25 febrero 2023
No fue un incendio,
fue un atentado: 45 años del caso Scala
Dos décadas hasta ser
reconocidos como víctimas del terrorismo.
El 15 de enero de
1978, murieron cuatro empleados de la sala de fiestas del Barcelona.
Tras el ataque estuvo
la mano del confidente Joaquín Gambín y tres afiliados a la CNT, que lanzaron cócteles
molotov contra el local.
Salió de trabajar a las cuatro de la mañana. Aú dormía
cuando recibió la llamada de una vecina. “¿José Maria, estás bien?”. “puse la
tele y vi que la scala estaba en llamas. Fue horroroso, era nuestra vida”,
explica él, 45 años después. Lo fundaron los hermanos Riba y estaba considerado
como uno de los mejores locales de espectáculos de Europa. “Teníamos hasta una
pista de hielo y un “show” con caballos, gallinas y vacas”, recuerda el que
fuera camarero de la sala que se inauguró en Barcelona en 1973. El espacio, en
la esquina de Paseo San Juan con Consell de Cent, disponñia incluso de dos
fuentes que diseñó Carles Buigas, artífice de la de Montjuich.
Cinco años después de su apertura, un 15 de enero, allí murieron
cuatro trabajadores de mantenimiento y limpieza: Juan López, Bernabé Bravo,
Diego Montoro y ramón egea. “Yo tenía 18 años. Cuando me enteré vine corriendo.
Mi padre fue el primero en salir y el único que no se quemó. Murió asfixiado”,
cuenta Juan, hijo de Ramón “Estábamos en casa, esperando a que llegara mi
padre. Eran las 14:30; vimos en TVE que estaba ardiendo la Scala y vinimos para aquí.
Me dijeron que había salido con vida, pero falleció en el trayecto al hospital
Pere Camps. Fue por los camerinos para avisar a los compañeros de la
explosión”, apostilla su hermano Antonio, que entonces tenía 14 años.
Ocurrió tras una manifestación a la que acudieron unas
5.000 personas. La había convocado la Confederación Nacional
del Trabajo (CNT) contra los pactos de la Moncloa. “Irrumpieron en la sala de fiestas con
unos cócteles molotov. Reventaron las puertas e incendiaron el local”, rememora
Juan.
Por el ataque condenaron a 17 años de cárcel a tres jóvenes
anarquistas. José Cuevas, Arturo palma y Francisco Javier Cañadas. Cumplieron
la mitad de la pena tras beneficiarse de las redenciones por trabajo, beneficio
penitenciario incluido en el Código Penal de 1973. También fue condenado
Joaquín Gambín, el “Grillo”, un confidente policial, considerado inductor del
atentado. En esta caso fue ya un segundo juicio, al ser detenido en 1981 tras
un tiroteo en Valencia. Dos años más tarde, la Audiencia de Barcelona
le impuso siete años de prisión. El fallo consideró probado que el 14 de enero
de 1978, los cuatro se reunieron en el domicilio de Cañadas para fabricar los
artefactos incendiarios. Al día siguiente, se desplazaron en el coche de Gambín
en pata acudir a la protesta de la CNT y luego perpetraron el
ataque contra la Scala.
“Yo tenía 5 años, recuerdo haber ido a fiestas infantiles
para los hijos de los trabajadores, pero poco más”, cuenta el hijo de Diego
Montoro, del mismo nombre. Su padre era de Huelva y su madre, gallega. El nació
en Barcelona. “Estuvimos un tiempo viviendo con mi tío en la
Zona Franca pero dos años después nos
marchamos a Santiago de Compostela”, recuerda ahora. Su progenitora apenas le
habló del ataque. Poco después, ella desarrolló una esquizofrenia paranoide. No
fue una época fácil. “Una madre viuda, sin trabajo, con una pensión ínfima, fue
un poco crudo”, apunta. Con los años, rebuscó en las hemerotecas para saber qué
había ocurrido. “He vivido un poco de espaldas a todo. Cuando empecé a
investigar vi que habían sido miembros de la CNT, que habían lanzado cócteles molotov, pero
también que Gambín era un infiltrado que podía haber provocado el ataque. Que
45 años después sigan sin aclararse las cosas…” cuestiona.
El infiltrado
“Es un relato que yo no puedo comprobar, pero aunque
hubiera habido un infiltrado, el hecho es que unos jóvenes confeccionaron unos
cócteles molotov, los arrojaron a la sala de fiestas y nuestros padres
murieron”, subraya Antonio Egea.
Tuvieron que pasar dos décadas hasta que el incendio de la Scala se reconociese como un
atentado terrorista. Fue posible gracias a Robert Manrique, superviviente del
atentado de Hipercor y entonces portavoz de la Asociación Catalana
de Víctimas del Organizaciones Terroristas (Acvot). Localizó a los hijos de las
cuatro personas muertas para que pudiesen ser reconocidas como tal,
gracias a la Ley de Solidaridad. “Hemos
sido doblemente víctimas, porque primero se calificó de accidente laboral, pero
un accidente laboral es imprevisto y fortuito. Cuando te das cuenta de que
alguien, intencionadamente, lo ha provocado, es doblemente doloroso”, apunta el
hijo pequeño de Ramón Egea.
Tras el suceso, las viudas se quedaron con 18.000 pesetas
de pensión y dos hijos cada una. “Fue muy complicado. Salimos adelante con la
ayuda de familiares. Yo empecé atrabajar a los 14 años en un supermercado. Por la
noche estudiaba”, detalla Antonio, que lamenta: “Nunca nadie nos ha pedido perdón”.
Una semana después del atentado “el Rey nos hizo una
llamada para darnos sus condolencias y mantuvimos un encuentro con el entonces
ministro de la Gobernación,
Rodolfo Martín Villa, para la indemnización”, apunta Juan Egea. Precisamente
fue ese encuentro al que se agarró Manrique para presentar una demanda y
conseguir que aquel incendio fuese reconocido como un atentado. La Acvot lo logró en 2001,
gracias a una imagen en la que el entonces ministro entregaba un cheque a una
de las viudas. “¿Qué sentido tenía que lo hiciese si había sido un accidente?”,
apunta Manrique.
“Durante 20 años dijeron que fue un accidente laboral”,
reprocha Merçè Bravo, hija de Bernabé, otra de las víctimas de la Scala. “Tardaron tres días
en encontrar su cuerpo. Fue horroroso”, recuerda.
Junto a su marido y su nieta, acudió este miércoles al
homenaje a su padre y al resto de víctimas, frente al espacio donde se ubicaba la Scala. “Ya nadie se acuerda”,
musita. Allí, el Ayuntamiento de Barcelona ha colocado una placa para acabar
con 45 años de olvido. Un acto en el que representantes municipales, como el
concejal Marc Serra, aprovecharon para señalar a las “cloacas del Estado” como
instigadores del incendio. También otro regidor, Jordi Rabassa, apuntó que
aquella tragedia sirvió “para acabar con el movimiento anarcosindicalista”.
Afiliados de la UGT
“Durante mucho tiempo han estado diciendo, también desde la
propia CNT, que las víctimas estaban afiliadas al sindicato, pero a las pruebas
me remito: mi padre era de la UGT
desde 1977 y también el marido de mi prima, Juan López, del PSOE”, apunta
Antonio, mientras muestra el carnet de su progenitor y reprocha que nadie se
haya molestado en explicarlo, en todo este tiempo.
Han tenido que pasar 45 años para que, ante el edificio que
un día acogió aquel restaurante con espectáculo, los hijos de los cuatro
trabajadores muertos hayan podido homenajear a sus padres. “Estamos
agradecidos. Nunca hemos pedido un reconocimiento, pero está bien que se haga
un acto en memoria de las víctimas y que Barcelona haya tenido este gesto”,
concede Antonio Egea.
Finalizado el homenaje, algún curioso se para ante el atril
que recuerda lo que ocurrió en aquel mítico local. Cuando Merçè se va a
marchar, llega un desconocido que la abraza. Tras unos segundos en silencio, se
presenta. Es José María, trabajador del local, que también ha estado en el
acto. Fue su hija quien le avisó. “Tenía la esperanza de encontrarme con
antiguos compañeros, pero veo que no ha venido ninguno”, cuenta a la hija de
Bernabé. Cuando la Scala
ardió ella tenía 14 años, él 28 y una criatura de apenas 15 meses.
El que fuera empleado de aquel local explica a Merçè las maravillas
que allí vivió. “Después de morir Franco las ‘vedettes’ dejaron de llevar la
parte de arriba”, ríe. Comenzó a trabajar en la Scala unos meses después de
su inauguración. “Éramos más de 100 personas, 35 camareros con sus 35
ayudantes, cinco o seis jefes de sector. TVE llegó a hacer aquí varias galas”,
relata. “Por aquella época, había muchas salas de fiesta, pero ninguna era como
esa”, secunda la hija de Bernabé. Al acabar la charla, vuelven a abrazarse y se
despiden, satisfechos de que, por fin, haya algo en esa esquina que recuerde el
atentado que allí se perpetró hace 45 años.
Fechas clave
1978. Incendio de la Scala de Barcelona
Después de una manifestación de la CNT contra los Pactos de la Moncloa, varios individuos
arrojan cócteles molotov contra la sala de fiestas. Por el incendio mueren
cuatro trabajadores.
1983. Condena del confidente Gambín
Tras el juicio a tres integrantes de la CNT, la Audiencia de Barcelona
impone al inductor del ataque siete años de prisión. Es Joaquín Gambín, alias “el
Grillo”, un confidente policial.
1998. Víctimas del terrorismo
Pasaron dos décadas hasta que los fallecidos fueron
reconocidos como víctimas del terrorismo, tras tildarse el incendio de “accidente
laboral”
Opinión:
Excelente información publicada por Elena Burés. Me consta
el interés que ha mostrado en poder aportar la máxima información posible y lo
ha conseguido.
Aunque solo habría que rectificar un dato: cuando en 1998 se
consiguió el reconocimiento de los cuatro asesinados como víctimas del
terrorismo, evidentemente la
Acvot aún no existía, ya que la presentamos en junio de 2003.
Sirva esta aclaración para decir, bien alto y bien claro,
que fue la ANTIGUA AVT
la que consiguió ese reconocimiento tras muchísimo trabajo y muchas reuniones
(algunas realmente penosas en el Gobierno Civil).
Y reconocer más alto y más claro todavía que fue aquel equipo
capitaneado por Juan Antonio Corredor el que, sinceramente, cuando iniciamos las
gestiones no teníamos nada claro conseguir el éxito que finalmente merecían
aquellas cuatro familias, ejemplo de dignidad y de paciencia infinita.
Fue un honor pertenecer al equipo de aquella ANTIGUA AVT en
aquellos años tan y tan duros y tan y tan solos… años en los que, con muy pocos
recursos, se asistía a las víctimas del terrorismo lo mejor que podíamos, sin
entrar en terrenos políticos ni ideológicos ni partidistas.
Por desgracia, a finales de 2002 todo aquello cambió. Espero
que los responsables de aquel cambio, fundamentado en mentiras y falacias que
jamás pudieron demostrar, vean algún día el castigo a su intención de
aprovecharse personalmente del dolor ajeno.