18
agosto 2025 (17.08.25)
Viaje de vuelta a
Ripoll: «Los atentados rompieron la sociedad»
Iolanda e Iván, víctimas
del 17-A, denuncian el «abandono» y las «heridas abiertas»
«Fuimos
desde Ripoll en tren a pasar el día a Barcelona. Bajábamos hacia el puerto a
ver los barcos (...) Fue entonces cuando entramos en la Boquería y le expliqué
a Iván que era un mercado muy famoso, que se llamaba Sant Josep, nos entretuvimos.
Estaba lleno de gente. Tomamos algo, mi madre fue al servicio y cuando íbamos
a salir, el crío quiso un batido de frutas de esos tipo granizado para turistas.
Nos paramos en un puesto e hicimos un poco de cola para comprarlo. Eso fue lo
que nos salvó, la cola para el batido».
Hablan
Iolanda Ortiz e Iván, vecinos de Campdevànol, a cuatro kilómetros de Ripoll,
donde se fraguó la célula yihadista del 17A. Ese día, casualmente estaban en
Barcelona con la madre de Iolanda y su hija menor.
«Salimos
a La Rambla e Iván iba un poco por delante. De repente escuché gritos y vi una
avalancha que se nos venía encima, la furgoneta abriéndose paso, llevándose por
delante agente. Alargué el brazo y tiré de él como pude. Al girarme, las dos
personas que tenía delante estaban en el suelo muertas. Aquí empezó el
descontrol».
A
las 16:53 horas del 17 de agosto de 2017, una furgoneta blanca conducida por Younes
Abouyaaqoub encaró La Rambla desde la calle de Pelayo y recorrió a gran
velocidad 800 metros en dirección al mar atropellando a cientos de personas. Se
detuvo en el mosaico de Joan Miró, a 200 metros de la Boquería. Un total de 14
personas fallecieron por el atropello y más de 100 resultaron heridas.
«Entramos
en el primer establecimiento que encontramos por la parte sur de la Boquería,
una tienda de cosmética y maquillaje.
Cal-culo
que nos encerramos unas 20 personas, nos quedamos incomunicados, sin cobertura.
De vez en cuando volvía momentáneamente la conexión y nos entraba algún
mensaje. En una de esas nos llegó una foto de uno de los terroristas [la
primera imagen que se filtró en televisión fue la de Driss Oukabir, después
del atropello, a las 19:00horas] y mi madre, que regentó una tienda de ropa de
segunda mano en Ripoll y conocía a mucha gente, me dijo: ‘Este tío me suena’. Y
yo le contesté: ‘¡Anda ya! ¡Cómo puede ser!’»
«Al
final nos llegaron más mensajes y supimos que eran de Ripoll». [los Mossos
detuvieron a Oukabir esa misma tardeen el pueblo]. «En ese momento, la cabeza
no te da para entender tana tinformación. Tienes que asimilar que es un atentado
y que es gente es de Ripoll. El cerebro no te funciona, es una sensación muy
extraña», admite Iolanda.
Tras
el atentado, después de estar encerrados horas en esa tienda de cosméticos –«aún
hoy, ocho años después, no sé cuánto tiempo pasó, salimos que estaba
oscureciendo»–, y pasar por el hospital de campaña de plaza de Cataluña y un
ambulatorio de L’Hospitalet, tuvieron que volver a Ripoll (su residencia es Campdevànol
pero el día a día es allí) y retomar su vida donde supuestamente la habían
dejado.
Para
entender el impacto que causó el 17-A hace ocho años en un lugar como Ripoll es
importante saber que es una localidad que no llega a los 11.000 habitantes del prepirineo
catalán, con una inmigración del 15%, según el censo oficial. Un pequeño enclave
entre montañas, «muy tradicional», con una población «envejecida» y «cerrada»,
según la definición de sus propios vecinos. También es la localidad que ostenta
el título oficioso de ser la «cuna» de Cataluña, el lugar donde está la tumba
de Guifré el Pilós (el mito fundacional de la «nación catalana») y el primer municipio
gobernado por la extrema derecha independentista de Aliança Catalana, el
partido de la alcaldesa Sílvia Orriols, cuya figura y gestión de las «heridas»
del 17-A también genera una importante división social.
Además,
Ripoll es un sitio «pequeño», un lugar donde «todo el mundo se conoce»: «Es lo
malo de este pueblo, no te puedes esconder de nadie. No es que no quieras
conocer a una persona, es que ya le conoces». Habla Iván, y lo hace sobre el
hermano del terrorista Younes Abouyaaqoub, con quien, paradojas del destino,
compartió instituto. «Del tema no hablamos nunca, sí que dejamos claro que cada
uno debía ir a la suya, que ninguno de los dos habíamos hecho nada». «Aquí es
cuando aprendes realmente a no generalizar, a no culpabilizarle por lo que
había hecho su hermano», asegura.
Y
en este punto es cuando Iolanda alza la voz, denuncia el «abandono institucional» que sintió y la «brecha», la
«fractura» social profunda, «que aún está abierta»– de unos atentados que
«rompieron una sociedad por completo». «Solo se prestó atención a las familias
de los terroristas, a mí no me llamó nadie. No fuimos considerados víctimas
porque no tuvimos ninguna pérdida ni ninguna lesión física». La única
información y apoyo que recibieron fue por parte de la Unidad de Atención y
Valoración de Afectados por Terrorismo(UAVAT), dirigida por Robert Manrique, que
echó el cierre en 2023. Ahora, ocho años después, han constituido la Asociación
17-A: queremos saber la verdad, presidida por Javier Martínez, padre del niño
de tres años asesinado en La Rambla.
Sobre
la gestión en Ripoll, Iolanda sigue: «Aquí no podías hablar de terroristas
porque te llamaban racista y ese es el problema que hubo. El primer error fue
sacar a la comunidad musulmana a la calle en un acto como si se tuviera que
pedir perdón». Y añade: «Si en ese momento se hubiera permitido que se discutiera
y que la gente, los vecinos, hablasen de su dolor como pueblo, se hubiera culpabilizado
a esas personas en concreto y no a todo un sector».
Iolanda
señala la gestión política que se hizo del post atentado –el alcalde era Jordi
Munell (Junts)–, años en los que «nadie levantó el teléfono». «Los mismos
políticos hacían que tú te sintieras mal». Y habla de un «dolor que se
enquista»: «Durante seis años no se ha hablado, no se ha discutido nada. Se han
dedicado a silenciar al pueblo, y así solo generas más rabia y miedo». «Aquí la
convivencia es nula, se ha perdido la confianza».
«En
Ripoll estamos estigmatizados, por una cosa u otra, pero lo estamos», admite un
vecino «de toda la vida», que camina por la misma calle en la que se encuentra
la mezquita de la Comunidad Musulmana Annour Ripollès que sigue funcionando, el
centro donde ejerció de imán Abdelbaki Es Satty, el líder de la célula
yihadista que perpetró los atentados. «Ellos [los integran-tes de esta célula]
jugaban a fútbol por la zona de la estación, siempre estaban por allí, hablaban
catalán y aparentemente estaban integrados», abunda. «Es una comunidad que vive
en paralelo, y después de eso aún más», asegura en referencia al «trauma» del
17-A. «Fue demasiado, las heridas siguen abiertas», sentencia.
«También
ha ocurrido al revés :quien dudaba sobre la comunidad musulmana encontró la
excusa perfecta para decir: ‘¿Veis? No nos teníamos que fiar de ellos’», añade
otro vecino sobre la «desconfianza» instalada en Ripoll. «Ellos saben que el
vecino de abajo no los quiere en su finca». Pueblo de contrastes, Ripoll es la punta
de lanza de una zona con una importante industria ganadera, contrabajo en
fábricas y servicios turísticos del
prepirineo –hoteles, comercios o restaurantes–, y una tasa de paro del7,06%, un
punto por debajo de la media de la comunidad. También es un lugar presidido por
el monasterio de Santa Maria, una de las joyas del románico catalán y con un
fuerte componente identitario.
Mouad,
proveniente de Marruecos, lleva
varios años en el municipio, pero ahora no tiene trabajo. En su grupo, todos de
origen inmigrante, evitan hablar demasiado cuando se les pregunta, aunque
vienen a decir que ellos hacen su vida, «como siempre» ,y deslizan haber notado cierto rechazo por ser marroquíes.
Por su parte, un grupo de mujeres –todas con el hiyab, el pañuelo que Orriols
quiso prohibir en escuelas públicas y equipamientos, una medida que no prosperó
por el rechazo de la oposición– también acaban diciendo que perciben cierta
«distancia» del resto, por ejemplo a la salida del colegio cuando van a buscar a
los hijos. «Pero todo bien, la convivencia bien», zanjan sin querer hablar
demasiado. Todas bajan de un autobús proveniente de Vic y se marchan por el
paseo que hay justo al la-do del río que cruza Ripoll.
En
el otro lado aparece Yasmina, de20 años: vino de Marruecos, de la zona de
Nador, con apenas un año, vive en Manlleu –un municipio cercano– y trabaja como
integradora social en un instituto de Vic. Habla un catalán nativo y llega a
Ripoll para ayudar a su hermano, la mujer y sus hijas a asentarse tras haber encontrado
trabajo como soldador. «Fuimos al Ayuntamiento, íbamos con un poco de
desconfianza pero los funcionarios nos han atendido bien». «La gente viene aquí
a buscarse la vida, a estudiar y a trabajar. A mí nadie me ha obligado a
ponerme el velo, un día me verás con vestido largo y otro con pantalones y
camisa», asegura. Eso sí, preguntada por Ripoll, el 17-A y la convivencia, es
tajante: «¡Uf! Yo soy de Manlleu y allí es otra cosa pero sí, aquí hay una
fractura».
A
nivel político, la victoria de Orriols (2023) se entrecruzó con el post17-Ay tuvo
mucho que ver con esas cicatrices abiertas. «Lo que provocó su ascenso no fue
el atentado en sí mismo, fue que a partir de 2019 Orriols hace un discurso islamófobo
sobre el atentado. El gran error del
resto de fuerzas políticas de Ripoll fue haber dejado en manos de una única
diputada el discurso de lo que había sucedido», asegura Xavier Torrens,
profesor universitario y autor del libro Salvar
Catalunya. La gestació del nacional populisme català. «Cometieron dos
graves errores: el 17-A fue un tema tabú, nadie quería hablar y la única voz
fue la de Orriols». «Y practicaron un cordón sanitario de 16 contra 1, dieron
sensación de que todos estaban en contra de una joven líder ripollesa», resume sobre
la entrada de la dirigente al Ayuntamiento en 2019, antes de ganar las elecciones
cuatro años después.
EN
RIPOLL.
El
año pasado se celebró un acto homenaje con la inauguración de un monumento en
recuerdo de los fallecidos. La polémica estuvo presente por las ausencias –no
estuvieron representantes de partidos al margen de AC– y por el discurso de
Orriols
REIVINDICACIONES.
El
asesor y ex presidente de la UAVAT, Roberto Manrique, pide reabrir la oficina
de atención a las víctimas del terrorismo en Cataluña y una ley autonómica.
EN
BARCELONA.
El
acto central se celebra esta mañana en La Rambla y estará Salvador Illa,
ausente el año pasado.
Opinión:
Solo
una precisión: ni fui ni soy soy presidente de la UAVAT. La presidencia de la
UAVAT recayó en mi magnífica compañera de fatigas desde 1993, la psicóloga
Sara Bosch. Y actualmente, y tras el cierre “técnico” de la UAVAT, (que no
implica el no seguir haciendo exactamente lo mismo que antes de “cerrar”), solo
soy el exasesor.

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