08 octubre 2021
Ongi etorri
Dentro de unos días, el miércoles 20, se cumplirán diez años del anuncio por parte de ETA del "cese definitivo de la actividad armada". Tres terroristas comparecieron ante una cámara para, erigiéndose en portavoces de la mayoría de la ciudadanía vasca, leer un comunicado que presentaba un comunicado que presentaba el cese de la violencia como una oportunidad lograda tras una lucha de largos años. Sus palabras, que justificaban las cuatro décadas de terrorismo y parecían proclamar la victoria de ETA, estaban en realidad declarando poco menos que una rendición incondicional.
Todo en ese discurso, incluido el llamamiento a los gobiernos de España y Francia para establecer un proceso de diálogo directo, era pura filfa, y la puesta en escena rozaba lo grotesco: esas boinas negras, esas capuchas blancas, esa colección de banderas, el cartel con el hacha y la serpiente, que parecían dibujadas por un niño de tres años en una mala tarde.
Un turista norteamericano podría creer que aquello tenía que ver con alguna tradición local parecida al Halloween. Un vasco habituado a ver Vaya semanita pensaría que en realidad no era más que otro de los gags del programa. La etapa de descomposición de la organización terrorista tuvo mucho que ver con ese humorismo involuntario: los etarras, sin dejar de dar miedo, habían empezado a dar risa.
Hace unos días fui al cine a ver Maixabel, en la que aparece un breve fragmento de ese vídeo. La película de Icíar Bollaín es excepcional, de esas que te tienen con el corazón en un puño desde el primero hasta el último minuto, y sus tres actores protagonistas (Blanca Portillo, Luis Tosar y Urko Olazabal) merecen los muchos premios que sin duda van a recibir por su trabajo. Supongo que el lector conoce la historia, centrada en los encuentros que Maixabel Lasa mantuvo con dos de los miembros del comando que asesinó a su marido, el ex gobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jáuregui, del Partido lista. En esos encuentros no se trataba tanto de buscar perdón o reparación sino de intentar comprender las razones últimas de la violencia. ¿Por qué unos jóvenes son capaces de descerrajar un tiro en la cabeza a un hombre al que no conocen de nada? ¿Qué clase de monstruo vive en el interior del ser humano? Hacía falta mucho valor para reunirse con gente así, cara a cara, para mirar a la cara a esa gente sabiendo que todo eso podía no servir de nada y que además iba a ser malinterpretado por las viudas y los huérfanos otras víctimas.
Cuando esos encuentros se autorizaron hubo muchos opinadores que bramaron contra ellos. Eran más o menos los mismos opinadores que ahora braman contra las celebraciones populares que en algunos pueblos se dispensa a los etarras que salen de la cárcel tras haber cumplido sus condenas. ¿Hace falta recordar que quienes participaron en encuentros como los de Maixabel fueron fulminantemente repudiados por los suyos? Ningún etarra de los que aceptaron reunirse cara a cara con sus víctimas ha sido festejado en su pueblo. Ninguno ha sido bienvenido en su tierra. Ninguno ha tenido su ongi etorri. Si algún día el mundo abertzale lo consideró un héroe, ahora lo considera un traidor. También para aceptar eso hace falta mucho valor.
En la película de Bollaín, el comunicado sobre el cese de la violencia es recibido con lágrimas de alegría. Fue, en verdad, un día histórico, el final de una enorme anomalía. Las lágrimas de Maixabel son las de alguien que sabe que, pese a los sinsabores, lo que ha hecho ha servido para algo. Las lágrimas de alguien que en la medida de sus posibilidades ha ayudado a debilitar a la banda terrorista y contribuido a la restauración de la convivencia restauración de la convivencia entre los vascos.
Los encuentros entre víctimas y victimarios, suspendidos durante un tiempo, se retomaron poco después del cese de la violencia y en la actualidad se siguen manteniendo de manera discreta. Aproximadamente el diez por ciento de los ciento ochenta y pico etarras que siguen en prisiones españolas participan en el programa. El resto pongo que son como esos presos de la cárcel de Pamplona que se negaron a asistir a un pase privado de Maixabel. Inspiran bastante lástima, la verdad. Por no perder el derecho a que un día les organicen un ongi etorri en sus respectivos pueblos cargarán para siempre con el peso de la vileza y el fanatismo.»
Ningún etarra de los que aceptaron reunirse con sus víctimas ha sido festejado en su pueblo.
Opinión:
Excelente artículo de Ignacio Martínez de Pisón. Como participante en esos encuentros cada día que pasa estoy más convencido de lo acertado de mi decisión y me consta que son muchísimas las víctimas que piensan exactamente lo mismo.
Y muy acertado el último párrafo del artículo. Tengo delante la carta de Rafael Caride Simón que llegó a mi domicilio el 4 de mayo de 2012 y la información adjunta que también firmaban Andoni Alza Hernández, Ibon Etxezarreta Etxaniz, Josu García Corporales, Carmen Gisasola Solozabal, Jugi Oteiza Nazabal, Kepa Pikabea Ugalde y Joseba Urrusolo Sistiaga…
¿Algún homenaje o algún “ongi etorri” en su honor?
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