12 enero 2025
Heridos
por ETA: condenados a la convalecencia eterna
El
azar colocó al guardia civil Alfonso Sánchez, de 19 años, sentado en la primera
fila del bus que, a las 7:20 horas del 9 de septiembre de 1985, llevaba a su
Grupo de Seguridad de Embajadas a la legación de la Unión Soviética. Su asiento
fue el más próximo al punto de explosión de la bomba con la que esperaba al
vehículo el etarra Ignacio de Juana Chaos en la plaza República Argentina de
Madrid. Por eso la metralla y los pedazos de cristal le acribillaron el
costado, el brazo derecho y la cabeza. ETA no consiguió su objetivo: la bomba
acabó con la vida de un norteamericano que había salido a correr... e hirió a
14 guardias.
Cuarenta
años después, cuando cambia el tiempo al hoy prejubilado Sánchez aún le muerden
los trocitos de metralla que no le pudieron extraer. Le dura esa sensación “de
haberte dejado la carne colgando de las farolas de la plaza”, secuelas de
cuatro décadas de relación diaria con la medicación, las dolencias y el
síndrome crónico de estrés postraumático.
“Somos
un recuerdo vivo en una sociedad que está a otras cosas, que se acuerda de lo
lejano y olvida lo cercano -dice Sánchez-, pero los heridos estamos condenados
a no poder olvidar jamás, ni podemos permitir que olviden a quienes tuvieron
peor suerte que nosotros”. Alude a su compromiso con los muertos, que ejerció
como presidente de la Asociación Víctimas del Terrorismo y ejerce ahora en la
entidad Vitepaz; pero alude también a los dolores y ataques de ansiedad que aún
le causa la onda expansiva de aquellos 20 kilos de dinamita.
Tragando
sangre
En
la persistencia del dolor, la de Sánchez enlaza con las historias de cinco
millares de personas en España, heridas en acciones terroristas. “Cuando te
hieren en un atentado, aunque te cures estás convaleciente toda tu vida”, dice
José María Lobato.
El
5 de diciembre de 1997, con 27 años de edad, era escolta de una concejala del
PP en San Sebastián. Desde aquel día de los años de plomo lleva alojado parte
de ese metal en el cráneo. Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, le disparó casi a
bocajarro. Lobato estaba vigilando la calle por la que iba a pasar su VIP y
reconoció al etarra José Luis Geresta, que se preparaba para atentar. Cuando le
estaba mirando, de un coche salió Txapote y le apuntó por detrás con una
escopeta de cañones recortados.
“Oí
un clic, me volví pero ya era tarde”, recuerda Lobato. El disparo proyectó a su
cabeza 200 postas del calibre 12 que le reventaron un ojo. Treinta se le
incrustaron en el pómulo, la frente y la mandíbula. Algún balín llegó incluso
al cerebro.
Desde
el suelo, sin perder la consciencia, Lobato veía a su verdugo apuntarle para
rematar. “Yo ya no podía abrir el ojo derecho, lo tenía pegado, quemado. Me
quedé quieto, tratando de esconder que me estaba ahogando con mi sangre y tenía
que escupirla. No sé qué le pasó por la cabeza, pero ya no vino a por mí”.
Lobato
guarda la memoria exacta de cada segundo del suceso, que una y otra vez ha
revivido en los pleitos y trámites que ha seguido durante años después del
atentado, o cuando ha ayudado a otros heridos a pedir sus derechos.
Sin
número exacto
En
los registros de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo, que
depende de Interior, obran 5.025 expedientes resueltos por heridos que han
solicitado ayuda. De esos, a 2.658 los quebró ETA. En Barcelona, los golpes de
ETA dejaron 86 heridos. Fueron 166 en toda Catalunya, de los que 136 estaban
empadronados como catalanes. La lista de expedientes abarca de julio de 1963 a
junio de 2023. Desde entonces no ha variado, confirman en el ministerio.
La
cifra real de heridos por ETA es mucho mayor. Pero nadie puede certificarlo ni
dar cantidad exacta porque numerosos daños personales no se cuantificaron, ni
registraron ni investigaron en los primeros lustros de historia de la banda
terrorista.
En
el largo reguero de tragedias que dejó ETA, a menudo los heridos pasan por una
categoría secundaria, víctimas a las que hasta hace poco apenas se les prestó
atención, salvo casos señeros, iconos mediáticos que concitan afecto popular
como Irene Villa.
Secuelas
permanentes
Pese
a que su número oficial multiplica por más de dos el de los muertos, hasta 2019
no se ha editado una monografía dedicada a los heridos, la de los profesores de
la Universidad de Navarra María Jiménez y Javier Marrodán ‘Heridos y olvidados.
Los supervivientes del terrorismo en España’ (La Esfera).
Ahora
los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y María Jiménez han publicado ‘Un
rastro de sangre. La historia de ETA a la luz de los heridos que causó’, ensayo
integrado en la reciente obra colectiva ‘Las víctimas frente al terrorismo de
ETA. Narrativas, movilización y perspectiva comparada’ (Dykinson), que ha
financiado la Fundación Víctimas del Terrorismo.
Basándose
en las cifras de Interior, 40 personas afectadas por tiros y bombas están
registradas como grandes inválidos, 222 con incapacidad permanente absoluta,
550 con permanente total y 59 con la parcial.
“Los
atentados de ETA dejaron secuelas permanentes de distinto grado en un tercio de
los heridos. Muchos de los más graves no pueden valerse por sí mismos y siguen
necesitando cuidadores. Quizá no nos damos cuenta de que, para estos heridos y
sus familias, ETA no es un hecho histórico, sino un problema de su día a día”,
apunta Fernández Soldevilla a este diario.
Tratos
desiguales
Cuenta
Alfonso Sánchez que ha visto al magistrado de la Audiencia Nacional Alfonso
Guevara fijar en un millón de euros la indemnización a un político vasco al que
una bomba lapa arrancó una pierna y establecer en 150.000 la de un guardia
civil con la misma lesión. “El mismo juez, a los pocos días y por el mismo tipo
de atentado”, lamenta.
El
exescolta Lobato cree que, “como en todo, entre las víctimas heridas hay
clases: los que no han tenido problemas para obtener ayudas y los que no
reciben nada porque no pueden probar nada ante la burocracia”.
María
Jiménez cree que “el distinto trato que han tenido los heridos de ETA a lo
largo de los años tiene que ver con el desarrollo que ha vivido la figura del
herido en la legislación. Al principio, años 60, 70 y 80, la figura del herido
no estaba reconocida, y de esa época muchos atentados están sin resolver y no
tienen sentencia”.
La
primera paliza
Hasta
la promulgación de la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las
Víctimas del Terrorismo, en 2011, no hubo en España un mandato específico al
Estado sobre los heridos en atentados. Pero incluso con ese avance abunda en el
colectivo de los que dejó ETA “la gente que ni sabía que podía pedir un
reconocimiento ni guardó la documentación para acreditarlo años después”,
relata Jiménez.
La
percepción que el Estado tiene del fenómeno es más nítida cuanto más reciente.
Son más visibles para la Administración los 57 heridos que arrojó el saldo de
atentados de 2006 que los 257 de 1980. Hay de hecho un colectivo de
damnificados en los primeros atentados que no reciben ayudas ni pensión, ni
tienen forma de tramitarlas porque, por desconocimiento o temiendo represalias
por acudir a las autoridades, no denunciaron en su día los daños que sufrieron.
Entre
los heridos no reconocidos está el primero de todos, un maestro de escuela de
Zaldívar (Vizcaya) al que molieron a palos. En el estudio de Soldevilla y
Jiménez aparece la narración que del acto hizo ETA en un Zutik editado en su
refugio de Caracas. A las 18:50 del seis de diciembre de 1963, el maestro
recibió “una paliza de la que probablemente quedará marcado. Y esto no es
violencia, sino autodefensa”.
De
los 70 heridos que dejaron la dinamita y las tuercas colocadas en la cafetería
Rolando de Madrid (13-9-1974) solo 13 tienen hoy una pensión del Gobierno.
1.800
euros
Uno
de los últimos casos que ha conocido Alfonso Sánchez es de un guardia civil de
élite que en la Valencia de los 90 mantuvo un tiroteo con un comando de ETA. Su
estrés postraumático se puede probar, pero no la causa: no hubo parte médico y
los libros rojos de servicio que cada cuartel de la Guardia Civil rellena cada
año, en los que se pudo anotar la incidencia, se tiran una vez pasados cinco
años.
Peor
lo llevan los heridos en atentados de los 70 y 80, cuya media de espera para
recibir ayudas, según el ensayo de Soldevilla y Jiménez, es de 26 años. A
partir de la ley de 2011, la espera se reduce a 3,5.
En
términos generales, a un herido en atentado terrorista reconocido por el Estado
que el día del ataque no tuviera empleo le corresponde una pensión de alrededor
de 1.800 euros, el triple del indicador oficial de rentas IPREM. A los miembros
de las Fuerzas de Seguridad se les reconoce el doble del salario si acceden a
la Pensión Extraordinaria por Terrorismo que para ellos prevé la ley.
Evolución
Lobato
y Sánchez creen que la ley actual “es una buena ley”, que mejora cada comunidad
autónoma, y que el Estado ahora “es generoso con los heridos”. “La ley española
de víctimas siempre se pone como ejemplo a nivel internacional por avanzada y
detallada”, abunda Jiménez.
Pero
en su día, cuando se le avecinaba una larga espera y perdió su trabajo, Lobato
no tuvo esperanza: “Cuando me quitaron la venda, pensaba: ‘Si te dicen: tú no
te preocupes de nada, preocúpate’. Supe que vendría gente con buenas promesas,
pero que todo se quedaría ahí. Las víctimas hemos tenido que pelear mucho por
nuestros derechos”.
Sánchez,
por su parte, describe una evolución en el trato a los heridos, desde las
parcas indemnizaciones según baremo de accidente laboral de los 90 hasta el
millón de euros que impuso una sentencia para algunos damnificados por las
bombas yihadistas del 11-M.
Los
heridos de ETA abrieron camino. Hay en su historia un hito, el de las
iniciativas Oldartzen y Txinaurriak de ETA, cuando la banda, por la presión
policial, vuelve del tiro en la nuca a la bomba indiscriminada y disemina más
heridos. “Hasta 1995 el blanco predilecto de ETA eran policías, guardias
civiles y militares. A partir de esa fecha la banda y los jóvenes de la
izquierda abertzale pusieron en la diana a personas del PP, el PSOE y UPN,
intelectuales, artistas, profesores, periodistas, juristas... y a las familias
de todos sus objetivos -recuerda Fernández Soldevilla-. Durante este periodo el
terrorismo y la kale borroka causaron 1.177 heridos. Significativamente, los
civiles suponían cuatro quintas partes, cuando en periodos anteriores la
proporción de funcionarios uniformados era mayoritaria”.
Incomprensión
Puede
que la secuela más difícil de borrar para un herido por ETA es la que en su
ánimo dejaron la incomprensión y la soledad. “Hubo un tiempo en que casi
teníamos que pedir perdón, Mucha gente consideraba que tus heridas son gajes
del oficio, vamos, que tú vas a trabajar para que te maten o te arranquen un
brazo…”, cuenta Sánchez. “Es una actitud, no sé, como si te dijeran: ‘¿Has
sobrevivido? Pues dale gracias a Dios’”, describe Lobato. Sus padres, estando
él en el hospital, recibieron en su casa de Rentería (Guipúzcoa) una carta con
una bala y un escrito a mano: “Ha sido una mala faena. Se rematará”.
Sánchez
conoce a colegas de destino en Euskadi que en su día sufrieron daños, pero no
estuvieron de baja. Hoy, ya jubilados, las lesiones pasan factura en los
riñones, las piernas o el cuello, “y están jodidos -cuenta-, pero no pueden
pedir nada por el vacío documental”.
Y
más allá están los que no cuentan nada. Quedan para la intrahistoria agresiones
como la que sufrió un guardia civil hoy veterano del Grupo de Acción Rápida.
Siendo “un pipiolo” recién salido de la academia, en Guipúzcoa ya le había
identificado el vecindario el día en que fue a un cajero a sacar dinero. Cuando
acabó y se dio la vuelta, un joven que tenía detrás le propinó un tremendo
golpe en la cara con un candado Pitón de moto. Todavía tiene la nariz torcida.
"Te limpiabas la sangre y aprendías a no descuidarte -cuenta-. Ni baja ni
leches, apto para el servicio: te ponías hielo y a seguir”.
Opinión:
Curioso que se hable ahora sobre la situación en la que
estamos los heridos por los atentados de la banda terrorista ETA. Y curioso
también que se obvien a los heridos por otros atentados de otras bandas
terroristas, heridos que deberían merecer la misma consideración y el mismo
interés.
He revisado la información publicada y me gustaría, como
víctima herida e inválida, presentar una serie de reflexiones a las que,
obviamente, contestaría con todo detalle a los autores de la noticia si tienen
a bien consultarme.
Tras más de 35 años de dedicar todo el tiempo posible a
asistir a otras víctimas del terrorismo, podría estar durante días pegado a
este viejo teclado. Pro para no hacer demasiado larga esta opinión, lo haré a
través de diversas preguntas a las que espero respuesta de todos aquellos que
tanto “investigan” estos temas.
Dicen que “en los registros de la Dirección de Atención a
las Víctimas del Terrorismo, que depende de Interior, obran 5.025 expedientes
resueltos por heridos que han solicitado ayuda. De esos, a 2.658 los quebró
ETA”. Bueno, eso no es del todo exacto, dado que en marzo de 2014 (hace casi 11
años) aporté a esa misma dirección un estudio sobre víctimas en Catalunya y ni
siquiera aceptaron quedarse con una copia del mismo. Su respuesta fue taxativa
y vergonzosa al mismo tiempo: “Quien quiera algo, que venga a vernos”. Por lo
tanto, es lógico que las cifras no sean las que deberían ser…
En cuanto a que “en Barcelona, los golpes de ETA dejaron
86 heridos. Fueron 166 en toda Catalunya, de los que 136 estaban empadronados
como catalanes”, es toda una novedad que se hable de víctimas empadronadas…
nunca había leído ni escuchado nada sobre esa situación. ¿Qué pasa? ¿Qué no
estar empadronado en Barcelona o en Catalunya lleva implícita alguna otra
consideración aparte de ser víctima de un atentado EN Catalunya? ¿Dirían lo
mismo de las víctimas de otros 31 países (como mínimo) si hablamos de las víctimas
de los atentados de agsoto2017 EN Catalunya?
Bueno, esa extraña consideración, que no sé de donde habrá
salido, me ha picado y he dedicado unas horas a revisar las sentencias de
atentados de la banda terrorista ETA en Catalunya… y me aparecen más de 200… y
obviamente no me importa l más mínimo donde estuvieran empadronados…
En cuanto a la legislación aplicada… es una lástima que en
la información no aparezcan aquellos familiares de asesinados o de algunos
heridos graves que han desarrollado secuelas psicológicas incapacitantes pero
que, al no estar presentes en el lugar e los hechos, jamás han visto
reconocidas esas secuelas como derivadas por el atentado sufrido por sus
familiares. ¿Les han informado sobre esas cuestiones desde las fuentes
“oficiales”?
No me voy a extender más, porque ya lo expliqué en un
estudio presentado en diciembre del años 2010. Estudio que, oh casualidad,
tampoco quiso quedarse la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo
en aquella visita de marzo de 2014.
En cuanto a las cantidades que aporta la información, se
olvidan de algunos personajes que constan como víctimas del terrorismo y de las
que hay serias dudas sobre su presencia en el lugar de los hechos. Por suerte,
algunas víctimas erales tenemos la información que documentaría esas
situaciones pero, otra casualidad, parece que a la administración competente
jamás le ha importado conocer sobre esas “anómalas” historietas teatrales.
Cuando alguien quiera más datos y tenga la valentía de entrar en ese tema, ya
sabe donde consultar.
Ah, por cierto, personajes con pensiones mensuales de más
de 2.500 euros e indemnizaciones de 180.000 euros. Pero no investigar sobre
ello debe ser la manera de pagar los favores políticos que les han hecho a
ciertas siglas, jugando con el dolor de las víctimas reales del terrorismo.
Y digo del terrorismo y no solamente del terrorismo de la
banda ETA.
Es curioso, pero el pasado viernes hablaba de estos mismos
temas con una víctima residente en el País Vasco.
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