10 octubre 2021 (2) El Correo
10 octubre 2021
Arrepiéntete
Antonio Rivera Catedrático de Historia
Contemporánea de la UPV-EHU
El PNV ha redoblado la presión sobre la
izquierda abertzale para que rechace el pasado terrorista. Aunque lo haga por
razones tácticas, bienvenido sea. Hubo un tiempo en que nacionalistas y
abertzales dirimían su particular competición dando patadas en el culo de los
no nacionalistas; bueno, muchas veces eran más que patadas por parte de estos
segundos. Unos y otros han mantenido un pulso por el dominio político del país
desde el día en que ETA se alzó pretendiendo un ‘sorpasso’ en toda regla sobre
el nacionalismo histórico del PNV.
En aquellos tiempos en que la violencia se
tomaba por otra manera de hacer política, los reproches contra los terroristas
y sus soportes civiles dependían del papel o de la consideración que se
reservara al agente español, ya fuera el Gobierno central o la ciudadanía vasca
no nacionalista. En esa tesitura, en numerosas ocasiones se echó en falta un
rechazo más contundente, menos calculado en términos tácticos.
De un tiempo a esta parte, cuando el terrorismo
ha dejado de ser protagonista, el nacionalismo vasco y su amplio entorno de
medios, portavoces o personas reconocidas de esa procedencia han intensificado
la crítica contra el mundo abertzale por la cuestión del pasado; en concreto,
demandando un rechazo de estos de toda la historia de violencia de ETA. Los
reproches se manejan en un ámbito que ha terminado por crear un lenguaje y una
semántica endiabladas, donde aparecen términos como «condena» o «rechazo» con
significaciones insospechadas y cambiantes. Alguien que llegara tarde a la
política vasca podría pensar que esta discusión tiene su lógica: al fin y al
cabo, es adecuado recriminar a quien no se aparta de ese recuerdo de violencia
después de un decenio de haber acabado esta. Incluso alguno podría suponer que
esta agria conversación es continuación de aquel acuerdo de 2013 del Parlamento
vasco que estableció el llamado suelo ético, donde se desautorizaban todos los
argumentos para justificar el recurso al terrorismo. Me temo que no hay nada de
eso. Estamos ante una nueva fase táctica donde la exigencia de rechazo del
pasado terrorista busca visibilizar las diferencias entre los dos competidores
máximos de la política vasca. En ausencia o retirada del resto de actores, el
PNV ha concluido que solo tiene una amenaza a su flamante hegemonía: la que le
supone el otro nacionalismo.
Con haber diferencias notables y evidentes de
posición política entre ambos, determinado público puede seguir siendo sensible
al argumento de la violencia al cabo de los años, y resulta ventajoso para
quien mantiene la iniciativa aparecer cada poco reclamando una afirmación
pacifista, mientras el contrario busca el retruécano de la jornada para esquivar
la retractación solicitada. Pero advertir una intención práctica en esa justa
demanda no invalida su oportunidad. Los antaño partidarios de ETA llevan peor
el reproche de sus cercanos nacionalistas que el de los entonces tomados por
enemigos e incluso eliminables.
La insistencia jeltzale, táctica o no, acabará
por reiteración naturalizando esa exigencia hasta conseguirlo, con lo que se
habrá hecho un adecuado aporte a la recuperación moral del país. Nunca es tarde
si la dicha es buena. Si ahora el tacticismo juega a favor de los valores
positivos, de necios sería desdeñarlo. En todo caso, obsérvese cómo lo agrio de
la disputa no enfría la relación política en otros temas tenidos de superior
importancia por nacionalistas y abertzales. Me refiero a las políticas de
euskaldunización, ahora cuestionadas en su profunda eficacia, que son
respondidas al unísono con un «más madera» de tinte marxiano.
En lo de la violencia se puede mostrar
flaqueza, en el sentido que sea, depende de las modas de la opinión, pero en lo
del euskera no se lo puede permitir ninguno. De manera que acordarán para
seguir dando en el culo (y en el futuro vital) de esos vascos sedicentes por la
razón que sea con el idioma nacional. Una situación que se podría repetir en lo
que hace a los marcos jurídico-políticos del país y a su relación con el resto
de España.
Ahí también la teoría de los vascos
comunicantes animaría un acuerdo entre esa mayoría natural de nacionalistas,
haciendo abstracción, como cada vez que han optado por la estrategia de frente
nacional, de los vascos que no siguen esa pauta o de la propia pluralidad del
país. A veces amagan con ello, pero parece pesar más en el presente el disfrute
de la recompensa de la moderación que el entusiasmo por abrir un camino de
venturas. Ahí cada cual ocupa su papel, estático, casi ya geológico, mientras
parte de la sociedad contiene la respiración ante cada nueva ocurrencia. Siendo
positivo, todo es artificio porque no hay profundidad democrática en la
reclamación que se hace de cortar con la historia. Se sigue pidiendo un
desmarque con respecto al pecado pasado –el de haber acudido al recurso de la
violencia–, pero no se concluye una experiencia común para el presente y el
futuro: no repetir los errores políticos de entonces, aunque se haga sin
recurrir a la fuerza y solo mediante la mayoría.
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