16 abril 2025
¿Cómo se convierte un preso común en yihadista en las cárceles de España?
Los perfiles con desarraigo familiar, problemas de salud mental o soledad
emocional, los más vulnerables
La prisión, lugar de castigo y reinserción, es también un terreno fértil
para el radicalismo yihadista. Si bien los casos más notorios suelen ser los de
aquellos internos que ingresan ya radicalizados, la transformación de un preso
común en un terrorista «no es un fenómeno inusual», tal y como apuntan
funcionarios de prisiones a LA RAZÓN. De hecho, en muchos centros
penitenciarios la captación y la radicalización son procesos que se monitorean
de cerca, pero también se sabe que son complicados de frenar una vez arrancan.
Agentes de la Policía Nacional detuvieron el pasado miércoles 9 de abril en
el Centro Penitenciario de Soria a una persona por su presunta participación en
delitos de adoctrinamiento y autocapacitación terrorista. El arrestado se
encontraba en una fase “muy avanzada de radicalización” y utilizaba sus
relaciones con otros internos para, entre otras cosas, adoctrinarles en las
tesis yihadistas, según informó el Instituto Armado en un comunicado.
En las cárceles españolas, las autoridades penitenciarias están alerta a la
posibilidad de que cualquier recluso pueda ser susceptible de radicalización.
Es solo un ejemplo de por qué en las cárceles españolas las autoridades
penitenciarias están alerta ante la posibilidad de que cualquier recluso pueda
ser susceptible de radicalización. No se trata solo de aquellos internos
detenidos por delitos terroristas, sino también de los que cumplen condenas por
delitos comunes, como tráfico de drogas, robos o agresiones. Y es que, en su
aislamiento y vulnerabilidad, pueden ser fácilmente absorbidos por los
discursos radicales.
Perfiles con desarraigo
Para hacer frente a esta amenaza, las prisiones españolas cuentan con
programas de detección y prevención de la radicalización. En cada centro
penitenciario existe un grupo de investigación especializado, que tiene la
misión de identificar a los internos que son susceptibles de ser captados por
grupos radicales. Estos programas se centran especialmente en los reclusos que
muestran signos de desarraigo familiar, problemas de salud mental o una gran
soledad emocional. Son los perfiles más vulnerables.
En las cárceles, los internos tienden a agruparse según su etnia u origen,
formando pequeños grupos de poder dentro de los módulos. Estos pueden ejercer
una influencia significativa sobre otros reclusos, especialmente aquellos que
presentan las citadas debilidades, de manera que los identifican y los acechan.
Un ejemplo de ello ocurrió en el Centro Penitenciario de Teixeiro (Galicia)
en 2017, donde se detectó a varios presos comunes –condenados por robos o
violencia– que comenzaron a mostrar comportamientos propios de una
radicalización yihadista. Influenciados por un recluso marroquí vinculado al
extremismo, estos internos empezaron a adoptar prácticas religiosas extremas, a
expresar odio hacia «infieles» y funcionarios, y a formar un pequeño grupo
cerrado con códigos de conducta propios. El caso fue tan significativo que las
autoridades ordenaron su dispersión para evitar que consolidaran un núcleo
yihadista en la prisión.
Otro caso relevante fue el de la Operación Escribano, que según los
Cuadernos de la Fundación EuroÁrabe, se inició en 2017 tras detectarse pintadas
con banderas del Daesh en zonas comunes de varias cárceles españolas, como la
de Estremera. Era su primera señal para buscar adeptos. A partir de ahí, la
Policía Nacional comenzó a seguir los movimientos de varios internos –la
mayoría con condenas por delitos comunes– que pretendían formar un grupo
cohesionado tanto dentro como fuera de prisión. El objetivo era claro: mantener
la cohesión ideológica tras recuperar la libertad, continuando con la actividad
radical en el exterior.
Uno de los mecanismos más utilizados para detectar estos casos es el
control de actividades cotidianas dentro de la prisión. Se observa con especial
atención el comportamiento religioso de los internos: si empiezan a rezar a
determinadas horas, a cambiar su físico (por ejemplo, dejarse barba) o si se
muestran interesados por las prácticas del Ramadán. Aunque este último detalle
podría parecer una manifestación de fe legítima, las autoridades penitenciarias
están atentas, informan fuentes penitenciarias. Y es que los presos que deciden
hacer el Ramadán deben pedir autorización, ya que el horario de las comidas en
prisión está muy regulado, y hacer ayuno requiere ajustes especiales. En cuanto
a los que desean seguir esta práctica, las autoridades están atentas a la
frecuencia y a si hay nuevos participantes que podrían estar siendo
influenciados, porque en las prisiones se les tiene permitida esta expresión de
fe.
Pistas en las comunicaciones
Otro elemento clave en la vigilancia es el control sobre las comunicaciones
del interno. A diferencia de aquellos presos que ingresan por delitos
yihadistas, cuyos teléfonos y correos electrónicos son intervenidos de manera
constante, los reclusos comunes tienen acceso a las comunicaciones sin
intervención directa, lo que puede facilitar que contacten con imanes
radicalizados o reciban material que fomente su ideología. Aunque se revisan
los paquetes que reciben, no es raro que un libro aparentemente inofensivo,
como una revista de coches o un texto en árabe, contenga un mensaje radical,
especialmente si se trata de una versión salafista del Corán.
Los reclusos que muestran signos de radicalización son revisados más
frecuentemente y su situación se monitoriza con mayor intensidad. En el caso de
aquellos cuya radicalización ya está confirmada, se aplica un primer grado o
aislamiento absoluto, lo que significa que se les mantiene separados del resto
de la población penitenciaria para evitar que influyan en otros reclusos.
Además, el grupo de control sigue con atención las interacciones de estos
internos, preguntando a los funcionarios con quiénes rezan o con quién pasan
más tiempo.
Fuentes penitenciarias indican que el proceso de radicalización no ocurre
de un día para otro, pero sí que es un fenómeno que debe ser monitorizado con
rapidez y precisión. Si bien no todos los reclusos que adoptan conductas
islámicas radicales siguen el camino del yihadismo, las prisiones deben estar
alerta.

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