En la mateixa revista trobem un altre dels articles de en Robert. Un article que ja, el 1995, denunciava el aprofitament polític i partidista que ell intuïa i que alguns arribarien a fer realitat molts pocs anys després. L’article no te desperdici de cap mena. Es aquest, publicat també al diari “El Mundo” el 13 de desembre de 1995:
Terrorismo, las razones de la víctima.
En el país en que vivimos, se buscan razones para todo. Cualquier individuo tiene sus razones para su forma de proceder. Si nuestras acciones son provechosas para el entorno social, excelente; pero si éstas son perjudiciales, nos quedaría la solución, la excusa o salida de inventar argumentos que puedan convencer al prójimo de que esos hechos mal realizados se han debido a una ideología concreta, que puede ser desaprobada, pero merece ser respetada. En otras palabras, ante unos hechos delictivos, la sociedad debe responder con “obligada” comprensión o una deliberada indiferencia. Quien no cumpla este tácito mandamiento corre el riesgo de ser marcado como intolerante o rencoroso.
Esta presentación se refiere a un asunto que, por lo aleatorio e indiscriminado que resulta, ha llegado a ser moneda de cambio en nuestro sistema político y judicial. El terrorismo se ha convertido en una forma de ataque oral (del físico no es necesario hablar: 900 muertos y 4000 heridos lo atestiguan), un ataque verbal entre políticos y jueces. Pero entre esos dos bandos estamos las víctimas. Por ello, por ser parte implicada aunque nunca consultada y a menudo abandonada, nos vemos en la necesidad de exponer nuestras razones, más aún cuando se nos presenta como un colectivo de recncorosos o resentidos con el poder establecido. Nada de esto es cierto. Ocurre que las víctimas también tenemos nuestras razones, nuestras opiniones que presentar ante la parafernalia organizada alrededor del terrorismo, porque para opinar sobre cualquier asunto, sobre cualquier delito, nada mejor que haberlo sufrido directamente.
Son varios los puntos relacionados con esta lacra asesina de los que hay que hablar con claridad. Mostrar conformidad con el interés “supremo” que existe en desenmascarar el asunto del GAL es de recibo. SE debe llegar al fondo oscuro y siniestro de esa banda, investigar la trama ilegal y castigar a los culpables de esos casi 30 asesinatos, simplemente porque la ley y la ciudadanía lo exigen. Pero, además, esa misma ley y la ciudadanía exigen que esos medios, que ese interés y esa tozudez jurídica se apliquen también en perseguir a los etarras y su entorno.
Pero no sólo no se aplica el mismo esfuerzo sino que además por falta de profesionalidad o escaso interés se permite la salida de la cárcel de unos terroristas al agotarse elm período máximo de prisión sin ser juzgados. No hay que olvidar que ETA ha asesinado a 301 personas desde que el GAL dejó de cometer atentados. Demostrada esta desidia, sólo cabe una pregunta al juez: ¿Para cuándo un partido de futbol entre etarras excarcelados y víctimas del terrorismo? Once contra once. Once inválidos cuyo crimen fue estar donde estaban cuando no era el momento oportuno, contra once “valientes” cuyo mérito es matar por la espalda o reventar hipermercados. Con la recaudación se podría pagar a los afectados todos los viajes que se les adeudan por haber tenido que acudir a testificar, a recordar y a conocer de cerca a los autores de su atentado, a los que les han robado la salud, la familia, la vida...
Puede parecer insólito pero es real. Mientras los políticos se gastan el dinero público en compensar a algunos altos cargos por su dedicación, por interrumpir vacaciones, por correr riesgos derivados de su cargo, ninguno de ellos tiene el detalle de preocuparse por las viudas o los huérfanos de los afectados por terrorismo, ni tan siquiera les envían turrón o un juguete por Navidad. ¿Será que no hay presupuesto para ello, se han agotado los fondos o la almendra ha subido de precio? Todo lo referido es cierto, aunque a alguien le cueste creerlo. ¿Pero qué se puede pensar de un Gobierno que firma recursos para que el Estado no pague a las víctimas de Hipercor, aunque la Audiencia le obligue a abonar una mísera cantidad en concepto de indemnización? ¿Qué se puede decir de alguien con el cinismo de declarar que la lucha contra el terrorismo es su primer objetivo, si luego firma excarcelaciones en masa?
¿Que opinión puede merecer el que proclama que “los terroristas se pudrirán en la cárcel” y luego está de acuerdo con ese perdón disfrazado y mal llamado reinserción? No queda otra respuesta, por consiguiente, todos lo entendimos mal. Su intención no era que el “terrorista se pudriera en la cárcel”, sino que “el terrorista se riera en la cárcel”. La razón es fácil de entender: porque hacer cumplir máxima de treinta años a un asesino condenado a cientos de años por varias muertes “no sería mas que pura represalia”.
Estas son las razones político-jurídicas para mantener un entente cordial, pero la víctima no está de acuerdo. No comprendemos como un terrorista puede estar libre cuando los juicios por sus acciones aún colean o ni tan siquiera se han celebrado. No comprendemosm por qué debe existir una asociación que agrupe a las víctimas del terrorismo cuando en ningún otro país europeo ocurre tal circunstancia. No comprendemos por qué no se cuenta con la opinión del afectado para nada. No llegamos a comprender por qué se utilizan los eufemismos “violentos”, “Radicales” o “luchadores” a quienes sólo tienen un nombre: terroristas.
Es inconcebible que se haga creer a la opinión pública que la víctima del terrorismo no perdona, que desea el enfrentamiento, que no colabora. No es así. La razón, nuevamente, es obvia: nadie, ningún terrorista, nunca ha pedido perdón a su víctima. ¿Quién perdonaría a la alimaña que le arrebató su bienestar, un familiar querido, un amigo íntimo sin haber recibido antes una solicitud de perdón? No nos dejemos engañar. Ningún viudo, viuda, huérfano, tetrapléjico haría tal cosa. Pero se exige que lo hagamos. Se nos exige que olvidemos, que perdonemos, “porque es el primer paso a la solución del conflicto vasco”, “no hay otra solución posible” y otras majaderías semejantes.
Nosotros proponemos una solución más directa y más razonable: que las leyes se cumplan. Que no se interpreten según la necesidad política del momento. Que no se presente a los autores de los atentados como las víctgimas de sus propios actos voluntarios y premeditados. Que se denuncien los arreglos internos entre la clase política. Que los jueces se dediquen a impartir justicia, con todo el interés y la urgencia precisa, desenmascarar a todas, reitero, a todas las organizaciones terroristas.
Las razones de las víctimas son claras y contundentes. No nos mueve el odio, el rencor ni la venganza. Sólo nos mueve el deseo de justicia, el deseo de reparación moral, el anhelo de que esto termine de una vez por todas, el derecho a no encontrarnos, por imperativo legal o dejadez administrativa, al terrorista en nuestra misma ciudad hasta que haya purgado su condena. Pero debemos seguir proclamando que no estamos a favor de las solcuiones que ahora se manejan. ¿Cómo se pueden mantener contactos con los terroristas mientras tienen a un ciudadano secuestrado? ¿Cómo se puede permitir a un padre que ha perdido en atentado a toda su familia que olvide lo ocurrido? ¿Cómo se puede tolerar que una viuda vea por la calle al asesino de su marido? ¿Cómopueden algunos políticos acudir a juicios para comprobar el estado de los acusados y no hablar ni siquiera con las víctimas? Qué descaro más impresionante y cuanta paciencia y capacidad de aguante del inocente en esta discusión de intereses políticos.
Al principio hacía referencia a la “obligada” comprensión que la sociedad debe prestar a determinados actos delicitivos. Pero el terrorismo no es solo un hecho delictivo, es también un delito violento contra todos los ciudadanos. No existen atenuantes ni eximentes a estos actos. Ningún atentado se puede excusar ni minimizar. Para preparar un coche bomba, una explosión o un cobarde tiro en la nuca no se puede estar bajo los efectos de las drogas o del alcohol. Es un acto premeditado, con el único fin de hacer daño, cuanto más mejor. Veintinueve niños muertos, tres de ellos no nacidos, son pruebas evidentes de ello. Pero al disfrazarse bajo una ideología política ya se corre el riesgo de buscarle una disculpa. ¿Quién estaría de acuerdo en excusar otros graves delitos, como la violación sexual o el narcotráfico si se maquillaran con una “finalidad política”? Nadie en su sano juicio lo aceptaría. Las víctimas del terrorismo, evidentemente, tampoco.
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