10 enero 2025
Homenajes
públicos a terroristas: glorificación de los asesinatos
Quedan
379 asesinatos sin resolver. Con autores que los homenajeados, es decir, sus
compañeros de Parabellum, conocen al detalle y callan
Ricardo
Magaz, Profesor de Fenomenología Criminal de UNED y escritor
La
glorificación de terroristas a través de homenajes públicos en el País Vasco es
una práctica infame ante la que el Gobierno se pone de perfil. El Ejecutivo no
se da por enterado para no molestar a los herederos políticos de la banda
terrorista ETA, a los que necesita en el Congreso de los Diputados para
mantenerse en el poder. Estas ofrendas no solo constituyen una ofensa grave a
la memoria de las víctimas del terrorismo, sino que envían un mensaje peligroso
a las nuevas generaciones de legitimación implícita de la violencia y el tiro
en la nuca como medio para alcanzar objetivos políticos o sociales.
Es
fundamental recordar que el terrorismo ha originado una herida terrible en
España, y particularmente en el País Vasco. ETA perpetró 3.000 actos
terroristas en todo el territorio nacional, asesinando a 853 personas. Con
miles de heridos ocasionados durante más de medio siglo de barbarie entre la
población, la banda dejó 1.635 huérfanos, secuestró a 79 víctimas, extorsionó a
10.000 empresarios con el llamado «impuesto revolucionario» y arrojó en este
tiempo, por amenazas o miedo insuperable, a cerca de 100.000 hombres y mujeres
del País Vasco al exilio.A día de hoy, aún quedan 379 asesinatos sin resolver y
sin autor material. Unos autores que los homenajeados, es decir, sus compañeros
de Parabellum, conocen al detalle y callan con la anuencia de quienes consienten
con su pasividad estos actos. En este contexto, los agasajos públicos a
terroristas que salen de prisión (donde reciben trato de privilegio), o que ya
están en libertad, caso sangrante de Josu Zabarte, alias ‘El carnicero de
Mondragón’, etarra psicópata, ejecutor de 17 asesinatos, suponen una doble
victimización para quienes han sufrido las consecuencias de la violencia. Las
víctimas del terrorismo merecen respeto, reconocimiento y reparación, no el
agravio adicional de ver como se ensalza a sus asesinos. ¿Alguien se imagina a
los yihadistas haciéndole en Nueva York una ofrenda de desagravio a los autores
de la masacre de las torres gemelas? Al mismo tiempo, estos homenajes envían un
mensaje profundamente nocivo a la sociedad. Al glorificar a los terroristas, se
trivializa la gravedad de sus acciones y se distorsiona el relato histórico con
la perversión del lenguaje, presentando a quienes emplearon el tiro en la nuca
y el coche bomba como héroes o figuras dignas de admiración. Se blanquea de
este modo el relato del horror, se impone el término «conflicto con el Estado»
a la práctica salvaje del terrorismo y se coloca el contador a cero. Tener que
recordar que estos actos de exaltación infringen la legislación vigente es una
ironía macabra. En España, la apología del terrorismo está tipificada como
delito en el Código Penal (Art. 578), precisamente porque este tipo de
conductas contribuyen a justificar y promover el uso de la violencia. Para que
la ley se cumpla es necesario que alguien ejerza de garante. Los terroristas de
ETA no son presos políticos; son criminales. Las autoridades del País Vasco y
singularmente del Gobierno central disimulan mirando para otro lado por
intereses espurios. No olvidemos que Moncloa tiene de cofrades a los
bilduetarras. El propio ministro del Interior, Fernando Grande Gómez, antes de
que cambiara su nombre euskaldunizándolo por el de Fernando Grande-Marlaska,
goza del elogio público de los usufructuarios de la banda terrorista ETA que se
sientan en el Congreso de los Diputados, hasta el punto de que son estos,
herederos políticos de ETA, los que han promovido la reforma a la medida de sus
necesidades kale borroka de la Ley de seguridad ciudadana, con el aplauso del
ministro del Interior, de quien depende la norma. Con todo, el titular de la
cartera saldrá tarde o temprano del palacete de Castellana sin honor y con la
repulsa de la inmensa mayoría de los agentes, salvo algún caso excepcional de
colaboracionismo en el generalato y en el comisariado con abundancia de
medalleo clientelar en el pecho y poca ética. Es importante reconocer
finalmente el papel de las asociaciones de víctimas del terrorismo en la lucha
contra los homenajes humillantes. Estas organizaciones desempeñan un papel
esencial al visibilizar el sufrimiento de las víctimas y exigir justicia y
reparación. Su labor es imprescindible para mantener viva la memoria de quienes
perdieron la vida a manos de las pistolas y las bombas de ETA y evitar que sus
historias sean ultrajadas, tergiversadas y olvidadas. Cuál será la siguiente
línea roja: ¿pactar con pederastas, con violadores, con maltratadores, con
narcotraficantes…?
Opinión:
Solo añadir un detalle al artículo del señor Magaz. Llevo 37
años en el mundo asociativo relacionado con víctimas del terrorismo y con el
paso del tiempo he ido descubriendo que cada vez somos más víctimas las que rehuimos
del asunto “siglas” por varias razones.
La primera y mas determinante: por el uso personal,
partidista y político que algunos han hecho del dolor ajeno. Una cuestión que también
aparece cuando se habla con ciudadanos que no han sido víctimas del terrorismo pero
que tienen criterio sobre la materia.
Segundo: por el innegable posicionamiento partidista que muchas
de esas siglas han llevado a cabo en el paso de los años, especialmente tras
los atentados del maldito 11 de marzo de 2004 en Madrid
Tercero: porque aunque sea una cuestión muy poco conocida
y estudiada, el hecho de aparecer en una relación nominal de una u otra sigla
no implica ni incluye el ser asistida desde la misma. Como ejemplo, víctimas
del terrorismo en Catalunya que han recibido una carta hace unas pocas semanas
solicitándoles apoyo económico mientras que en más de 20 años no han recibido
una sola llamada para preguntarles por su estado.
Y no me invento nada. Lo acabo de comprobar hace menos de
una hora hablando con una víctima de la banda terrorista ETA en el País Vasco.
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