mínimas excepciones, en
el colectivo de víctimas del terrorismo hay excelentes seres humanos que hemos
aprendido a vivir con lo ocurrido y trabajar para que nadie más vuelva a sufrir
como nosotros. O al menos, lo intentaremos mientras nos dejen.