jueves, 18 de diciembre de 2025

17 diciembre 2025 El Correo (opinión)

 

17 diciembre 2025 



«Intenté alejarme de la figura de 'el niño de la bomba' y ser feliz»

«Como no tengo hijos, este libro será mi legado a la sociedad», afirma Alberto Muñagorri sobre la biografía que le escribirá Ander Izagirre con la beca Raúl Guerra Garrido

La historia clavada en la memoria colectiva no siempre tiene por qué ajustarse a los hechos. La de Alberto Muñagorri (Errenteria, 1972) dicta que al mediodía del 26 de junio de 1982, el por entonces niño de diez años pateó una mochila abandonada en una calle de Errenteria y la bomba que había en su interior le hirió gravemente. Sufrió la amputación de una pierna, perdió la visión de un ojo y sufrió múltiples heridas cuyas secuelas arrastra hasta hoy. El único problema es que las cosas no fueron exactamente así: Muñagorri no dio una patada a la mochila, sino que el temporizador de la bomba estalló a las doce del mediodía en lugar de a las doce de la noche, como presumiblemente pudo ser la intención de los perpetradores. En cuanto a las secuelas, las físicas no fueron menos graves que las psíquicas. Muñagorri lucha aún en día por sobrellevar tanto las unas como las otras.

Con estos materiales, el periodista y escritor Ander Izagirre escribirá la historia de aquel 'niño de Errenteria' cuyo infortunio se convirtió en advertencia para toda una generación que creció con precaución y admoniciones de los padres hacia cualquier bolsa o mochila abandonada en la calle. El autor de 'Potosí', 'Subcampeón' o 'Plomo en los bolsillos' tiene por delante un año de trabajo y los 25.000 euros de la beca Raúl Guerra Garrido que concede el Departamento Foral de Cultura.

Despertar en la UVI

Puestos a hacer memoria, Ander Izagirre no tiene muy claro cuándo fue la primera vez que oyó el nombre de Alberto Muñagorri ya que tenía seis años en el momento del atentado, pero sí tiene claro que fue muy pronto. «Fue un nombre que se me quedó grabado, como a tantos otros niños de los ochenta. 'Si ves una bolsa abandonada en la calle, no la toques, mira lo que le ha pasado a ese niño de Rentería'». En el caso de Alberto, los recuerdos son más nítidos y a la vez, más difusos. «Mi primer recuerdo fue despertarme en la UVI y ver unas manchas verdes, que eran mis padres. Me acuerdo de que me quedé mirando la mochila, pero no del momento de la explosión, aunque parece ser que no perdí la conciencia».

Sí coinciden los dos en lo improbable que resulta la, sin embargo, rocosa teoría de la patada. «No tiene sentido –explica Ander–, nadie da una patada a una mochila y en el caso de Alberto, es diestro, pero la explosión le amputó la pierna izquierda». Por no hablar del cúmulo de circunstancias que permitieron que lo que podía haber sido una explosión controlada o incluso una desactivación del explosivo desembocara en una tragedia. Aunque ETA nunca avisó de la colocación de la bomba, las autoridades localizaron la mochila y la Policía Municipal acordonó la zona, aunque al cabo de unas horas levantó la cinta. En cuanto a la Policía Nacional, fue avisada, pero no acudió. Años después, el Estado perdió el juicio que entablaron los padres de Muñagorri y fue condenado «como responsable subsidiario por funcionamiento anómalo de los cuerpos de seguridad». Eso sí: ése ha sido el único juicio. «El que puso la bomba se fue de rositas», en palabras de Muñagorri.

Tras el atentado, Muñagorri trató de seguir el consejo de su madre: «Ser feliz. Me dediqué a intentar alejarme de la figura de 'el niño de la bomba', y hacer mi vida, tener mis amigos y relaciones, mi trabajo y una vida normal, con las luces y sombras que te deja un atentado». A la pregunta de si se hartó de ser ese 'niño de la bomba', señala: «Yo quería que me conocieran simplemente como Alberto Muñagorri, pero eso iba unido siempre a lo que me había sucedido».

No se le escapa que ahora con el anuncio de la beca y dentro de un año con la publicación del libro, esa condición de víctima infantil volverá a sobrevolarle: «Ahora seré 'el niño de la bomba', pero ya con una perspectiva muy diferente porque no quiero que el libro me revictimice, sino que la gente conozca lo que viene después de un atentado, que es lo importante. No quedarnos en aquel 26 de junio de 1982». Y en el caso de Muñagorri, ¿qué fue lo que vino? «Unas secuelas físicas importantes y emocionales que salieron a la luz al cabo de muchos años. La gente se queda en el atentado concreto, pero los heridos hemos sido los grandes olvidados de todo esto».

En su caso, continúa, «con los años, vas teniendo más problemas por las secuelas del atentado» que se tradujeron en un episodio depresivo «a raíz de un conflicto familiar. Siempre hay baches. Te das cuenta de que aquello que con quince años pensabas que lo tenías gestionado y superado, vuelve y te descoloca. En 1982 no existía ni el término 'salud mental'. Tuve todo tipo de médicos, pero el psicólogo no apareció. Tuve a otra psicóloga, que fue mi madre, que para mí fue fundamental».

Paradójicamente, el atentado y sus secuelas físicas le llevaron a la práctica del deporte, en concreto, del ciclismo. En junio sufrió la amputación de la pierna, en diciembre le regalaron una bicicleta y para primavera ya estaba dándole a los pedales. Los años pasaron y llegó la adolescencia, una etapa de la vida particularmente complicada. No lo recuerda así Muñagorri: «Para mí no lo fue. Si hablamos de chicas, hubo algunos rechazos por las limitaciones que tenía, pero siempre he intentado muy orgulloso de mí y de mi físico». En este punto, Izagirre indica que «es una de las partes que más me gusta de su historia porque era un juerguista, un ligón y un echado para adelante, quizás como reacción a la otra alternativa, que era quedarse en un rincón. Su entorno me ha contado que tenía fama de ligón y de ser el más lanzado de la cuadrilla».

«He sentido rabia»

El ahora concejal errenteriarra no tiene muy claro si en algún momento sintió odio, aunque admite la posibilidad. «Algo habré tenido, porque lo que sí he sentido es rabia. Mi madre me decía que era importante no odiar, pero imagino que existió en ciertos momentos, aunque no los identifique. Sí que he sentido rabia e indignación sobre lo que me pasó y sobre lo que me pasaba». Todo esto no le ha impedido mantener un encuentro restaurativo en prisión con un exmiembro de ETA. «Fue duro, pero nunca he negado el diálogo con ninguna persona. Me encontré a una persona, con mucho sentimiento de culpa y con la que hoy en día sigo teniendo relación sin ningún problema».

También ha impartido charlas en algunos colegios, porque «siempre he tenido claro que lo que me pasó y sus repercusiones en mi familia lo tenía que contar, pero no siempre estás con el estado de ánimo necesario para contarlo. Aprendí que me tenía que cuidar y que no podía permitir que contar mi historia me repercutiera negativamente. Tengo que estar fuerte». Izagirre ha asistido a alguna de esas charlas y confirma que en la que dio en Eibar, por ejemplo, «Alberto aprendió que eso le pasaba factura después. No le salía gratis exponer su historia».

Izagirre señala que aquella explosión del 26 de junio de 1982 dejó metafóricamente una 'onda expansiva': «En aquella época había muchos atentados de los que no se hablaba mucho, pero Alberto me comentó una cosa: con su caso, las familias se sintieron interpeladas porque empezaron a ver que un atentado era algo que les podía pasar a sus hijos». Por todas estas circunstancias, concluye: «Para mí contar lo que había vivido yo en mi tierra era un asunto pendiente desde hace muchos años. No siento especial vértigo, es una historia que tengo bien documentada y cimentada con muchos testimonios».

Opinión:

Desde que tuve la oportunidad de mantener el contacto con Alberto siempre he dicho que es una víctima del terrorismo de las de verdad, no de esas “víctimas de tirita” que algunos conocemos. Una víctima del terrorismo con una DIGNIDAD y una entereza enormes, de las que aportan sentido común y el deseo de evitar más dolor en lugar de destruir o de vivir del dolor ajeno.

Será un honor poder tener el libro y leerlo con la tranquilidad que el propio Alberto desprende en su vida privada.

Y algo que también nos une: el haber mantenido el encuentro con uno e los responsables de nuestra dolorosa vivencia.

Gracias Alberto por ser como eres.

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