domingo, 29 de mayo de 2016

29 mayo 2016 (2) La Vanguardia (opinión)

29 mayo 2016 



Una rampa, unos niños, hace 25 años
Hoy es el aniversario del atentado de ETA contra el cuartel de la Guardia Civil en Vic

Ocurrió hace 25 años. Del antiguo cuartel sólo queda la rampa por la que Erezuma lanzó el coche que detonó Monteagudo. El resto es un solar donde los vecinos aparcan sus coches. Las paredes que lo circundan están rotuladas con graffitis de alegorías místicas de otras latitudes; con símbolos de otros tiempos. Hoy hace 25 años que ETA atentó contra el cuartel de la Guardia Civil de Vic, causó diez muertos, cuatro de ellos niños de entre 8 y 15 años, y 60 heridos; una jornada que marcó un antes y un después en la sevicia del terrorismo.

Francisco Sánchez Solís (“pero todo el mundo me llama Solís”, explica) era ese día el sargento al mando del puesto: “Yo era el comandante y me mataron a diez. Me cuesta hablar de esto”. Hay dos Solís en la conversación. Uno, el que relata sus aficiones y recuerdos sin dificultades; otro, el que se traslada al 29 de mayo de 1991, cuando su mirada se extravía, tiene que respirar profundamente y no consigue que afloren todas las palabras. Es como los soldados que han estado en el frente y vivieron el horror de las trincheras. Un psiquiatra definió el proceso: “Es un pacto de silencio con ellos mismos para seguir viviendo. No hay marcha atrás: el impacto de los hechos permanece como una secuela”.

Eran las siete de la tarde de ese miércoles y la puerta de la rampa estaba abierta. En el patio jugaban niños, como cada día. Solís comenta que era lo habitual, que los padres estaban tranquilos porque allí sus hijos estaban vigilados. Había menos que otras veces, porque se corría la Vuelta Ciclista a Osona y muchas familias la seguían. Sino, la masacre hubiera sido aún peor. Fue entonces cuando el comando Barcelona de ETA perpetró el atentado. Juan Félix Erezuma empujó un Renault-12 por la rampa, cargado con 12 bombonas de butano con 18 kilos de amonal y amosal cada una; en total 216 kilos de explosivo. Joan Carles Monteagudo accionó la bomba a distancia. Resultado: nueve muertos, cinco menores de entre 8 y 17 años; dos mujeres de 23 y 78 años y dos guardias de 30 y 48 años. Hubo una décima víctima, otro agente que fue a buscar una ambulancia y que resultó atropellado. Solís recuerda que él le dio la orden de ir a buscar ayuda: iba a pasar a la reserva. Un día después, la Guardia Civil localizó al comando en una torre de Llicà de Munt. Erezuma y Monteagudo fallecieron en el enfrentamiento. Zubieta fue condenado por la Audiencia Nacional a 1.311 años de prisión. Quedó en libertad el 20 de noviembre del 2013 por la doctrina Parrot.

Francisco Sánchez Solís regresaba de Taradell en su vehículo particular. “Era un día normal”. Al llegar a pocos metros del cuartel oyó la explosión. “Enseguida pensé que era un atentado”. Inmediatamente entró en el recinto “y sólo te centras en buscar a la gente”. Lo primero que vio en el patio fue a Pilar Quesada. Estaba muerta. Tenía 9 años y el domingo hacía la primera comunión. Fue Solís quien fue al restaurante a anular el convite y a explicar el porqué. Luego se dirigió al edificio. Al apartar los cascotes apareció una mano con un anillo. Lo reconoció en el acto: el guardia Juan Salas, de 48 años. Estaba muerto. “Había una confusión total”. Las escaleras del cuartel se habían derrumbado. Barragán, el guardia que aparece en la icónica foto del atentado, cayó desde su oficina y se dio de bruces con la niña a la que saca del pandemónium.. Hoy esa chiquilla es funcionaria del Ayuntamiento de Vic. Solís también recuerda la solidaridad de los vecinos, como les buscaron casas, como les auxiliaron. Él tenía dos hijos viviendo en el cuartel. Una fue rescatada de las ruinas. Hoy es abogada.
El otro, de entonces 10 años, salió indemne porque las monjas le habían enviado a buscar hojas de morera para una clase de ciencias. Hoy es técnico electricista. No quiso seguir la carrera de su padre. Solís desvela su argumento, “no quiero que me hagan las putadas que te hicieron a ti”.

¿Cómo se sobrepuso? “Vivo y ya está”, responde, “pero esto no se supera nunca”. Dice que no sueña con ello, que no tiene pesadillas, pero admite que la última vez que habló del atentado sólo recuerda que se acostó y que se despertó en el hospital, con un ataque de angustia. Aún se reúne con los guardias que pasaron por aquello, pero evitan este tema. Su esposa vio como lanzaban el coche, pero no quiere hablar. Solís no se explica cómo los etarras pudieron atacar a unos críos. El abogado de las víctimas, José María Fuster Fabra, se lo preguntó a Zubieta en el juicio. Respuesta: que ellos no tienen la culpa de que los guardias civiles usen a niños como escudos humanos.

Solís está jubilado. Vive en Taradell; cultiva un huerto y cría canarios. No entiende de política, pero menos el recibimiento a Otegui en el Parlament. Todavía pasea por el solar donde estuvo el cuartel, donde ahora deja su coche. “Es mi casa”. Ya no queda nada del edificio. Ha variado la zona. Ha mejorado el urbanismo. Ha cambiado la población: muchos vecinos de Vic hablan otros idiomas y rezan a otros dioses. Hasta el bar donde desayunaban los guardias está regentado por ciudadanos orientales, que puede que nacieran después del atentado y muy, muy lejos de aquí. La vida sigue, todo cambia: es la forma de salir adelante, cicatrizar heridas y perdonar. Pero no olvidar: eso sería como volver a matar a las víctimas.

Opinión:

Leer las entrevistas y las opiniones de personas con las que he compartido tanto dolor y al mismo tiempo tanta dignidad es reconfortante, me convence de la excelente labor que efectuamos en aquellos años lejanos la antigua Asociación de Víctimas del Terrorismo.

Y no deja de ser curioso que ahora aparezcan personas que ni aquel día ni en días sucesivos, se preocuparon lo más mínimo de lo ocurrido y mucho menos de las propias víctimas… personas que ni siquiera se desplazaron una sola vez para conocer los problemas sociales de los afectados o que incluso acusaban a algunas de las víctimas de querer aprovecharse del dolor de los demás.

Justo lo que ellos mismos han acabado haciendo.



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