17
diciembre 2025
«Intenté
alejarme de la figura de 'el niño de la bomba' y ser feliz»
«Como
no tengo hijos, este libro será mi legado a la sociedad», afirma Alberto
Muñagorri sobre la biografía que le escribirá Ander Izagirre con la beca Raúl
Guerra Garrido
La
historia clavada en la memoria colectiva no siempre tiene por qué ajustarse a
los hechos. La de Alberto Muñagorri (Errenteria, 1972) dicta que al mediodía
del 26 de junio de 1982, el por entonces niño de diez años pateó una mochila
abandonada en una calle de Errenteria y la bomba que había en su interior le
hirió gravemente. Sufrió la amputación de una pierna, perdió la visión de un
ojo y sufrió múltiples heridas cuyas secuelas arrastra hasta hoy. El único
problema es que las cosas no fueron exactamente así: Muñagorri no dio una
patada a la mochila, sino que el temporizador de la bomba estalló a las doce
del mediodía en lugar de a las doce de la noche, como presumiblemente pudo ser
la intención de los perpetradores. En cuanto a las secuelas, las físicas no
fueron menos graves que las psíquicas. Muñagorri lucha aún en día por
sobrellevar tanto las unas como las otras.
Con
estos materiales, el periodista y escritor Ander Izagirre escribirá la historia
de aquel 'niño de Errenteria' cuyo infortunio se convirtió en advertencia para
toda una generación que creció con precaución y admoniciones de los padres
hacia cualquier bolsa o mochila abandonada en la calle. El autor de 'Potosí',
'Subcampeón' o 'Plomo en los bolsillos' tiene por delante un año de trabajo y
los 25.000 euros de la beca Raúl Guerra Garrido que concede el Departamento
Foral de Cultura.
Despertar
en la UVI
Puestos
a hacer memoria, Ander Izagirre no tiene muy claro cuándo fue la primera vez
que oyó el nombre de Alberto Muñagorri ya que tenía seis años en el momento del
atentado, pero sí tiene claro que fue muy pronto. «Fue un nombre que se me
quedó grabado, como a tantos otros niños de los ochenta. 'Si ves una bolsa
abandonada en la calle, no la toques, mira lo que le ha pasado a ese niño de
Rentería'». En el caso de Alberto, los recuerdos son más nítidos y a la vez,
más difusos. «Mi primer recuerdo fue despertarme en la UVI y ver unas manchas
verdes, que eran mis padres. Me acuerdo de que me quedé mirando la mochila,
pero no del momento de la explosión, aunque parece ser que no perdí la
conciencia».
Sí
coinciden los dos en lo improbable que resulta la, sin embargo, rocosa teoría
de la patada. «No tiene sentido –explica Ander–, nadie da una patada a una
mochila y en el caso de Alberto, es diestro, pero la explosión le amputó la
pierna izquierda». Por no hablar del cúmulo de circunstancias que permitieron
que lo que podía haber sido una explosión controlada o incluso una
desactivación del explosivo desembocara en una tragedia. Aunque ETA nunca avisó
de la colocación de la bomba, las autoridades localizaron la mochila y la
Policía Municipal acordonó la zona, aunque al cabo de unas horas levantó la
cinta. En cuanto a la Policía Nacional, fue avisada, pero no acudió. Años
después, el Estado perdió el juicio que entablaron los padres de Muñagorri y
fue condenado «como responsable subsidiario por funcionamiento anómalo de los
cuerpos de seguridad». Eso sí: ése ha sido el único juicio. «El que puso la
bomba se fue de rositas», en palabras de Muñagorri.
Tras
el atentado, Muñagorri trató de seguir el consejo de su madre: «Ser feliz. Me
dediqué a intentar alejarme de la figura de 'el niño de la bomba', y hacer mi
vida, tener mis amigos y relaciones, mi trabajo y una vida normal, con las
luces y sombras que te deja un atentado». A la pregunta de si se hartó de ser
ese 'niño de la bomba', señala: «Yo quería que me conocieran simplemente como
Alberto Muñagorri, pero eso iba unido siempre a lo que me había sucedido».
No
se le escapa que ahora con el anuncio de la beca y dentro de un año con la
publicación del libro, esa condición de víctima infantil volverá a
sobrevolarle: «Ahora seré 'el niño de la bomba', pero ya con una perspectiva
muy diferente porque no quiero que el libro me revictimice, sino que la gente
conozca lo que viene después de un atentado, que es lo importante. No quedarnos
en aquel 26 de junio de 1982». Y en el caso de Muñagorri, ¿qué fue lo que vino?
«Unas secuelas físicas importantes y emocionales que salieron a la luz al cabo
de muchos años. La gente se queda en el atentado concreto, pero los heridos
hemos sido los grandes olvidados de todo esto».
En
su caso, continúa, «con los años, vas teniendo más problemas por las secuelas
del atentado» que se tradujeron en un episodio depresivo «a raíz de un
conflicto familiar. Siempre hay baches. Te das cuenta de que aquello que con
quince años pensabas que lo tenías gestionado y superado, vuelve y te
descoloca. En 1982 no existía ni el término 'salud mental'. Tuve todo tipo de
médicos, pero el psicólogo no apareció. Tuve a otra psicóloga, que fue mi
madre, que para mí fue fundamental».
Paradójicamente,
el atentado y sus secuelas físicas le llevaron a la práctica del deporte, en
concreto, del ciclismo. En junio sufrió la amputación de la pierna, en
diciembre le regalaron una bicicleta y para primavera ya estaba dándole a los
pedales. Los años pasaron y llegó la adolescencia, una etapa de la vida
particularmente complicada. No lo recuerda así Muñagorri: «Para mí no lo fue.
Si hablamos de chicas, hubo algunos rechazos por las limitaciones que tenía,
pero siempre he intentado muy orgulloso de mí y de mi físico». En este punto,
Izagirre indica que «es una de las partes que más me gusta de su historia
porque era un juerguista, un ligón y un echado para adelante, quizás como
reacción a la otra alternativa, que era quedarse en un rincón. Su entorno me ha
contado que tenía fama de ligón y de ser el más lanzado de la cuadrilla».
«He
sentido rabia»
El
ahora concejal errenteriarra no tiene muy claro si en algún momento sintió
odio, aunque admite la posibilidad. «Algo habré tenido, porque lo que sí he
sentido es rabia. Mi madre me decía que era importante no odiar, pero imagino
que existió en ciertos momentos, aunque no los identifique. Sí que he sentido
rabia e indignación sobre lo que me pasó y sobre lo que me pasaba». Todo esto
no le ha impedido mantener un encuentro restaurativo en prisión con un
exmiembro de ETA. «Fue duro, pero nunca he negado el diálogo con ninguna
persona. Me encontré a una persona, con mucho sentimiento de culpa y con la que
hoy en día sigo teniendo relación sin ningún problema».
También
ha impartido charlas en algunos colegios, porque «siempre he tenido claro que
lo que me pasó y sus repercusiones en mi familia lo tenía que contar, pero no
siempre estás con el estado de ánimo necesario para contarlo. Aprendí que me
tenía que cuidar y que no podía permitir que contar mi historia me repercutiera
negativamente. Tengo que estar fuerte». Izagirre ha asistido a alguna de esas
charlas y confirma que en la que dio en Eibar, por ejemplo, «Alberto aprendió
que eso le pasaba factura después. No le salía gratis exponer su historia».
Izagirre
señala que aquella explosión del 26 de junio de 1982 dejó metafóricamente una
'onda expansiva': «En aquella época había muchos atentados de los que no se
hablaba mucho, pero Alberto me comentó una cosa: con su caso, las familias se sintieron
interpeladas porque empezaron a ver que un atentado era algo que les podía
pasar a sus hijos». Por todas estas circunstancias, concluye: «Para mí contar
lo que había vivido yo en mi tierra era un asunto pendiente desde hace muchos
años. No siento especial vértigo, es una historia que tengo bien documentada y
cimentada con muchos testimonios».
Opinión:
Desde que tuve la oportunidad de mantener el contacto con
Alberto siempre he dicho que es una víctima del terrorismo de las de verdad, no
de esas “víctimas de tirita” que algunos conocemos. Una víctima del terrorismo
con una DIGNIDAD y una entereza enormes, de las que aportan sentido común y el
deseo de evitar más dolor en lugar de destruir o de vivir del dolor ajeno.
Será un honor poder tener el libro y leerlo con la
tranquilidad que el propio Alberto desprende en su vida privada.
Y algo que también nos une: el haber mantenido el
encuentro con uno e los responsables de nuestra dolorosa vivencia.
Gracias Alberto por ser como eres.

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