04 agosto 2019
Vencer sin convencer
Los homenajes de la izquierda abertzale a los etarras que salen de
prisión demuestran que el Estado ha ganado al terrorismo, pero sin que quienes
lo practicaron o avalaron admitan su error
José María Ruiz Soroa
Se recuerda estos días en España la escena ocurrida en el
paraninfo de la
Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, aquella
que tuvo por protagonistas al rector Unamuno y al militar Millán Astray y por
esfinge muda a la esposa de Franco. En realidad lo que se recuerda es una
versión mítica de aquella escena, cuyo contenido preciso no se conoce, pero que
fue reconstruida literariamente muchos años después como un enfrentamiento
dialéctico y trágico entre la fuerza de la razón compasiva (el sumo sacerdote
de la inteligencia que era el rector) y la de la voluntad brutal de aniquilar
al adversario (el militar africanista fundador del Tercio de Extranjeros).
Lo poco que se puede afirmar con seguridad de aquel acto es
que Unamuno echó mano en su intervención de la dicotomía (nada original) entre
«vencer» y «convencer». Lo prueba el hecho de que la frase está escrita de su
puño y letra en el pedazo de papel en que anotó unas pocas ideas antes de tomar
la palabra. Y, por todos los indicios, advirtió desgarradamente a los
sublevados de que con sus comportamientos crueles e inhumanos (a Unamuno le
habían despertado de su sueño antirrepublicano los cuerpos yertos de varios
amigos paseados en las noches salmantinas) llevaban camino de vencer, quizás,
pero no de convencer. Y así fue: se impusieron, pero nunca se legitimaron.
Viene a cuento esta evocación de un pasado tan lejano
cuando uno contempla el espectáculo hodierno de los ‘ongi etorris’ que la
izquierda abertzale dedica con aplauso a los asesinos o secuestradores que van
saliendo de la cárcel y regresando a sus hogares. Porque, con independencia del
sentimiento moral que susciten (a mí, el de hallarme ante una humanidad en
ruina), lo cierto es que nos ponen ante una realidad palmaria: a la izquierda
abertzale favorable al terrorismo, y al terrorismo mismo, se les ha vencido,
pero no se les ha convencido.
La acción implacable del Estado de Derecho les ha ganado la
partida, les ha metido en la cárcel y les ha obligado a dejar la violencia
simplemente por extenuación y carencia total de cualquier perspectiva de
continuidad. Pero no les ha convencido. O, mejor dicho, les ha convencido
tácticamente en el plano político de futuro en el que han adoptado el juego
democrático normalizado, pero no en el plano ideológico y moral (menos aún en
su propia autovaloración) en el que siguen sin admitir que la violencia,
sencillamente expresado, estuvo mal. No de que fuera un error político o un
desvío histórico (como dice Daniel Innerarity que sí admiten), no, sino de algo
previo y más sencillo: que estuvo mal porque sacrificaba a otros seres humanos
como si fueran simples medios para otra cosa. Y el ser humano es un fin en sí
mismo. De esto no se han convencido, y lo demuestran dando la bienvenida
cariñosa y triunfal a los presos que vuelven después de matar.
¿Por qué no se les ha convencido? Hay opiniones al
respecto. Un libro reciente (‘La derrota del vencedor’, de Rogelio Alonso)
achaca a los desvíos negociadores de la política antiterrorista de Zapatero y
Rajoy el hecho de que el nacionalismo violento haya podido finalmente salvar
los muebles y disponer con tiempo de estructuras políticas y sociales desde las
que construir un relato de justificación del pasado y de perpetuación de su
ideología. En realidad, el Estado de Derecho no habría vencido, sino que más
bien habría sido derrotado en el plano político y social, y buena prueba de
ello lo sería la hegemonía palmaria del nacionalismo en la sociedad vasca.
Personalmente, discrepo de esta opinión. Creo que no era
misión del Estado de Derecho (leyes, jueces, policías) imponer una ideología o
derrotar a otra, aparte de que carecía de medios y fuerza para tal cosa. El
Estado puede y debe vencer con sus instrumentos de coerción a quienes
delinquen, pero… ¿convencerles? A ellos mismos, casi imposible. ¿A su entorno
político? ¿Convencer a toda una sociedad de que es un credo como el
nacionalista el que puede producir crímenes cuando las circunstancias
históricas hacen que algunos se lo tomen mortalmente en serio, como de hecho
hicieron?
Desgraciadamente, los tribunales no educan con sus
castigos. No es esa su misión ni su poder. Sus sentencias pueden orientar, pero
sólo cuando el resto de fuerzas vivas actuantes en una sociedad concreta reman
unidas en ese mismo sentido. «El dios de la tribu es la tribu misma», decía
Durkheim. Pues la sociedad-dios vasco no ha colaborado a convencer de nada,
sino que ha mantenido un papel de espectador confundida. Y las fuerzas
políticas, sociales y religiosas dominantes tampoco han querido asumir esa
tarea de convencimiento, o lo han hecho y hacen de una manera tan sesgada por
su interés doctrinario que, en realidad, colaboran más bien a mantener un
relato de opresión secular que explica lo sucedido poco menos que como una
inevitabilidad histórica.
Al final, resulta que los recibimientos alegres y
combativos a los excarcelados no son tanto una anomalía sangrante, sino una
expresión más de la peculiar manera desnortada con que la mayoría social vasca
vivió y recuerda el terrorismo: lo mismo puso a las víctimas que a los
asesinos, a los teóricos del conflicto que a los obispos comprensivos, a los
indignados que a los sumisos, a los de «basta ya» y a los de «sigan las
fiestas», ahora a los vencidos y a las no-convencidos. Al final, los ‘ongi
etorris’ son tan de aquí como el chiquiteo. Cosas nuestras. Cosas de una
sociedad modélica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario