09 marzo 2015 (08.03.15) (3) Naiz
Ir a favor de
la corriente, si esta existe, requiere otras fórmulas
La despedida de Lokarri provoca diferentes
reflexiones sobre el trabajo en favor de la paz que durante los últimos años se
ha desarrollado en Euskal Herria. Antes de nada, toca agradecer a los
impulsores, voluntarios y trabajadores de la red ciudadana su labor, su
compromiso y su profesionalidad. Les ha tocado hacer prácticamente de todo y
con todos, desde los trabajos más discretos hasta dar la cara, desde las labores
más gratas a las más ingratas. Han sido portadores de buenas y malas noticias,
que han gestionado de manera responsable. No siempre se les ha reconocido, a
veces han sufrido críticas injustas y sabotajes miserables, y han tenido que
padecer presiones frente a las que han sostenido una postura coherente con su
autonomía y su función social. Han participado de algunos de los momentos más
importantes de nuestra historia contemporánea, abriendo espacios que estaban
cerrados, tendiendo puentes que habían sido una y otra vez dinamitados. Han
ofrecido una imagen positiva y profesional de los vascos ante diferentes
representantes y estamentos de la comunidad internacional. Han trabajado a
destajo, se han desfondado, han dado lo mejor de sí mismos y han ayudado a que
otros mejoraran, traduciendo un diálogo de sordos al lenguaje común de la
empatía. Han sabido acercar posiciones, han facilitado la apertura de una fase
política que todo el mundo coincide en señalar como mejor que la anterior,
también como muy mejorable. El balance de todo ese trabajo es, sin duda, muy
positivo.
Lokarri ha sido hija de su tiempo, un tiempo marcado
por el conflicto armado abierto, por la excepcionalidad, por la vulneración de
derechos humanos por ambas partes y por una parcialidad moral generalizada que
hizo a muchos vascos despreocuparse de lo que les sucediese a otras personas.
Este es un conflicto político y en su resolución los
partido políticos son y deben ser protagonistas. Gran parte del trabajo que ha
desarrollado durante los últimos años Lokarri ha estado enfocado a facilitar
esa función de los partidos. Lokarri ha acertado más en esa función que los
propios partidos en la suya, al no haber sido capaces de traducir un momento
único en una energía social que trajese cambios más sustanciales a esta nueva
fase. No en base a sus legítimos intereses partidarios, sino en base al bien
común de la sociedad vasca. Unos porque no quieren cambiar un escenario en el
que siguen teniendo privilegios -desde la impunidad por sus crímenes pasados
hasta una posición de bloqueo sobre los deseos democráticos de la mayoría
social vasca-; otros porque tienen pánico a perder su posición preponderante,
su poder, su control; otros porque no han acertado a desbloquear esta
situación, a veces por falta de audacia y otras por imposibilidad.
Las banderas de Lokarri han sido el diálogo y los
derechos humanos, y sus logros se miden en la apertura de espacios y en el cese
de vulneraciones de derechos. Es evidente que aquí y ahora se siguen violando
derechos humanos, tal y como señalaba ayer mismo. La misión de esta red
ciudadana ha concluido porque así lo han decidido las personas que la
conformaban, pero en este país queda pendiente mucho trabajo en favor de la
paz. De una paz que es mucho más que la ausencia de violencia, ni qué decir de
una de las violencias. Si la anterior fase ha estado totalmente marcada por el
enfrentamiento armado, esta debe desarrollarse con una confrontación
democrática que tenga como máxima «todos los derechos para todas las personas».
Una aspiración poderosa, un punto utópica, que demanda nuevos compromisos,
nuevas formas de trabajar, nuevos esquemas, nuevos discursos, nuevas
alianzas... y tanto o más trabajo militante que la anterior.
Corriente y
capital humano
Paul Ríos defendió ayer que existe en Euskal Herria
«una gran corriente de fondo» a favor de la resolución del conflicto. Tiene
razón. Pero también es cierto que esa fuerza social no está ni bien
representada ni activada. Probablemente, el único momento en el que esa corriente
social se ha activado y ha mostrado toda su fortaleza sea la manifestación que
en enero de 2014 recorrió las calles de Bilbo bajo el lema «Giza Eskubideak.
Konponbidea. Bakea». Quizás, en contra de lo que piensan algunos, ese momento
es tan potente no porque se dé la unidad entre los abertzales, sino porque se
establece un nuevo marco en el que se identifican las demandas centrales de los
demócratas para esta fase política. Desgraciadamente, esa fuerza se neutralizó
en gran medida en favor de una «nueva normalidad», copia rebajada de la
anterior. Una normalidad con ciudadanos de primera y de segunda, con la
resolución del conflicto y gran parte de sus consecuencias pendientes y
dependientes de voluntades ajenas. Un escenario virtualmente empobrecido por intereses
bastardos.
Este es un pueblo acostumbrado a luchar contra la
corriente. A su vez, algunos de los momentos en los que parecía que se llevaba
una velocidad vertiginosa es porque se iba cantando directo hacia las
cataratas. Ahora, cuando se dice que las condiciones objetivas son las mejores
de toda una época, lo que se está diciendo es que existe una corriente
favorable al cambio, que hay que saber leer correctamente y aprovechar. Junto
con esas condiciones, lo que hay que acertar es a activar un capital humano
que, como consecuencia del conflicto, tiene valores que pueden sostener el
nivel de nuestras aspiraciones como personas, como sociedad y como país.
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