09 junio 2025
40
aniversario
Cuenta
su historia María Jesús Monterroso, viuda del cabo de la Guardia Civil Agustín
David Pascual, asesinado por ETA con una bomba trampa
Basta
una frase. «Cuando le mataron, yo estaba embarazada». María Jesús Monterroso
mira a los ojos durante un segundo eterno y añade: «No lo sabía todavía».
Hay
historias, vidas enteras que se condensan en seis líneas. «La boda fue en enero
y a los siete meses me quedé viuda. Es muy triste. Mi marido tenía 23 años y yo
25», rememora. Se había casado con Agustín David Pascual, un chico que se hizo
guardia civil con 19 años y acababa de ascender a cabo. Trabajó en Tráfico en
Madrid antes de ser trasladado al País Vasco. El 28 de septiembre de 1984
acudió por un aviso de bomba a la vía férrea entre Elburgo y Alegría. Era un
señuelo colocado por ETA. Una trampa que segó su vida y la de otros dos
compañeros, el sargento José Luis Veiga y el guardia Victoriano Collado.
Todo
comenzó con una llamada a la Policía Municipal de Vitoria en la que se alertaba
de la colocación de una bomba. Realmente había dos artefactos explosivos. Uno
de ellos, a la vista, junto a las vías del tren. En los alrededores, en un
camino por el que había que pasar para inspeccionar el lugar, colocaron un
sedal que activaba el segundo. Aquel mecanismo letal, las bombas trampa, se
convirtió con los años en un recurso habitual de ETA para atacar a los Tedax y
a los Cuerpos de Seguridad ya fuera con sedales o con artefactos detrás de
pancartas ofensivas. La banda acabó convirtiendo el vehículo robado que
abandonaba en un coche bomba.
María
Jesús Monterroso hizo hace diez días uno de esos viajes que no se olvidan.
Acudió a Vitoria para recoger en persona uno de los Cuadernos de la Memoria,
los dosieres que edita el Gobierno vasco -en colaboración con la AVT- con
recortes de prensa, información del caso y alguna fotografía, si la hay. Se
entregan a las familias de crímenes sin resolver para que allí donde la
justicia no llega, haya algo de verdad.
Monterroso
subió al atril emocionada y dijo sus primeras palabras públicas en cuatro
décadas. En su breve intervención hizo un llamamiento a que «las víctimas no
caigamos en el olvido» y lanzó un mensaje contra «el odio y la barbarie que
truncó nuestras vidas». EL CORREO le propuso aquel mismo día que contara su
historia. Hoy lo hace. «Una vida truncada. La de mi familia y también la de mis
suegros, que jamás se recuperaron. Cuando se ponían malos, siempre me decían lo
mismo. 'Me quiero ir con mis hijos'». Lo dijo durante años el padre de Agustín,
«que murió hace tiempo y espero que esté con él» y también la madre, que vive
en una residencia donde María Jesús la visita muy a menudo. «Tiene 88 años y
sufre un trastorno cognitivo. Repite mucho las cosas. El otro día me decía: 'Me
acuerdo mucho de mi marido pero... ¡cuánto echo de menos a mis hijos!'».
Explica que «son muchos años viviendo con este dolor». «Unos días lo llevas
mejor y otros peor, pero es siempre muy triste. Nos sentimos abandonados por
los partidos y por las instituciones».
Reconoce
que le costó recabar fuerzas para hacer el viaje al País Vasco pero que está
muy agradecida por el reconocimiento. Habla de 'Agus' y de la vida que no pudo
ser. Y es entonces cuando María Jesús Monterroso mira a los ojos con un brillo
lleno de emoción y confiesa algo a lo que viene dando vueltas desde que empezó
la charla. «Cuando le mataron, yo estaba embarazada. No lo sabía todavía».
'Agus' y María Jesús tenían unas ansias enormes por ser padres y se habían
interesado incluso por un programa de fecundación in vitro pionero en España.
Dos
curas detenidos
No
pudo darle esa noticia que esperaban los dos. Pero quedó algo grande de ambos.
«Se llama Alba». Alba Pascual acompañó a su madre a Vitoria con una discreción
absoluta. «Ella tiene gestos de mi marido y de su abuelo paterno, y también la
manera de dormir...», detalla María Jesús. La joven -que prefiere que sea su
madre quien hable- se casó hace unos años y quería que su abuelo paterno fuera
el padrino. «Él estaba ya muy enfermo y apenas podía andar. Estuvimos
entrenando con una sábana por el pasillo», recuerda María Jesús. Quería ir
vestido con el uniforme de gala porque había sido capitán de la Guardia Civil,
aunque estaba ya retirado. Aquel día la emoción venció a sus fuerzas y no pudo
ejercer, pero sí pudo ver a su nieta en su gran día. Cuenta María Jesús que
poco después dejó de hablar.
Aquel
capitán era un hombre de los de antes, a los que casi nadie veía con una
lágrima en la mejilla. «Sólo recuerdo verle llorar una vez, cuando el atentado
de República Dominicana». Se refiere al coche bomba de ETA en Madrid que en
1986 acabó con la vida de 12 guardias civiles e hirió a otros 60. «Eran todos
de la Escuela de Tráfico y mi suegro era profesor allí. Aquel día lloraba y les
llamaba 'mis niños'».
Siempre
creemos que la desgracia es cosa de otros. Que nuestra vida dibujará una
estampa lineal y ascendente, con altibajos pero hermosa, sin grandes fracturas.
No siempre es así. En la de 'Agus', que soñaba con ser padre, se cruzó un sedal
conectado a una bomba. Le tocó a su esposa tirar con todo. «Saqué a mi hija
adelante. Alba, que me ha dado dos nietos preciosos», se enorgullece. Sigue la
saga.
«Cuando
le mataron hubo varios arrestos y detuvieron a dos curas. Yo siempre he sido
creyente pero ahora tengo mis reservas», admite. El suyo es un crimen sin
sentencia condenatoria, como casi otros 300 casos de la banda.

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