17 diciembre 2017 (19.06.17)
Ser víctima de
Hipercor: treinta años de lucha contra el olvido
Se acuerda perfectamente, como si fuera ayer. En ese
momento, Robert Manrique estaba cortando diez libritos de lomo para la señora
Agustina Cabanillas y su hija Maricarmen, vecinas del barrio. Bromeaba "un
poco", reía, porque a él le gustaba su trabajo de carnicero, se lo pasaba
muy bien. Hasta que, en un instante, toda su vida cambió: "Estaba cortando
diez libritos de lomo y... ¡bum!".
Tiene un pequeño vacío de memoria de unos 15 segundos,
admite. Lo compara con cuando rompes una nuez con un cascanueces: "Primero
oyes un enorme crac y, de repente, el silencio total". Después recupera
los recuerdos: "Gritos, agua que caía de los sprinklers del
techo. Notaba que la piel se me estaba derritiendo, que me estaba quedando
ciego. Recuerdo mucho los olores de ese día todavía hoy. Mientras intentaba
salir de allí, resbalaba. El agua que caía se mezclaba con el calor que subía,
y hervía. Se me quedaron los zapatos pegados al suelo. Salí descalzo".
Antes de salir, salvó la vida de una chica -esto lo supo
después-, apagándole las llamas como pudo. No fue hasta que llegó al hospital
que supo qué había pasado, después de oír a los médicos hablar entre ellos:
había sido ETA quien había puesto un coche bomba en el parking subterráneo del
centro comercial Hipercor, en la avenida Meridiana de Barcelona. De aquel
fatídico viernes 19 de junio de 1987 hoy se cumplen treinta años.
A pesar de las tres llamadas de advertencia del comando
Barcelona de ETA, el coche bomba explotó a las 16:08. Una onda de choque de 2.834 metros por
segundo, una presión de 96.948.351 toneladas/metro y una temperatura de unos
2.300 grados centígrados. Su balance, de 21 muertos y 45 heridos, lo situó como
la masacre más sanguinaria e indiscriminada del grupo terrorista.
Dos de los responsables de colocar aquel Ford Sierra en
Hipercor, Josefa Ernaga y Domingo Troitiño, ya han cumplido condena. Los otros
dos condenados, Rafael Caride y Santi Potros, siguen entre rejas. El Estado
español también fue condenado por negligencia policial, justamente por no haber
desalojado las instalaciones a pesar de las llamadas anónimas advirtiendo del
artefacto.
Robert Manrique sobrevivió, con quemaduras por todo el
cuerpo: las manos, los brazos, la cara, la parte de la cabeza que no estaba
cubierta por el gorro... Pasó hospitalizado dos meses, en una cama, sin ver a
sus hijos (él no quería que le vieran así). Sus clientas, Agustina Cabanillas y
su hija Maricarmen, también se salvaron. La madre lo hizo después de pasar
varias semanas entre la vida y la muerte con graves quemaduras en el 65% del
cuerpo.
El destino puede llegar a ser muy cruel, porque la verdad
es que Robert no tenía que estar allí en ese momento: una de sus condiciones
para aceptar el traslado de El Corte Inglés a Hipercor fue hacer turno de
mañanas para poder pasar tiempo con sus dos hijos, que entonces tenían tres
años y nueve meses. Pero el día antes, el jueves 18 de junio, su compañero
Josep Maria le pidió si podía cambiarle el turno. "Le dije que sí, que
solo faltaría, y allí estaba yo cortando diez libritos de lomo".
Quien tampoco debía estar allí era Xavier Valls, un
arquitecto de 48 años que vivía en Santa Coloma de Gramenet. Estaba en la
agencia de viajes de Hipercor. Estaba mirando unos billetes de barco para ir a
pasar unos días de vacaciones en Menorca. Tuvo la mala suerte de dejarse el DNI
en el coche, y lo necesitaba, así que tuvo que volver al parking a buscarlo.
En ese preciso momento, Xavier halló la muerte en un Ford
Sierra con 200 kilos de material explosivo. No pudo hacer nada: estaba en el
epicentro. La agencia de viajes, curiosamente, quedó intacta, no le pasó nada.
De hecho, la propia directora de la agencia fue a casa de Xavier al día
siguiente a explicar lo que había pasado a su mujer, Maria Josep.
"Cuando le dijeron a mi madre que mi padre estaba en
Hipercor, no se lo creyó", explica Jordi, uno de los dos hijos de Xavier y
Maria Josep, un "huérfano de Hipercor". Jordi tenía entonces seis
años. Lo que vio lo ha ido completando con lo que le han ido contando con el
paso de los años. "Ni por horarios, ni por ruta, ni por forma de ser. Era
imposible que mi padre estuviera allí. Pero sí estaba: en el lugar y el momento
equivocados".
Jordi tiene algunos recuerdos. Hacia las siete u ocho de la
tarde recibieron una llamada en casa, que cogió su abuelo, porque su madre no
estaba en casa. Al otro lado del teléfono preguntaban por Xavier, que tenía que
ir a dar una conferencia y no se había presentado. También recuerda que lo
dejaron un par de días, probablemente todo aquel fin de semana, en casa de un
familiar, "supongo que para mantenerme al margen de todo aquello".
Además de arquitecto, Xavier Valls era activista político.
"Él era una persona politizada, que incluso había militado en el PSUC
durante la clandestinidad y había estado muy involucrado en el movimiento
vecinal de Santa Coloma y la Asamblea Nacional de Catalunya", explica su
hijo, que hoy tiene 36 años. "Era una persona de izquierdas, pero también
bastante catalanista, nacionalista", añade. Incluso había mostrado
simpatía hacia Herri Batasuna, entonces el brazo político de la izquierda
abertzale. Según la viuda, María José, una vez llegó a decir que "a los
vascos no les toman el pelo como a nosotros".
De hecho, Jordi confiesa que estas dos palabras -Herri
Batasuna- las recuerda desde pequeño. "Es un nombre que tenía allí y que,
inconscientemente, me pone... No sé cómo describirlo. Yo sólo escuchaba en los
medios que no condenaban el terrorismo. Y yo pensaba: son los terroristas que
han matado a mi padre y no lo condenan".
Reponerse del trauma
"Yo lo asumí después, unos años más tarde",
explica Jordi Valls, que hoy es economista. Cuando murió su padre, tan sólo
tenía seis años, y su hermano nueve; no era muy consciente. "Recuerdo que
a partir de los nueve o diez años, ya empecé a asimilarlo, empecé a notar la
falta, que mi padre no estaba. Esta falta marcó mi preadolescencia y mi
adolescencia", añade. Dice que pudo reponerse gracias a la red de apoyo
familiar y al acompañamiento psicológico. También su madre los protegió
siempre, a él y a su hermano, de la exposición pública y mediática.
Las circunstancias de la muerte, el hecho de ser un
atentado terrorista, fueron determinantes. "Con los siguientes atentados,
lo iba reviviendo. Mi juventud coincidió con los años más duros de ETA, los
'años de plomo'. Lo revivía constantemente. Salía en la televisión y los
medios, la gente hablaba de ello, y yo no acababa de cerrar nunca.
Evidentemente nunca se cierra del todo, pero aquel contexto no ayudaba: el tema
siempre estaba allí, presente".
El día en que el exlíder de Batasuna Pernando Barrena dio
una conferencia en la
Universidad de Barcelona donde pidió disculpas a las
víctimas, el 22 de noviembre de 2012, Jordi estaba allí. Y reconoció este gesto
a una izquierda abertzale que considera que a veces ha sido "cínica".
Hoy puede empatizar también con las otras partes del conflicto: "A pesar
de ser víctima, yo también entiendo que ha habido sufrimiento en todos lados.
Entiendo que la izquierda abertzale y el entorno de ETA también han sufrido.
Puedo empatizar con ellos". No es fácil decir algo así.
Después de pasar dos meses sin salir del hospital, sin
salir de la cama, lo primero que quería hacer Robert era ver a sus niños. Pero
lo primero que hizo, antes de pasar por casa, fue volver a Hipercor, ver cómo
había quedado y reencontrar a sus compañeros de trabajo. Una vez hecho esto,
entonces sí, volvió a casa. "Invertí el orden y creo que hice bien",
dice. "Si no, me hubiera costado mucho volver". De hecho, en
diciembre ya estaba allí de nuevo trabajando, "porque necesitaba volver a
la normalidad y porque en Navidad pagaban muy bien".
Según él, se repuso rápidamente por su carácter: era joven
(24 años) y tenía mucha iniciativa. "Yo tenía dos cosas metidas en la
cabeza: mis niños y volver a jugar al tenis, como hice la mañana del
atentado", afirma Robert. "En la primera intervención había riesgo de
amputación del brazo derecho. Cuando sales del hospital y ves que todavía
tienes brazo, y después que poco a poco vas recuperando la fuerza, todo eso te
da confianza". La recuperación física acompañó la recuperación
psicológica. Hoy tiene una vida que no da alcance: además de atender a decenas
de víctimas, se está sacando el grado de Derecho en la UOC y está ayudando en un
despacho de abogados.
Olvidadas por el sistema
No fue hasta 2010, con el tripartito, que la Generalitat tuvo una
oficina de atención a las víctimas. La consellera Montserrat Tura le encargó a
Robert Manrique la dirección del Servicio de Información y Orientación a las
Víctimas del Terrorismo (SIOVT), a semejanza de la oficina del Gobierno vasco.
Él, con la ayuda de la psicóloga Sara Bosch, ya llevaba veinte años
documentando, asesorando, acompañando, tramitando indemnizaciones, haciendo lo que
fuera necesario.
Pero esta oficina duró pocos meses. Fue inaugurada en abril
de 2010. En diciembre de ese año, hubo cambio de gobierno, con el regreso de
Convergència i Unió. Ese mismo mes, Robert presentó un informe sobre las
víctimas del terrorismo en Catalunya. "Dos horas más tarde, el nuevo
Govern me comunicó que había que cerrar el servicio", dice. Lo trasladaron
a la Oficina
de atención a la víctima del delito y recortaron su presupuesto un 95%.
"Estuvimos trabajando de enero a julio de 2011, mañana
y tarde, por 50 euros. Después, ni eso", denuncia Robert. "Que me
digan que es por los recortes, que puedo llegar a entenderlo; pero que no me
digan que se puede hacer desde otra oficina, porque no es lo mismo atender a
una señora a quien le han robado el bolso que a una madre a quien le han
asesinado al hijo".
Justamente ese estudio inédito que había presentado Robert
evidenciaba la despreocupación de las administraciones: nunca antes se habían
contabilizado las víctimas del terrorismo en Catalunya o catalanas. Ninguna
institución, ni policial ni gubernamental, lo había hecho; en realidad, todas
confiaban en que eso lo hacía otro. El balance del informe fueron 118 muertos a
manos de 24 organizaciones terroristas desde 1968. 118 olvidados por la Administración.
"La tarea de búsqueda de víctimas debe hacerla la Administración. Ya
que no lo hace el Ministerio, hagámoslo desde Catalunya", reclama.
Después de tantos años trabajando en ello, las ha visto de
todos los colores. Por ejemplo, falsas víctimas del terrorismo, que construyen
relatos ficticios como si fueran el mismo Enric Marco. "Me he encontrado
con asociaciones que salen de la nada y dicen haber conseguido 900 víctimas en
tres meses. Te pasan una parte de la lista, investigas y ves que está llena de muertos
que se han inscrito. Pero eso sí: con subvención de 50.000 euros del Gobierno
vasco. ¿Es que no investigan a quien subvencionan?".
Jordi Valls también cree que no se ha escuchado como se
debería haber escuchado a las víctimas. "Hay víctimas que, treinta años
después, todavía no están reconocidas. Hay gente que no sabe aún si es víctima
de Hipercor". Pone el ejemplo de una víctima de su edad que perdió a un
familiar y que, si tiene una fotografía de este familiar, ha sido gracias al
trabajo del Robert. "Mira si acompaña la Administración.. .".
El olvido por parte de las administraciones, dice, ha sido
generalizado, sin excepciones. "Las hay que están más politizadas y las
hay que no han hecho tanta política, pero a nivel de apoyo ninguna
administración ha estado a la altura de las circunstancias", lamenta
Jordi, que afirma: "Todos lo han hecho mal, porque no han sabido atender.
El Estado se ha metido más en política y la Generalitat no ha
entrado tanto en este juego, pero nadie ha estado a la altura". Al final,
admite, existe la sensación de ser una especie de doble víctima: "Ya has
tenido bastante con el atentado como para después encontrarte tantos problemas
y trabas". Las indemnizaciones son un capítulo aparte.
Pero no solo son los políticos quienes les han olvidado: es
todo el sistema. Robert recuerda un juicio al que asistió, hace dos años, por
el asesinato de Juan Fructuoso en Barcelona, el 2 de abril de 1987, dos meses
antes de Hipercor. Fue a la Audiencia Nacional , en Madrid, acompañado de
Jesús Fructuoso, el hermano del asesinado.
Esto es lo que ocurrió: "Estábamos hablando fuera de la Audiencia Nacional.
Detrás nuestro, había otro grupo, hablando en euskera. Hasta aquí todo normal.
Pero empezaron a moverse mucho, me llevé algún golpe y finalmente me giré. Me
encontré con Domingo Troitiño y Josefa Ernaga, los que me quisieron matar, los
que mataron a Juan". Se pregunta cómo es posible que, teniendo la lista de
gente que iría al juicio, ni la
Fiscalía , ni la Audiencia Nacional , ni el Ministerio del Interior,
ni nadie evitó una escena como ésta.
-¿A qué lo atribuyes? -le pregunto.
-A que les da igual. No hay gente preparada. ¿Te imaginas
que un pederasta se encontrara en el juicio con la madre de la niña violada?
Pues es lo mismo.
Asegura que no es la única vez que le ha pasado algo
parecido.
La línea entre la víctima y el político
"Yo he tenido la mala costumbre de que no me ha
gustado mezclar el atentado o el terrorismo con la política partidista",
dice Robert Manrique con ironía. "A mí me han ofrecido cargos desde tres
partidos políticos diferentes, y a los tres les he dicho que no. También me
ofrecieron trabajar para el Ministerio del Interior en el año 96, y también
dije que no, porque sería ponerme en el lado opuesto al de las víctimas. Sería
una forma de comprarme".
- ¿Y se puede saber cuáles son estos tres partidos, o nos
podemos hacer una idea?
-Te sorprendería. Solo te diré uno que no me lo ha pedido
nunca: el PP.
"Con Franco se ponía un pobre a la mesa por Navidad.
Durante muchos años la moda ha sido poner una víctima en el mitin ",
critica Robert. Hay políticos que han intentado captar víctimas, prosigue, pero
también víctimas que lo han permitido. "Si una víctima sufre un atentado
porque tiene un cargo político, por ejemplo, Edu Madina, evidentemente puede
continuar haciendo la política que le dé la gana. Pero cuando alguien no hacía
política y después hace carrera política con esto, no estoy de acuerdo".
Enseguida le viene un nombre a la cabeza: Marimar Blanco,
hermana de Miguel Ángel Blanco. "Lo que le hicieron a su hermano es una
auténtica cabronada y ella es víctima, lo ha sufrido mucho; pero de ahí a ser
diputada del PP, y además siendo presidenta de la Fundación Víctimas
del Terrorismo, es muy feo. Algo falla". Para demostrar qué ha pasado con
muchas asociaciones de víctimas, pone las manifestaciones como ejemplo:
"Con Zapatero en la
Moncloa , llegaron a montar siete manifestaciones contra la
excarcelación de terroristas de ETA. El otro día salió Idoia López Riaño,
condenada por 23 asesinatos, y nadie ha movido un dedo". La presidenta del
Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco (COVITE), Consuelo
Ordóñez, pidió el voto por UPyD en 2012.
Hoy Robert está decepcionado con el mundo de las
asociaciones. Fue vicepresidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT)
española, pero en 2002 lo expulsaron por denunciar la falta de pluralidad, la
infiltración de un determinado corriente político. Fundó la Asociación Catalana
de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT). Se fue porque había cambiado
radicalmente la forma de trabajar. Él siempre había apostado por la proximidad.
Jordi Valls también se siente alejado del mundo de las
asociaciones de víctimas. Le molestan especialmente aquellas víctimas que se
autoproclaman portavoces de las víctimas. "Yo muchas veces no simpatizo,
ni con las asociaciones ni con sus mensajes", explica. "Muchas veces
se han dejado politizar, por desgracia. Esto lo ves muy claramente. Hay quien
ha permitido, desde las asociaciones, entrar en este juego político. Pero las
víctimas no estamos aquí para hacer política, sino para que se nos reconozcan
los derechos y se nos escuche".
De hecho, Jordi desmonta cualquier estereotipo que pueda
haber en torno a las víctimas de ETA. "Las víctimas son tan diversas como
el hecho de que 21 personas aleatorias estén comprando en un Hipercor en un
momento determinado", asegura. Y prosigue: "Somos catalanohablantes,
castellanohablantes, de izquierdas, de derechas... Al final, lo que compartimos
es que queremos reconocimiento, que queremos ser escuchados, que no se
olvide". Robert también está de acuerdo con esto: "Yo he visto
víctimas en la V o
manifestaciones de la ANC. No
somos todos los de la banderita que se pasean por la calle Serrano de Madrid, a
pesar de que algunos lo piensan".
¿Se puede perdonar?
En mayo de 2011, Robert Manrique recibió una carta que
probablemente nunca habría esperado recibir. Llegaba desde el centro
penitenciario de Álava, en el País Vasco. Iba firmada por Rafael Caride Simón,
uno de los hombres que había intentado matarle con aquella bomba en el
Hipercor. En la misiva decía que estaba arrepentido, que creía que la violencia
no era el medio para conseguir las cosas y le proponía un encuentro. Robert
esperó a una tarde de agosto, ya de vacaciones, para explicarlo a su mujer y
sus hijos, que le dijeron que lo hiciera. "Llevas años diciendo que tienen
que pedir perdón. Si quiere hacerlo, tienes que ir", le dijeron.
Robert empezó entonces las gestiones con el Ministerio del
Interior. En octubre hubo el anuncio del cese definitivo de ETA, en noviembre
elecciones españolas y en diciembre cambio de gobierno español, del PSOE al PP.
Todas las gestiones quedaron paralizadas hasta que, en mayo del 2012, un año
después de recibir la carta del terrorista, concedió una entrevista a El Periódico.
Dos semanas más tarde, recibió el visto bueno del
Ministerio del Interior, que fijó el 15 de junio como fecha y pidió
confidencialidad absoluta. No acabó cumpliéndose por parte de quien lo exigía.
"No es mi culpa que el bocazas de Jorge Fernández Díaz anunciara que dos
víctimas de ETA se reunirían con sus victimarios. Cuando el 15 de junio salí de
la cárcel, me encontré con decenas de periodistas", explica.
"Muchísimas víctimas me felicitaron, pero hay una que dijo que había
montado un circo, y ciertos diarios solo se fijaron en él". Esta víctima
era José Vargas, presidente de la Asociación Catalana
de Víctimas de Organizaciones Terroristas.
Sea como sea, la reunión se produjo. Duró hora y media.
Robert le negó la mano, y así se lo justificó: "Por el respeto que le
tengo al resto de víctimas, por su dignidad, no quiero que mi mano, si toca la
suya, después toque la de ellos". Durante el encuentro, Caride mostró
arrepentimiento, pero no pidió perdón, porque era un "concepto católico"
en el que no creía. La impresión que se llevó Robert está llena de matices.
"Sé que aquel encuentro tuvo un efecto positivo en muchas víctimas, y eso
ya me sirve", dice cinco años más tarde.
Jordi Valls no sabe si accedería a un encuentro de este
tipo; dependería del contexto, de si realmente está arrepentido, de cómo lo
pidiera. "He tenido la suerte de haberlo llevado bastante bien. Y como a
las víctimas la paz nos importa, podría llegar a hacerlo", asegura.
"Yo también tengo que remar a favor de la paz; y, si esto sirve,
probablemente lo haría. Porque puedo hacerlo. Pero entiendo que haya víctimas
que tengan mucha rabia acumulada, que su proceso personal ha sido diferente del
mío...".
¿Qué le diría, si se encontrara en esta situación? "Le
preguntaría qué pensaba conseguir políticamente con el brutal atentado de
Hipercor. Querría saber qué le pasaba por la cabeza, por qué creía que la
violencia era el medio para conseguir sus objetivos políticos".
Un punto de inflexión
"Hipercor fue un cambio de estrategia terrorista,
evidentemente, pero también hizo que, por ejemplo, la gente de Herri Batasuna
empezara a decir basta: Txema Montero, Julen Madariaga, que además era
cofundador de ETA...", asegura Robert Manrique. "Con el paso de los
años ves que abrió una pequeña rendija, que cada vez se ha ido haciendo más
grande", añade. ¿Fue un punto de inflexión? "Allí comenzó el punto de
inflexión, que terminó de llegar con la salvajada que le hicieron a Miguel
Ángel Blanco. Pero con Hipercor se abre un camino".
Hipercor provocó las primeras grietas en la izquierda
abertzale. Poco después del atentado, Txomin Ziluaga, secretario general de
Herri Alderdi Sozialista Iraultzailea (principal fuerza de la coalición Herri
Batasuna) sugirió que ETA debía tomarse "unos meses de vacaciones" y
hacer un repliegue de la lucha armada. Provocó una purga: tanto él como un
centenar de militantes más fueron depurados de Herri Batasuna. En 1992 el
expulsado fue el eurodiputado Txema Montero, que desde Hipercor había ido
adoptando posiciones cada vez más contrarias a las acciones llevadas a cabo por
ETA. Más tarde terminó acercándose al PNV, sin afiliarse.
"Yo creo que incluso desde el entorno de ETA vieron la
barbaridad que habían cometido, porque fue brutal", dice Jordi Valls, que
añade: "Había quién podía pensar que bueno, hasta entonces las bombas iban
dirigidas a militares y policías. Pero es que esta vez eran todos civiles. Era
un centro comercial lleno de civiles. Para ETA seguramente no, porque siguió
matando mucho más, pero socialmente sí representó un punto de inflexión. Solo
hay que ver las manifestaciones que se organizaron aquí en Barcelona".
En una manifestación encabezada por el presidente Jordi
Pujol y el alcalde Pasqual Maragall, unos 750.000 barceloneses llenaron el paseo
de Gracia el 22 de junio de 1987 contra el terrorismo. Marchaban detrás de dos
pancartas: “Por la convivencia en paz y libertad, Catalunya rechaza el
terrorismo”, “Cooperación ciudadana contra el terrorismo”. El solemne silencio
que presidía la protesta solo fue roto por los aplausos a los familiares de las
víctimas.
Las cr[únicas de aquel día recogen
también una pancarta que criticaba los resultados obtenidos por Herri Batasuna
en Catalunya. Es interesante echar un vistazo a la evolución de los resultados
que obtuvo en las elecciones europeas, en las que hay una única circunscripción
electoral para todo el Estado. HB fue, para muchos independentistas catalanes,
una opción muy seductora. En los comicios celebrados el 10 de junio de 1987,
tan sólo nueve días antes de Hipercor, 39.693 catalanes votaron por Herri
Batasuna. En las de 1989, fueron 15.427. Y en 1994, 4.481. En medio también
hubo el atentado contra el cuartel de la Guardia Civil en
Vic, con nueve muertos.
Robert recuerda algo que le dijo un día el periodista Iñaki
Gabilondo. Primero le "encabronó", pero luego le acabó dando la
razón. Decía así: "Si Hipercor, en lugar de ser un atentado con 21
muertos, hubieran sido 21 atentados con un muerto cada uno, no se acordaría
nadie". El mismo Robert se ha encontrado con atentados de los que nadie se
acuerda. Tampoco las autoridades.
Treinta años después, la paz
Hay otra fecha que Robert Manrique no olvidará nunca: el 20
de octubre de 2011. Fue el día en que ETA anunció el cese definitivo de su
actividad armada. Ese día, ya de madrugada, Robert volvía de una entrevista en
una radio. "Siempre quedo con mi hijo en Virrei Amat, a medio camino de su
casa y mi casa. Cuando mi hijo me vio, me abrazó como nunca en la vida lo había
hecho. 'Ningún niño más sufrirá lo que nosotros hemos sufrido', me dijo. Volví
a casa llorando".
Confiesa que está viviendo "muy contento" el fin
de ETA. "Porque ahora sé que, si me suena el teléfono a las cuatro de la
madrugada, al menos no será por otro atentado de ETA", asegura.
"Porque sé que nadie más va a sufrir lo que muchos hemos sufrido durante
años. Porque, con la paz en el País Vasco, somos todos los que salimos ganando.
Con la violencia, ya se ha visto, no han ganado nada; solo han salido
perdiendo".
"Claro que queda el dolor, pero la mayoría de víctimas
han asumido que esto acabe. Bienvenido sea el fin de ETA", defiende
Robert, que añade en este mismo sentido: "Ahora, lo que diga la ley. Hay
leyes que no me gustan, pero, si no me gustan, intento cambiarlas. Y esto lo
pensamos muchas víctimas, de verdad. Lo que pasa es que no se nos pregunta y la
sociedad termina fijándose solamente en la víctima que sale a la calle con su
banderita".
En los mismos términos habla Jordi Valls. "Ese día,
cuando lo supe, pensé: ya era hora, ya ha llegado el momento que tanto
esperábamos. Por fin ETA se ha dado cuenta de que con aquello no iba a ninguna
parte", explica. Lo ha vivido, también, con cierta alegría, como un
alivio: "Piensa que han sido años muy duros. En el País Vasco hay
muchísima gente, de todos los lados, que ha sufrido mucho. Es normal que me
alegre. El fin de la violencia representa un alivio para mí como víctima, pero
también para el País Vasco, porque representa la paz que tanto deseaban".
Según él, a pesar de los pasos de ETA, aún hay mucho por
hacer: "El Estado tiene que hacer mucho trabajo con las víctimas y con el
proceso de paz, porque todo esto debe consolidarse", sostiene. Treinta
años después, ¿cuál es su mensaje? "Que no se olvide. Que todavía hay gente
que lo está pasando mal, que no ha sido reconocida, que no ha sido escuchada. Y
que se consolide todo esto que ya ha empezado. Que llegue la paz definitiva al
País Vasco, a Catalunya y a España".
Opinión:
Publico esta entrevista en elnacional.cat porque hoy
domingo, una persona asistente a la Exposición me la ha recordado. Me decía que le había
impactado lo que en la misma se comentaba y que desde que la leyó se ha
dedicado a localizar la mayor información posible sobre el tema.
Le he dicho que recordaba haberla publicado en junio pero
su respuesta ha sido inmediata: “Si, pero en catalán y yo llevo en Cataluña desde
febrero y encara no parlo catala…”. Ahora acaba de enviármela por correo electrónico.
En agradecimiento a su interés y para quien quizás no pudo entender algo en junio, ahora la publico en su
idioma, castellano.
De hecho, sigue tan vigente como entonces...
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