10 abril 2015
Ante todo,
colaborar
La amenaza yihadista es un hecho y todas las instituciones
tienen que volcarse en combatirla
La detención por parte de los Mossos d’Esquadra de 11
miembros de una célula yihadista que reclutaba combatientes para el Estado Islámico
y que planeaba presuntamente atentar en Cataluña demuestra que la amenaza del
terrorismo islamista se mantiene alta en nuestro país. Hay que felicitarse de
que la excelente labor policial haya culminado con éxito una investigación que
comenzó hace 13 meses y que en diciembre pasado permitió el arresto en Bulgaria
de tres combatientes reclutados por la célula, que pretendían llegar a Siria
para unirse al Ejército Islámico, aunque parece que otro de ellos ha alcanzado
su objetivo.
El hecho de que entre el material intervenido figuren
planos y fotografías de algunos edificios emblemáticos y sedes de instituciones
catalanas, además de instrucciones para la fabricación de explosivos, indica la
peligrosidad de la célula desarticulada. Con estas detenciones son ya 38 las
personas arrestadas en lo que va de año.
Desde que grupos islamistas radicales lograran controlar un
importante territorio entre Siria e Irak, la yihad ha entrado en una nueva fase
en la que la internacionalización del conflicto pasa por perpetrar atentados y
causar el terror en los países democráticos; pero también por el incremento de
combatientes para reforzar sus posiciones en ese territorio. El grupo
desarticulado en Cataluña es un ejemplo de esa doble función, como medio de
reclutamiento y como célula dormida capaz de atentar en el lugar donde se
ubica.
Otra constatación inquietante es el hecho de que de los 11
detenidos (diez hombres y una mujer), cinco eran musulmanes conversos, cuatro
de ellos españoles y uno uruguayo. Como ya se ha observado en atentados
cometidos en Francia o Gran Bretaña, la creciente presencia de conversos,
educados en sociedades democráticas, exige indagar con mayor profundidad la
naturaleza de este fenómeno. Podría indicar que el radicalismo yihadista se
está convirtiendo en un modo de canalizar un tipo de frustraciones que no
tienen su origen tanto en cuestiones religiosas, como identitarias y sociales.
En cualquier caso, hay que ser conscientes del peligro
potencial y de la prioridad absoluta que debe darse al control de este
problema. Para ello no hay medio más eficaz que garantizar los recursos
necesarios para una labor policial preventiva basada en tareas de información y
vigilancia. La amenaza es real, los temores son plenamente fundados y la
respuesta no puede ser otra que un grado elevado de colaboración policial e
institucional.
Hay que huir, por ello, de cualquier intento de
instrumentalizar políticamente la persecución del terrorismo yihadista, y
alguna tentación ha habido a raíz de las detenciones en Cataluña. La unidad, la
cooperación y el espíritu constructivo refuerzan las defensas contra una lacra
que, cuando consigue golpear, causa un enorme sufrimiento. Mejor que llorar por
las víctimas es evitar que las haya, y para ese objetivo, todo esfuerzo y toda
colaboración son pocos.
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