15 junio 1997
El company Francesc Pascual del diari “El País” va fer un excel·lent reportatge al complir-se als deu anys de l’atemptat de Hipercor. Com era de esperar, la peça central de la informació tornava a ser en Robert Manrique. Era el diumenge 15 de juny de 1997.
“La bomba de Hipercor me estalla todos los días”
“La bomba de Hipercor me estalla todos los días”
El jueves se cumplen 10 años de la matanza más cruel de ETA, que se saldó con 21 muertos y 45 heridos graves
“La bomba de Hipercor me estalla todos los días”. “A cada momento revivo el atentado en mis propias carnes, porque (los etarras) no paran de cometer atentados”. “No hay día en que no me acuerde de la bomba”. Así se expresan, 10 años después, tres de las víctimas del atentado más sanguinario de la banda terrorista ETA: el cometido el viernes 19 de junio de 1987 a las 16.12 horas, al hacer estallar el ‘comando Barcelona’ un coche bomba en el aparcamiento subterráneo de los almacenes Hipercor de Barcelona con un tremendo resultado: 21 muertos, cuatro de ellos niños y 45 heridos graves, 10 de los cuales han quedado inválidos de por vida.
Un coche preñado de muerte llevaba en su maletero una mezcla infernal: 30 kilos de amonal y 200 litros de un compuesto de gasolina, pegamento adhesivo, cola de contacto y escamas de jabón. El artefacto era una especie de bomba incendiaria, semejante a las bombas de napalm que hicieron tristemente populares los norteamericanos cuando arrasaban con ellas las aldeas de Vietnam. El napalm, que arde a altísima temperatura, se pega a la víctima sin que se pueda desprender y apagar.
A las 16.12 horas de aquella tarde de hace 10 años, el coche hizo explosión y expandió su carga de muerte por el aparcamiento y el supermercado. Fue la mayor matanza efectuada en una sola acción por ETA. Por la hora y el lugar, los terroristas sabían que las víctimas de su acción serían sobre todo mujeres y niños. Fueron las víctimas inocentes de la insania etarra.
El caso de la niña Jessica
Víctimas tan inocentes que una incluso no había nacido. El fenomenal estampido de la bomba dejó sorda en el vientre de su madre a Jessica, una pizpireta niña que ahora tiene nueve años. Milagros Rodríguez Luzuriaga, la madre de la traviesa Jessica, era cajera de Hipercor y estaba embarazada. El diagnóstico del doctor Mozota, del hospital Virgen del Camino de Pamplona, no deja lugar a dudas: la niña padecía sordera total por ‘blast’ (onda expansiva).
Cruel paradoja.
Jessica no está considerada víctima de aquel atentado, por lo que la niña, que en razón de su grave disminución precisa cuidados y educación especial, no ha recibido ninguna ayuda oficial porque no tiene derecho a ellas. La Asociación Víctimas del Terrorismo lleva una batalla legal para que Jessica y otros familiares de afectados por la bomba de Hipercor sean reconocidos como víctimas de aquella tragedia.
Como en todo atentado masivo, la fatalidad tuvo aquel día de junio una doble cara: contribuyó a salvar vidas en unos casos y a segarlas en otros. A.M., de 43 años en la actualidad, y su marido J.V., que tenía 43 por aquel entonces, cogieron su coche para ir a comprar a Hipercor. A.M. se bajó del vehículo en la calle, antes de que su marido entrara con el automóvil en el aparcamiento. Cuando J.V. aparcó el coche, estalló la bomba etarra. Dejó viuda y dos hijos de 13 y 10 años. A aquella fatídica hora del 19 de junio de hace 10 años, Robert Manrique Ripoll, que trabajaba en la carnicería de Hipercor, tenía que estar en su casa descansando, ya que su turno era el de mañana. Manrique atendió la petición de un compañero para que le cambiara el turno porque tenía una competición deportiva.
“Tenía la bomba bajo mis pies. La plaza en la que los etarras aparcaron el coche bomba está justo debajo de la sección de carnicería”, precisa Manrique. La mortífera bomba incendiaria le quemó el 80% del cuerpo.
Manrique, un animoso testigo de Jehová que tenía 24 años cuando estalló la bomba, es el paradigma de víctima de un atentado terrorista. Cabeza visible en Cataluña de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, ha hecho de Hipercor el centro de su existencia. “Todas las víctimas de un atentado lo convierten en el núcleo obsesivo de su vida” precisa Sara Bosch, psicóloga experta en tratar a las víctimas del terrorismo. “Toda persona que sufre en su carne el zarpazo del terror se pregunta a todas horas y todos los días: ¿Por qué yo? ¿Por qué me ha tenido que tocar a mi?”, señala Bosch.
Hundimiento moral
Esperanza Ramos, de 36 años, es la esposa de Robert Manrique. Hasta hace un año y medio aguantó aparentemente con ánimo fuerte el atentado, las heridas y el largo proceso de curación de su marido, sus intervenciones quirúrgicas, sus obsesiones, y fue uno de los apoyos en la lucha que mantiene Manrique contra el terrorismo y para lograr las máximas ayudas para los afectados por la locura terrorista. “Hace poco mas de un año”, explica Manrique, “mi esposa dijo basta, ya no aguantó más la presión. Desde entonces está en tratamiento psiquiátrico”.
Esta reacción de hundimiento es de manual, típica entre las víctimas de un atentado o sus familiares, sostiene Sara Bosch. Otro comportamiento que se da, añade Bosch, “es que muchas víctimas suelen caer en un silencio psicótico como mecanismo de defensa. Pueden pasar años y años sin que hablen del atentado ni en sus círculos más íntimos, hasta que llega un día en que se derrumban. La herida siempre la tienen abierta”.
Hay un antes y un después de Hipercor. La sociedad catalana, que nueve días antes de la matanza había dado 39.682 votos a Herri Batasuna en las elecciones al Parlamento Europeo, se dio de bruces con la realidad, abrió los ojos y retiró el crédito a cualquier independentismo terrorista.
La imagen de los muertos y heridos quemados por el ‘napalm’ etarra no tenía nada que ver con una de la guerra de Vietnam que recorrió el mundo: aquella en la que se ve a la niña Kim Phuc que, desnuda, llorando y con el napalm prendido en su cuerpo, huye con otros niños despavoridos del infierno que se adivina a sus espaldas, obra de una pasada de la aviación norteamericana por su aldea. La imagen de Kim aterrorizada se convirtió en los años setenta en uno de los símbolos de la lucha antiimperialista; la imagen de los muertos de Hipercor, en la representación de la infamia.
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