04 marzo 2015
Yihadismo
global
De cómo encare Occidente esta
amenaza, dependerá en gran medida el futuro inmediato del mundo
Los atentados cometidos por terroristas islamistas
en París o Copenhague han puesto de manifiesto el riesgo que, para nuestras
libertades y modelo de convivencia, supone la creciente amenaza del
fundamentalismo yihadista, de los defensores de la "guerra santa", la
versión más radical, violenta y cruel del Islam. Ante esta situación, si
durante el s. XX la amenaza para la libertad y la democracia procedió del
fascismo, en este nuevo siglo, el peligro que se vislumbra cada vez con mayor
nitidez es lo que el historiador Antonio Elorza ha denominado "yihad
global". Es por ello que los más exaltados partidarios del radicalismo
islamista pretenden lanzarse al asalto de Europa, empezando por la recuperación
de Al Andalus. La escritora judía británica Bat Ye'Or, advertía recientemente
del riesgo de un fatal destino islámico para Occidente, convertido, según ella,
en "Eurabia". Pero, pese a estos funestos vaticinios, pese que el
Estado Islámico (EI) ha amenazado a Occidente con que "esclavizaremos a
vuestras mujeres, conquistaremos vuestra Roma y destruiremos vuestras
cruces", esto no deja de ser un delirio fanático, a pesar del riesgo
latente de sufrir atentados sangrientos y dolorosos, como nos recuerda la
memoria trágica del 11-M de 2004.
Pero si Occidente está amenazado,
mucho más grave y sangrante es la situación en aquellos países y lugares donde
Al-Qaeda o el ISIS, ahora EI, se han hecho fuertes como es el caso del norte de
Iraq y Siria (donde han establecido un califato con capital en Raqqa liderado
por Al-Bagdalí), Yemen, Libia, Nigeria o
el Sinaí. De este modo, en el mundo musulmán se está produciendo una auténtica
guerra civil entre el yihadismo radical y los seguidores de otras
interpretaciones religiosas, sociales y políticas del Corán.
En este sentido, la caldea Pascala
Warda, exministra iraquí, era rotunda al afirmar que "el
Estado Islámico quiere aniquilar al cristianismo y a todas las minorías"
y, por ello, el yihadismo "es un movimiento internacional de terrorismo
que necesita soluciones auténticas internacionales".
En las zonas bajo control yihadista
se cometen actos de violencia extrema (degollamiento de rehenes o el brutal
asesinato del piloto jordano Maaz al-Kasasbeh), crímenes que, con
el hábil manejo de la propaganda del terror a través de las nuevas tecnologías
han producido un importante impacto emocional en el mundo civilizado. De este
modo, los yihadistas han seguido las consignas de Abu
Bakr Nayi, autor de una siniestra obra titulada Guía
de la ferocidad en la
que instaba a los guerreros de Alá a aplicar una violencia excesiva para
disuadir a los enemigos del Islam, a difundir las ejecuciones de estos, y a
atacar a los infieles en cualquier lugar. Todo ello ha producido un cóctel
explosivo en el que se aúna la mentalidad teocrática, fanática y medieval del
yihadismo, con la utilización por parte de estos de la tecnología y el
armamento del s. XXI para impulsar su particular "guerra santa".
Ante la amenaza yihadista no hay
una solución clara ni tampoco fácil. En consecuencia, sería peligroso lanzarse
a una "cruzada antiislamista", a una nueva guerra sobre el terreno,
una vez vista la experiencia de lo ocurrido en Afganistán y, sobre todo en
Iraq, aunque tampoco se deben descartar acciones puntuales y ataques aéreos
como la pasada intervención francesa en Mali de 2013. De todas formas, la
opción armada supone una espiral arriesgada por las consecuencias que genera en
la zona de conflicto y, también, porque puede fomentar un preocupante auge de
los partidos racistas e islamófobos, como está ocurriendo con la aparición de
Pegida en Alemania. Tampoco parece el mejor camino en las actuales
circunstancias el bienintencionado ideal de la Alianza de Civilizaciones
ni la inhibición ante la amenaza yihadista.
El problema de fondo sigue siendo
el mismo que el que se produjo en Afganistán e Irak: se derrotó militarmente a
los talibales y al dictador Saddam Hussein pero se fracasó a la hora de
establecer posteriormente instituciones auténticamente representativas en
dichos países dado que no existía una cultura ni unos dirigentes democráticos
para esta nueva etapa pues, como señalaba Elorza, "el Islam está habituado
al autoritarismo". Por ello, la respuesta al desafío mundial que supone el
yihadismo, es muy complicada puesto que Occidente, tras años de apoyar por
motivos geoestratégicos a regímenes musulmanes dictatoriales (desde el Irán del Sha,
la Libia de Gadaffi o la autocracias de Egipto y
Marruecos) o a monarquías corruptas como la de Arabia Saudí, tras librar las
guerras de Afganistán e Iraq, ha sido incapaz de asentar en el mundo musulmán
gobiernos de signo democrático. Este gran fracaso, este vacío de poder es el
que ha favorecido el arraigo del yihadismo en amplias zonas de Oriente Medio y
África con las consecuencias de todos conocidas. De cómo encare Occidente esta
amenaza, dependerá en gran medida el futuro inmediato del mundo musulmán y
también nuestra civilización occidental, surgida de la síntesis de tradición
judeo-cristiana, las ideas de la revolución liberal y de las conquistas
sociales logradas por el movimiento obrero socialista, cimientos de nuestra
sociedad libre y democrática.
José Ramón Villanueva Herrero
Fundación Bernardo Aladrén
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