lunes, 26 de mayo de 2025

25 mayo 2025 Diario de Sevilla

 

25 mayo 2025 



La verdad ya no importa

Cuando los políticos deciden que decir la verdad no es obligatorio y comprueban que no penaliza, cambian las reglas de juego y se anticipa el caos

Dietario de España, de Antonio Hernández Rodicio

Para una buena parte de los políticos de todo el mundo la verdad ya no importa. Ese es el cambio de paradigma de la política actual. Ultras y populistas (no es lo mismo: todos los ultras son populistas pero hay populistas que no son ultras) tiran de ese carro. No hubiera sido tan grave si esa práctica se hubiera quedado extramuros de los partidos sistémicos. Pero no ha sido así. El gran emblema es el Partido Republicano con Trump, un tipo que lidera unos Estados Unidos camino de la decadencia política, moral y económica como grandes logros de su año I. El presidente del partido de Lincoln mintió cuando denunció la gran estafa electoral de 2020, ya mentía antes y ahora lo hace sin complejos ni límites.

Los verificadores de The Washington Post acreditan que el común de los políticos mienten en el 15% o el 20% de sus afirmaciones. Trump lo hace en el 65% de las ocasiones. Para él crearon la categoría de "Pinocho sin fondo" y lo incluyen directamente en la categoría de la desinformación. Es un fake con patas. Hay algo más grave que un presidente que miente por norma: que no tiene castigo.

Caos, desorden, deterioro democrático

Como el resto del mundo mira a EEUU tanto como se le critica, y como observan que mentir no lastra la intención de voto sino que en ocasiones la favorece, otros muchos se han ido echando a la carretera. Están los que mienten sin rodeos ni sonrojos. Y están los que nadan en la manipulación de hacer política sobre lo que tiene apariencia de verdad o no ha sido contrastado y lo hacen aunque son conscientes de que lo más probable es que sea un bulo. Esos son más peligrosos que quienes mienten a las claras.

Uno de los objetivos de las fakes es conseguir que no se distinga la verdad de la mentira. Y en eso van ganando. Siembran el caos y el caos es el desorden y en el desorden siempre ganan los malos, porque se degrada la democracia, se impide el derecho de los ciudadanos a consumir información de calidad, saltan por los aires los contrapesos, se sortean los blindajes institucionales y se quiebra el sistema de garantías. En definitiva, se derriba el sistema. Por eso es tan serio eso de la desinformación, que no es un asunto de políticos y periodistas. La dinámica por la cual se introducen en el circuito noticias falsas, acusaciones manipuladas, sin datos ni chequeos, es una de las claves de bóveda de la crisis de las democracias liberales y de los sistemas democráticos en general (que acumulan además otros méritos) pero también de la confianza en la política, de la credibilidad de las instituciones y de la convivencia ciudadana. Todo se ha deteriorado.

Pero es que cuando alguien decide que mentir vale, que la verdad es opcional, cambian las reglas de juego. Y quienes creen que la verdad sigue siendo obligatoria empiezan a competir con una mano atada a la espalda.

Los ciudadanos, cooperadores necesarios de los bulos

No hace falta poner ejemplos. Lo ven a diario, en la tribuna del Congreso, en las comisiones de investigación, en los medios, las redes y en algunos juzgados, donde los delirios conspiranoicos de grupos de interés disfrazados de acusaciones particulares se convierten en papel timbrado. Según Eurostat, el 83% de los españoles se topan a diario con algún bulo. Es el índice más elevado de la UE, que alcanza una media del 69%. Más datos desesperanzadores: el 73% desconfían de las redes sociales pero 26 millones de españoles las usamos a diario, sólo el 14% se sienten capaces de identificar las noticias falsas y el 40% aunque tienen dudas sobre la veracidad de algunas cosas que leen, las difunde igualmente.

Escribía recientemente José Andrés Rojo sobre las masas enardecidas y de cuando "el discurso de los líderes mesiánicos halaga el sentimiento de grandeza que persiguen sus seguidores". En efecto, los ciudadanos somos cooperadores necesarios de este estado de cosas. Este fenómeno no existiría sin gente desavisada colaborando de buena fe o desde la ignorancia con la difusión de bulos, sin los turbomotivados que los repican encantados hasta en los grupos de whatsapp del colegio de los niños, o sin aquellos que aun teniendo dudas los impulsan porque al fin y al cabo esa mentira coincide con lo que él piensa y con lo que le gustaría creer que es cierto. Sin esos cooperadores necesarios, que somos todos en potencia, los laboratorios y las redes de influencers –coordinadas, financiadas y con la cobertura institucional y empresarial adecuada– no existirían.

Algunos partidos se han sumado a ese juego con alegría. Algunos con trompetería anunciando las falsedades, otros taimadamente. Convierten en posible verdad un supuesto hecho que el adversario simplemente no puede negar porque lo desconoce. Se articula la hipótesis de lo cierto sobre la nada y se percute sobre esa hipótesis construida sobre falsedades o supuestos hechos. Si tratas de argumentar siempre pierdes ante "la verdad" oficial de las redes, repetida tantas veces, de forma tan popular y empática, con tanta autoridad moral, que es imposible revertirla. Se cree lo que se quiere creer, sobre todo cuando la otra versión procede de ámbitos desprestigiados, como son las instituciones. Y sobre eso construyen comparecencias parlamentarias, entrevistas, declaraciones y vídeos en tiktok. Una parlamentaria ayusista o ayusiana, del PP, Elisa Vigil, que es la diputada más joven de la Asamblea y además es abogada, ha visto una furgoneta cargada "de pilinguis" rumbo al parador donde Ábalos destrozó la habitación en una orgía desenfrenada. Lo dice en un vídeo de tik tok, aunque nadie ha acreditado ni los destrozos, ni la orgía desenfrenada ni la furgoneta. No debería extrañarnos: la derecha edificó la deconstrucción falsa del 11-M utilizando una furgoneta kangoo.

Bulos y bula

Yerran los que lo creen que los bulos de baja intensidad son permisibles si sirven a un bien mayor como es debilitar al adversario y ocasionarle problemas políticos. Es como justificar un poquito de contaminación en los mares o un poco de salmonella en la mayonesa. Asusta pensar que ignoren que dando cancha a bulos e informaciones interesadas con apariencia de verosimilitud pero que no tienen por qué ser verdad están socavando el propio suelo en el que están ellos mismos de pie. La de las furgoneta de las pilinguis tarde o temprano será víctima de alguna campaña similar tan injusta y degradante como la que ella impulsa con el desacomplejamiento que la bula mediática y social le concede a los conservadores madrileños. Bulos y bulas. Es perverso invertir la carga de la prueba y exigir que los acusados (políticamente) demuestren su inocencia en vez de acusarlos previa demostración de hechos que razonablemente apunten a su culpabilidad.

Es brutal disfrutar porque al rival lo crucifican en las redes, lo insultan gravemente y amenazan. Pírrico y estúpido triunfo, propio de bárbaros. Si creen que ese uso espurio de los supuestos hechos que son falsedades solo afecta al rival es que son rematadamente tontos. Si les da igual son inevitablemente irresponsables y si no se han parado a pensarlo son urgentemente prescindibles para la vida pública.

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