jueves, 18 de mayo de 2023

18 mayo 2023 (3) La Vanguardia

18 mayo 2023 



El insulto

Francesc Martí Alvaro

El insulto más grave en campaña electoral no es el que se cruzan los políticos de distinta camada entre ellos. A fin de cuentas, el improperio de ida y vuelta va con su oficio y sarna con gusto ya sabemos que no pica. Es cierto que la política espectáculo llevada al extremo y la consiguiente polarización que de ella se ha derivado ha ampliado la frontera de la ofensa, situándola mucho más allá de lo que nos era habitual y conocido. Ahora lo que escuchamos tiene más bien las características de un estadio superior, el ultraje. Pero ese es el juego y esas son las reglas con las que han decidido practicarlo con entusiasmo la mayoría de nuestros representantes políticos, descontadas las admirables excepciones que siempre hay que contemplar.

Pero no son esos los insultos más preocupantes. En periodo electoral, el escarnio más grave es para con el ciudadano, al que se falta al respeto permanentemente menospreciando su capacidad de entendimiento. Eso es así incluso cuando lo que se pretende es adularlo o comprarlo con prebendas de tres al cuarto.

Respeto, lo que se dice respeto, en campaña no nos lo tiene ningún partido

Un ejemplo de lo que apuntamos son las entradas de cine de los martes a dos euros que se ha sacado de la manga el Gobierno para los mayores de 65 años. La foto real que se esconde entre el confeti de la medida es la del Ejecutivo comportándose como la señora marquesa de Los santos inocentes . Sánchez de visita al cortijo para repartir unas monedas entre los pobres que malviven en su propiedad. Nos tienen por muy poca cosa. Y puede que lleven razón y que a fin de cuenta no merezcamos más que eso. Quizás la experiencia dicte que nos vendemos barato y que con esa dádiva circense hay más que suficiente. Quién sabe.

Pero no solo nos insulta con electoralismo a precio de derribo quien maneja las llaves de la caja. Que el PP de Feijóo haya decidido que su oferta electoral empieza y acaba en la insistencia de que ETA y Pedro Sánchez son la misma cosa también da la medida exacta de lo que vale nuestra inteligencia para los conservadores: nada. Una cosa es ser extremadamente severo con Bildu por su ocurrencia de presentar pistoleros en las listas y otra casi acusar al Gobierno de comportarse como un comando. Nos niegan la inteligencia creyéndonos incapaces de advertir el matiz, el claroscuro, el detalle. O sea, que nos toman por bobos.

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Basta con estos ejemplos referidos a los dos partidos con más votantes de España. Así nos evitamos el exceso de desánimo que comportaría listar todas las siglas que compiten en el mercado del voto. Pero lo cierto es que respeto, lo que se dice respeto, en campaña no nos lo tiene ningún partido.

Más que antipolítico, entiendan el artículo desde una perspectiva sencillamente naif. Tan solo para recordar que las campañas se imaginaron en su día para ayudar al votante a tomar una decisión informada sobre el sentido de su papeleta. Para que eso fuera así, se presuponían dos cosas: que los líderes políticos se tomasen en serio al votante y que los ciudadanos tuviesen una voluntad firme de informarse. Ya sabemos que lo primero no se cumple. Pero ¿y lo segundo? ¿Y si en realidad somos nosotros mismos los que nos faltamos al respeto?

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