26 diciembre 2022
«Acababan de disparar a mi padre, iba al hospital y el taxista se alegraba»
40 aniversario. Abel recuerda a su padre, César Uceda, músico militar, concertino de flauta y flautín en la Sinfónica, asesinado por ETA en Bilbao
Abel Uceda escuchó en la radio que había habido un atentado en la calle Huertas de la Villa y supo de inmediato que la víctima era su padre. Aquella certeza fatal que recorrió su cuerpo no tardó en confirmarse. Llamó un taxi para ir al hospital de Basurto, donde el músico militar César Uceda había sido trasladado tras recibir seis balazos, dos de ellos en el pecho y cuatro en el brazo. Estaba muy grave pero estaba vivo. El conductor encendió la radio y todas las emisoras estaban dando cuenta del atentado de ETA contra un militar en el centro de Bilbao. «¡Un hijo de puta menos! ¡Hijos de puta! Malas personas, unos cabrones estos militares», bramó el taxista.
Han pasado 40 años desde aquel 21 de octubre de 1982 y, afortunadamente, aquella Euskadi que rebosaba odio es ya inimaginable. Cuesta entender que Abel aguantara hasta el hospital sin decir palabra. «Sé que bajé sin pagar, alguien lo haría. Y que le dije al taxista: 'El hijo de puta es mi padre'».
Se llamaba César Uceda. Teniente del Cuerpo de Músicos Militares. Casado. Nueve hijos. 47 años. Licenciado en Físicas. Profesor de matemáticas. Experto en armonía, daba clases en el conservatorio superior y en algunas escuelas. Enseñaba a tocar la flauta y el flautín a niños que no se lo podían permitir. Tocaba en la Banda Municipal de Bilbao y luego fue concertino en la Orquesta Sinfónica. Le gustaba enseñar a jugar al ajedrez sus hijos. «Era una buena persona, cariñoso, familiar, rígido, trabajador. Y, sobre todo, era un buen padre», cuenta Abel, que tenía 21 años cuando le mataron.
En cuanto llegó al hospital aquella mañana, a Abel le tranquilizaron. «No te preocupes, creo que se va a recuperar», le dijo el director del centro sanitario. Aquella noche pudo verle, aunque estaba ingresado en Cuidados Intensivos. «¿Me has traído la radio?», le preguntó su padre. Abel -sonríe al recordarlo- le entregó aquel pequeño transistor del que nunca se separaba. «Estoy bien; no os preocupéis», le transmitió. Después de Abel, entró a visitarle durante un largo rato el diputado general, José María Makua. Pese a los buenos deseos y a un pronóstico que parecía relativamente favorable dentro de la máxima gravedad, César Uceda murió casi un mes después, el 17 de noviembre.
No falleció en Basurto y esa historia es también propia de aquella Euskadi inimaginable. «Un día fui a ver a mi padre al hospital y un hombre se me tiró encima con una pistola. Salió otro y gritó: 'Suéltalo, que ese es el hijo'». Eran policías. Acababan de detener a dos etarras armados en el pasillo y a otros dos más en el exterior. Habían ido a rematarle. Casos como este obligaron, en los años siguientes, a situar guardias y escoltas frente a las habitaciones de hospital donde las víctimas se debatían entre la vida y la muerte.
En el caso de César Uceda, se decidió que lo mejor era trasladarle al hospital militar Gómez Ulla, en Madrid. Abel nunca pudo volver a verle. Murió en la capital de España, en compañía de su madre y dos de sus hermanas.
«Mi vida cambió, de tener todo a no tener nada. Me lo quitaron cuando más le necesitaba. Después de aquello, me costó mucho confiar en las personas. Hasta el día que conocí a mi mujer», confiesa.
«Había estado en mi casa»
Como tantos familiares, ha dado vueltas a qué fue lo que puso a su padre en la diana. «Porque era muy conocido». «Porque era fácil». «Yo creo que nos ocultan cosas», zanja él. Dos de los responsables del crimen fueron juzgados y condenados, «pero no todos». Abel está escribiendo un libro sobre el 'comando Bizkaia' de aquella época. «Uno de los que participaron en el atentado, de alguna manera, creo que con información, tenía 21 años y conocía a una de mis hermanas. Había estado en mi casa».
En estos años ha echado en falta gestos de cariño y recuerdo a su progenitor. «Mi padre fue concertino de flauta y flautín en la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Me hubiera gustado algún pequeño homenaje, algún reconocimiento. Estuvo 30 años en la orquesta. Y mi abuelo era el concertino de viola; mi madre también ha tocado la viola».
El recuerdo de César Uceda sigue envuelto en Leioa en esa música que tanto le apasionaba. «Mi padre era un hombre inquieto, muy emprendedor. Además de participar en la fundación de la pista de hielo de Nogaro, también fue uno de los que fundó el conservatorio de Leioa. Quisieron incluso ponerle su nombre pero en la familia no quisimos. A él le gustaba dar clases y fomentar la música y lo mejor para eso era crear un certamen. Se lleva celebrando 17 años», agradece.
Los suyos también abrieron una fundación, que ahora se llama Ayuda y Solidaridad, para ayudar a las víctimas del terrorismo. A todas, sea cual sea el grupo terrorista. «Como una vez me dijo mi madre, todas las madres son iguales, las de todas las víctimas». Abel ha sentido el apoyo del Gobierno vasco y la implicación personal de todos los lehendakaris. Está agradecido.
- Una curiosidad. ¿Nunca ha temido subir a un taxi y volver a encontrarse con aquel taxista?
- Le conozco. Le suelo ver por la calle. Anda por Algorta. Tiene un perrito. Me mira. Él sabe quién soy yo y yo sé quién es él.
Opinión:
Tuve el privilegio y el honor de conocer a Abel Uceda un 14 de abril de 1994 cuando coincidimos en un programa de TeleMadrid titulado “RifiRafe”. El tema era muy de candente actualidad en aquella época, aunque parece que algunos lo han olvidado y ahora aprovechan a calentar el ambiente cuando en aquellos años ni aparecían ni se les esperaba.
Cuánta gente debería tener la boca cerrada y aprender de quien lleva casi 40 años en la misma labor…
Ah si, perdón, el tema era: “La reinserción… ¿agravio hacia las víctimas o camino para la paz?” y de “RifiRafe”, al menos con Abel, nada de nada.
El talante conciliador de Abel y su experiencia asociativa de años desde casi la clandestinidad en pro de conseguir que el terrorismo desapareciera me impactaron y desde aquel día le he considerado un ejemplo. Un ejemplo a diferencia de otros que se llenan la boca hablando de “LAS” víctimas sin hacer un solo intento por conocerlas. Un ejemplo de sobriedad y sabiduría frente a los que se erigen en portavoces de un colectivo al que ni siquiera preguntan la opinión.
Y leyendo esta información presentada por El Correo sigo haciendo público mi reconocimiento.