23 enero 2020
«El etarra se apoyó en mi hombro y disparó. Luego vi a Goyo
ensangrentado»
Hace hoy 25 años, Kote Villar comía con Gregorio Ordóñez en La Cepa cuando un etarra se
apoyó en su hombro y disparó contra el líder guipuzcoano del PP arrebatándole
la vida. Villar está litigando ahora con la Seguridad Social
para que le reconozca la incapacidad laboral «por causa terrorista».
El 23 de enero de
1995, Kote Villar, en ese momento secretario del grupo municipal del PP en el
Ayuntamiento de San Sebastián, estaba sentado junto a Gregorio Ordóñez en el
bar La Cepa
cuando un terrorista de ETA acabó con la vida del teniente de alcalde
donostiarra de un tiro en la nuca. Veinticinco años después, Villar recuerda la
dolorosa y traumática secuencia que vivió aquel día desde que salieron del
Ayuntamiento donostiarra para ir a comer, junto a María San Gil, secretaria
personal de Ordóñez, y otra persona. La escena no se borra de su memoria: «El
terrorista pone su mano en mi hombro izquierdo. Yo giro la cabeza hacia ese
lado. Y a la altura de mi hombro derecho, apunta y dispara en la nuca de
Gregorio. Tenía el arma tan cerca que no me sonó ni a disparo, sentí como si
fuera una botella rota o algo así... Lo siguiente que recuerdo es ver a
Gregorio en el suelo, ensangrentado».
Tras el atentado,
Villar, como el resto de testigos y otras muchas personas cercanas a la
víctima, necesitó tiempo «para poder volver a la vida normal». No se lo
pusieron fácil, vivió otro atentado fallido en el cementerio de Zarautz cuando
ETA puso una bomba entre las flores de una lápida, en un homenaje a
Iruretagoiena y ha «aguantado casi veinte años de vida, como amenazado y con
escolta».
El que fuera uno de
los estrechos colaboradores de Ordóñez tenía dos opciones: marcharse o quedarse
«en la trinchera y pelear», y optó por la segunda. Tras el asesinato de
Gregorio, el entonces joven político se sumó a la lista electoral del PP para
los comicios municipales que se celebraron en mayo y salió elegido concejal
junto a María San Gil, en una lista que encabezó Jaime Mayor Oreja. Ganaron las
elecciones con siete escaños, pero se fueron a la oposición.
Desde ese momento,
Villar recorrió ocho años de trabajo como cargo público, pero su salud no le
dio tregua y en 2002 tuvo que abandonar la política por problemas renales.
Debía volver a la diálisis. Hoy tiene a sus espaldas dos trasplantes. Ese mismo
año le dieron una incapacidad permanente absoluta por su dolencia, pero años
después en 2017, con la salud muy mermada, inició un litigio administrativo
para reclamar a la
Seguridad Social una «incapacidad permanente, pero derivada
de acto terrorista», debido a las secuelas psicológicas que aún sufre –estrés
post traumático y depresión mayor–. Su deseo es que, con esa nueva
calificación, su mujer, enfermera de profesión, pueda solicitar trabajar a
media jornada para cuidarle en casa y darle allí las sesiones de diálisis que
todavía hoy debe mantener. «No me queda mucho tiempo», confiesa.
El Ministerio de
Interior le ha reconocido en 2017 como «herido» en atentado terrorista por sus
secuelas psíquicas y también ha recibido la Encomienda de la Real Orden de
Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo.
Con esas
credenciales, sin embargo, no ha conseguido que la Seguridad Social
le reconozca «la incapacidad permanente por lesiones derivadas de acto
terrorista» que reclama. Según remarca Villar, la normativa sobre Seguridad
Social en materia de protección a las víctimas del terrorismo avala lo que
solicita. Denuncia que la «Dirección Provincial del INSS no ha concluido un
expediente en el que los equipos médicos y el propio director provincial
reconocieron la incapacidad permanente absoluta derivada de acto de terrorismo.
Por el contrario, y sin razón alguna, abrieron un segundo expediente en el que,
a pesar de haberme sometido a la prueba psiquiátrica que la Seguridad Social
indicó, y siendo esta favorable para el reconocimiento, concluyeron
denegándomelo». La razón de la denegación, explica, es que consideran que no es
víctima directa, y «todo ello después de haber sufrido durante diecinueve años
el terrorismo». Ahora, tras dos años de litigios con la Seguridad Social,
recurrirá a la vía judicial.
El recuerdo del
teniente de alcalde del PP lo mantiene en lo más profundo de su corazón. Al
igual que Goyo, Kote entró en política en Alianza Popular y desde sus primeros
pasos supo que «Gregorio era una máquina para trabajar. Estaba llamado a ser
algo muy grande, iba a subir muy alto». «Le daba tiempo a todo. A llevar
Urbanismo, a trabajar en el grupo, a estar en el Parlamento Vasco. Era capaz de
hacer oposición y tiempo después compartir gobierno con Odón Elorza, uno de los
que ha estado a mi lado en este último tiempo de litigios. Cuando llegábamos a
trabajar teníamos todos un montón de papeles de fax encima de la mesa, notas de
todo tipo... Todo nos lo dejaba escrito en papeles, notas... Un día llegué al
Ayuntamiento y me encontré un post it que ponía: ‘Querido Kote: Según parece,
el análisis lo confirma, voy a ser padre’. Era genial», repasa.
–¿Aquel 23 de enero salieron juntos del Ayuntamiento para
comer?
–Salimos del
Ayuntamiento sobre la una y media. Gregorio Ordóñez, María San Gil y yo, con
otra persona ajena al grupo, pero con la que había una relación por otros
motivos. Ella fue la que nos saca a comer y nos juntamos los cuatro. Fuimos
primero al bar Martínez, pero no había ensaladilla rusa, que era justo lo que
quería Gregorio, y nos marchamos a La Cepa. Nos sentamos en la primera mesa en el
comedor del fondo. Llovía, entró una persona con capucha a ofrecer unas
postales de San Sebastián. Enaquel momento, era enero, estaba lloviendo y no te
dice nada. Ahora con el paso del tiempo... A los cinco minutos entra otra
persona. O la misma. No lo sé. También con capucha. Apoya su mano en mi hombro
izquierdo, yo giro la cabeza hacia ese lado, apunta a la altura de mi hombro
derecho y dispara en la nuca de Gregorio que estaba sentado junto a mi derecha.
María estaba enfrente de Gregorio. Ella es la que ve la pistola. No le ve la
cara. A mí no me sonó a disparo, sentí como si fuera una botella rota o algo
así, al ser de tan cerca... Lo siguiente que recuerdo es ver a Gregorio en el
suelo, ensangrentado. María sale corriendo a perseguir al asesino. Pero en un
momento se para en seco y dice: ‘¿Adónde voy? ¿A que me pegue un tiro a mí
también?’. Yo me levanto y llamo al 112 desde el teléfono del bar. Y ahí nos
quedamos. Salí manchado de masa encefálica. La escena me vuelve continuamente,
no la puedo olvidar.
–¿Cómo pasan esas horas y los días posteriores?
–Llega primero la Guardia Municipal
y luego vino todo el mundo... Yo me quedo bloqueado, no abro la boca en cuatro
días. Nos lleva la
Ertzaintza, hacemos una declaración y todo es como una nube.
La prensa quiere saber. Durante dos meses o más, yo no salía de casa ni María
tampoco. Yo iba a casa de María y pasábamos las horas dándole vueltas a todo.
–¿Qué pensaban?
–Pensábamos: ‘Menuda
suerte haber salido con vida’. Estar sentado en una mesa cuatro personas y que,
de repente, a uno le peguen un tiro, lo normal que piensas es: ‘El siguiente
tiro viene para mí’. En ese momento solo había dos opciones: irse, que era lo
que pedía el cuerpo, o ponerte en la trinchera. Y decidimos ponernos en la
trinchera y pelear. Que nos ha costado la vida, por supuesto. Yo no he tenido
libertad de ningún tipo.
Como muchos
amenazados Kote Villar no podía repetir rutinas ni los mismos restaurantes, ni
los mismos recorridos. «En mi caso, realmente me he visto obligado a hacer
justamente lo contrario de lo que se me pedía porque lunes, miércoles y viernes
tenía que ir al hospital a hacerme la diálisis y mis escoltas andaban locos»,
rememora. El exconcejal del PP coincidió en uno de sus tratamientos en el
Hospital Donostia con la huelga de hambre de De Juana Chaos. «Los policías nacionales
que vigilaban al etarra les dijeron a mis escoltas que el entorno familiar de
De Juana nos estaba haciendo seguimientos y tuve que solicitar el cambio de
hospital», relata.
«No he vuelto a la Parte Vieja, pero iré al acto de la placa»
Pasado mañana, sin
embargo, responderá al deseo de la viuda de Gregorio Ordóñez, Ana Iríbar, y
espera acompañar a la comitiva que repetirá los últimos pasos de Goyo desde el
Ayuntamiento de Donostia hasta llegar al bar La Cepa, en la calle 31 de Agosto.
Kote Villar volverá
pasado mañana, por primera vez desde hace 25 años, a la Parte Vieja de San
Sebastián. El estrecho colaborador de Gregorio Ordóñez, que fue testigo de su
asesinato y compartió su último paseo por esas calles, asistirá al acto en el
que se descubrirá la placa en memoria del teniente de alcalde junto a
familiares, amigos y otros compañeros del asesinado y miembros del partido. «En
25 años me ha resultado imposible volver. Como mucho he tomado unas bravas en la Mejillonera, pero he
llegado hasta allí entrando por el puerto», confiesa.
Describe años de una
vida «muy complicada, estresante y muy agobiante. Aún hoy, cada vez que entra
en un bar se sienta mirando hacia la puerta, sigue manteniendo «rutinas
adquiridas, como dar una vuelta alrededor del coche a ver si la puerta del
conductor tiene alguna marca». «Mi pareja de entonces, Julia, la pobre ha
sufrido todo esto igual que yo. Ella montaba en el coche conmigo y era
consciente de que podía explotarnos una bomba en cualquier momento. Le guardo
un cariño inmenso y mucho agradecimiento por el valor de haber estado ahí a mi
lado», remarca.
A su actual mujer,
Ana, la conoció como enfermera de la diálisis y se enamoraron. Kote y Ana, a la
que está inmensamente agradecido, se casaron en la UCI. «Fui a operarme de
piedras en la vesícula y me pincharon el páncreas. Estuve un año en la UCI. Mi estado se agravó y
lo vi tan negro que le dije: ‘Antes de morir me quiero casar contigo’. Rápida y
veloz mi hermana me trajo al juez, al secretario judicial, e hicieron de
testigos médico y enfermeras».
En el 2012 le
quitaron la escolta, como a muchas otras personas. Le aconsejaron que
mantuviera las medidas de seguridad y que si podía, cambiara de domicilio. Se
marchó a vivir a Hondarribia «mientras se iba apaciguando la cosa».
A Kote Villar, sin
embargo, le resultaba «imposible» salir a la calle sin escolta. «Han sido
tantos años que era como si me faltara algo. Inconscientemente pensaba: ‘Si no
he llamado (a los escoltas) para que vengan’. Hasta que caes en la cuenta y
entiendes que ya no van a estar». Kote seguía teniendo miedo «porque los mismos
que habían pasado las informaciones a los comandos sobre mí seguían estando
ahí. ¿Que ya no matan? ¿Pero, quién te dice que no seguirán recopilando
información el carnicero, el de la papelería...? Yo toco madera para que esto
se quede como está».
Recuerda que Ordóñez
siempre decía una frase lapidaria: ‘Al final, nosotros seremos los malos’.
«Me llamó Ana Iríbar
el otro día para que, por favor, me animara a ir a la inauguración de la
exposición. Me dijo que le haría mucha ilusión verme también el sábado, y por
supuesto le he confirmado mi asistencia al menos a lo primero y espero ir a la
placa también».
Kote rememorará ese
día que lo primero que hicieron al salir del Ayuntamiento fue parar en una
tienda en Ijentea para comprar un recambio para el fax. «No podía vivir sin
mandar faxes», cita.
Opinión:
Aparte de toda la
vivencia sufrida por el señor Kote Villar al estar presente en el criminal
atentado contra Gregorio Ordóñez, creo que es el momento oportuno para recordar
los extraños e insensibles argumentos que la administración correspondiente
aporta cuando se trata de valorar las secuelas psicológicas al estar presente
en un atentado.
Muchas víctimas
sospechamos que la única razón existente para ello es que, al haber personajes
que han conseguido incapacidades engañando e inventando relatos no vividos ni
sufridos, ahora las administraciones competentes se dedican a negar todo por
sistema, seguramente sospechando que continúan intentando engañar(les).
Las víctimas de los
atentados de agosto 2017 en Catalunya son vivos ejemplos de lo que denuncio en
este comentario.
Señor Kote Villar,
mucho ánimo y si necesita asesoramiento, no tiene mas que contactar con
nosotros, como hacen constantemente otras víctimas que no son de los atentados
de agosto 2017.