miércoles, 6 de octubre de 2021

05 octubre 2021 (2) Deia

 05 octubre 2021

 


Juan Mari y Maixabel

La ternura y los recuerdos de Maixabel Lasa y el talento y sensibilidad de Icíar Bollaín no han sido suficientes para que los etarras que cumplen condena en la cárcel navarra fueran a enterarse de los sentimientos de Juan Mari Jáuregui.

¿Será acaso que no tienen sentimientos?

¿Será que dan por bueno lo ocurrido y no sienten ninguna necesidad de revisar sus miserables 'hazañas'

Josu Montalbán

 

E ha costado bastante tomar la decisión de escribir sobre Juan Mari Jáuregui y su esposa y compañera Maixabel Lasa, sobre todo porque el gran acto de generosidad que esta señora nos ha regalado a todos los vascos y vascas ha requerido que pusiera todo mi empeño por ennoblecer, más si cabe, algo tan sensible como ha sido el intento de Maixabel de hacer valer hoy la memoria de su marido, que había sido gobernador civil de Gipuzkoa y fue asesinado por la banda terrorista ETA allá por julio del año 2000, cuando solo tenía 49 años.

Sirva este relato escueto para enfatizar que ya han pasado más de veinte años, y se ha producido el lamentable hecho de que a la nobleza de su viuda Maixabel Lasa han respondido los etarras, y bastantes de sus amigos, con el desprecio. Cuando he sabido de lo ocurrido, es decir, del hecho de que ni uno solo de los etarras encarcelados en la prisión navarra en que se proyectó la película Maixabel acudiera a la exhibición de la película, sentí mucha pena, principalmente porque sé que Maixabel –y la directora Icíar Bollaín–, han puesto en este filme su alma, su memoria, sus recuerdos, sus sentimientos más íntimos, sus pensamientos e, incluso, sus entrañas, eso sí, estas últimas domesticadas y dulcificadas.

De modo que, cuando he leído en los diarios que Maixabel preguntó en un acto en la cárcel de Nafarroa en que se iba a proyectar la película "¿va a haber etarras viendo la película?", y algún rato después se respondió a sí misma "me han dicho que no, es una pena", me ha asaltado un sentimiento de rabia y de tristeza. De rabia, porque a un acto tan noble y humano se respondiera por parte de los asesinos y cómplices con el desprecio. De tristeza, porque siento que quienes nos inocularon tanta pena, y tristeza, y pesadumbre, y miedo, no han entendido que quienes sufrimos en aquel tiempo la violencia de ETA necesitamos que los etarras, quienes les apoyaron y quienes piensan aún que fueron provechosos, se avengan a admitir que infligieron tal sufrimiento a la sociedad que harían muy bien en pedir perdón, siquiera como acto testimonial, aunque fuera con la boca pequeña.

Conocí a Juan Mari Jáuregui y hablé con él en bastantes ocasiones. Compartí con él aquella campechanía que llevaba instalada en su cara y en su semblante, de tonos vigorosos y rojizos, una sonrisa que parecía perpetua. Por eso siempre me pareció que Juan Mari Jáuregui era un granembajador para el PSE, pero sobre todo para la vida de todos los vascos. Abrazaba sin ahogar. Hablaba en alto, pero sin estridencias. Escuchaba con respeto... Y miraba mostrando bien a las claras que quería verlo todo, para sacar consecuencias o, quizás, para sentirse satisfecho y debidamente informado. Y debo subrayar que todo esto que ahora escribo surge de mis recuerdos con tanta sencillez, porque su mirada y sus ademanes eran tan naturales como sus palabras.

Pues bien, ha resultado que la ternura y los recuerdos de Maixabel (Lasa), y el talento y la sensibilidad de Icíar Bollaín no han sido suficientes para que los etarras que cumplen condena en la cárcel navarra fueran a enterarse de los sentimientos de Juan Mari. ¿Será, acaso, que ellos, los presos etarras, no tienen sentimientos? ¿Será que dan por bueno lo ocurrido hace veinte años y no sienten ninguna necesidad de revisar sus miserables hazañas? ¿Será su desprecio a la película una muestra de la miseria moral que aún encierran sus sentimientos? Da la impresión de que dichos sentimientos –en el caso de que sean capaces de sentir– han emponzoñado sus entrañas de tal modo que solo les sirven para la supervivencia, pero no para ser mínimamente humanos.

Porque, curiosamente, Maixabel ya había expresado a los presos que el diálogo y sus virtudes es lo que pudo aprender durante su vida y convivencia con Juan Mari Jáuregui. Tal transmitieron, tanto ella como la escritora y directora Bollaín, a quienes quisieron escuchar, pero ni uno siquiera de los doce internos pertenecientes a ETA y presos en la cárcel navarra acudió a escucharla. Probablemente esos doce sienten vergüenza, es decir se sienten culpables de lo que hicieron... Y curiosamente, 70 internos (presos, pero presos comunes), acudieron a ver la película, probablemente interesados en saber a qué había respondido el rencor y la vergüenza de los presos etarras. Setenta internos se mostraron interesados, según cuentan los cronistas asistentes, y más allá del interés estallaron en aplausos antes de iniciar un diálogo importante con la viuda a la que ETA le robó el amor, y con la narradora que hizo de testigo. Y por si alguien pudiera pensar que los presos pierden su sensibilidad en la cárcel, estallaron en aplausos y en voces de admiración dedicadas a Maixabel, a la que tildaron de "campeona" o de "madre coraje".

En una sola ocasión he estado preso, recluido en un recinto de tres por cuatro metros –una especie de lo que antes se llamaba perrera–, adonde fui conducido tras ser sorprendido en una manifestación de protesta. Apenas permanecí seis horas, y me dio tiempo para pensar mucho, por eso valoro en gran medida a los 70 presos que acudieron a dialogar con Maixabel, y considero tan abominable como despreciable la ausencia de los presos etarras en el acto. Dado que la película recoge el encuentro de la viuda Maixabel con algunos disidentes de la banda asesina, parece evidente que el desprecio de los presos expresa que no se han arrepentido de nada, peor aún, el silencio de los responsables de EH Bildu, que no se han expresado al respecto (siempre aceptando las meritorias excepciones de quienes han aceptado pedir disculpas), constituye una miserable afrenta de quienes deberían, primero arrepentirse, y después pedir perdón a las mujeres, esposas, hijos, padres, y amigos de los asesinados. El esfuerzo de Maixabel por normalizar la vida de los anormales presos etarras merece un aplauso, incluso el homenaje de quienes asistimos al abandono de los asesinatos de ETA. Yo, que conocí a Juan Mari, me imagino lo que tiene que ser perder, del modo que Maixabel le perdió, a un hombre de sus características: noble, cordial, siempre risueño, donante de ternura y generador de confianza.

Aunque bien sé que este escrito no restituye amores ni afectos de modo contundente, deseo que sirva para resarcir nuestros afectos hacia Juan Mari... Y también hacia Maixabel, e incluso hacia los presos que acudieron a presenciar el homenaje, los 70 internos que honraron el testimonio ofrecido por Icíar Bollaín y Maixabel Lasa...

Maixabel subrayó la condición de Juan Mari como "defensor de todos los derechos humanos". Y yo, que no puedo, ni debo, ni soy capaz de puntualizar ni una sola de sus palabras, debo subrayar igualmente su compromiso democrático en defensa de la libertad de todos, con especial predilección de los más desfavorecidos. Valía más una sonrisa de aquiescencia de Juan Mari que cualquier arrepentimiento de un etarra, si bien ese arrepentimiento se debe exigir con todo el rigor que es debido a un sistema democrático. Ahora mismo, echo de menos alguna crítica pública de los chicos y chicas de EH Bildu –al menos de los que pertenecen a las organizaciones no partidarias de ETA–.

Ya que el triste asesinato de Juan Mari fue en balde, como suelen serlo casi todos, espero que esta muestra de generosidad de Maixabel no lo sea... ¡Muy grandes, Juan Mari y Maixabel!

 

 

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