martes, 21 de marzo de 2017

18 marzo 2017 (8) ABC (opinión)

18 marzo 2017



Intentando rentabilizar la rendición de ETA
Las reacciones al anuncio de desarme de ETA
Cronología de las negociaciones y las treguas de ETA


«La foto de la entrega de las armas es la foto de la derrota». La frase es de Arnaldo Otegi, el dirigente de la izquierda abertzale y, de algún modo, contextualiza el anuncio realizado por Jean-Noël Etcheverry. Aunque para ser exactos, habría que precisar los términos utilizados por Otegi. Aquello a lo que deben aspirar los estados español y francés es a que ETA entregue la localización de sus zulos a sus policías y que éstas procedan a su localización e incautación.
Con los escasos datos que han trascendido hasta el momento, lo que parece que tiene previsto hacer la organización terrorista es preparar una escenificación que le haga menos incómodo el hecho de, supuestamente, entregar las armas: en un acto público y a unos verificadores internacionales para acabar siendo custodiadas por el Estado francés. Si fuera cierto finalmente que entregan las armas o la localización de los zulos, hay un punto que, por mucho que lo enmascaren, constituye para ETA lo más parecido a una rendición y es la solicitud de que ese material acabe en manos del Estado francés.
Otra cosa es la opinión de los estados español y francés. Antes de seguir con la explicación habría que realizar dos anotaciones previas; la primera es la necesidad de que un anuncio realizado por Etcheverry sea ratificado y ampliado de manera exacta y precisa por la organización terrorista. La segunda es que lleve ETA a cabo o no ese paso, una vez la banda indicase las coordenadas de sus depósitos de armas -si es que finalmente lo hacen-, habría que comprobar si en realidad lo que ofrece son todos los zulos o si la organización ha tomado la decisión de no ofrecer la localización de aquéllos que temen que sean detectados por las Fuerzas de Seguridad o de aquéllos que están lejos del alcance de sus actuales dirigentes.
Los expertos defienden que ETA es responsable de las armas que posee y que, para llamarlo estrictamente desarme, debería entregarlas todas, incluso si eso obligara a los miembros actuales a preguntar a los presos o a ex miembros de la organización que puedan saber su paradero. Dicho esto, para ofrecer una idea de la evolución de la banda, cabría repasar su soberbia y sus pretensiones hasta hace no tanto tiempo, incluso cuando ya estaba derrotada militarmente. Queda constancia de los términos en los que los etarras, tras el cese definitivo, marcharon a Oslo para iniciar una negociación con los estados en la que encima de la mesa estuvieran como objeto de intercambio el desarme, la salida de los presos -primero en bloque y después escalonada- la retirada del Ejército y las Fuerzas de Seguridad del País Vasco, y algunas cuestiones más. Las autoridades noruegas acabaron echándoles no sólo porque ningún miembro del Gobierno se acercó a hablar con ellos -ya estaba de jefe del Ejecutivo Mariano Rajoy-, sino porque se mostraban tan intransigentes que hasta los propios mediadores internacionales que ellos eligieron acabaron reprochándoles su intolerancia.

El siguiente paso fue el de la falsa entrega de unas pocas armas al grupo de verificación internacional dirigido por el profesor Ram Mannikalingam. Los terroristas pretendían que fuera suficiente escenificar la entrega de unas cuantas pistolas, sellar el cajón en el que las transportaban y volvérselas a llevar. Hace meses estuvieron intentando negociar con el Gobierno francés. Primero, con la ministra de Justicia con quien se reunieron importantes miembros de la izquierdaabertzale. Viejos socialistas franceses fueron tentados también entonces. Más tarde, el Ejecutivo vecino llegó a pedir a sus servicios secretos que tanteasen las intenciones de la banda con discreción. Este intento pareció no prosperar al adquirir trascendencia pública.
El pasado mes de diciembre, cinco personas afines a ETA preparaban la entrega de armas y explosivos a unos verificadores internacionales entre los que se encontraba un cura irlandés. Los verificadores se quedaron esperando en un hotel porque estas personas -cuya intención era inutilizar y manipular las armas- fueron detenidas en una operación en la que participó la Guardia Civil. Entre los detenidos se encontraba Etcheverry, quien ahora ha realizado el anuncio. Si no fallasen de nuevo las expectativas -ETA es experta en inflarlas- el alto anunciado es, de nuevo, como ocurrió en el Palacio de Ayete, un intento de evitar la imagen de la derrota. Pero, de todos modos, una petición a las autoridades francesas para que custodien el material es, desde el punto de vista etarra, lo que siempre ha intentado evitar la banda.
Dicho esto, los estados francés y español tienen derecho a exigir que las cosas se hagan como ellos quieren, tienen derecho a creer que a estos terroristas ya derrotados militarmente no hay por qué endulzarles el final, y tampoco a la izquierda abertzale, que es al fin y al cabo la que también se beneficia de la escenografía y de una aparente falta de derrota de ETA. Por eso los enviados de la banda, en sus anuncios a la prensa francesa, piden que no haya interferencias (de las policías, se entiende). ETA ya no produce los sobresaltos de antaño, pero eso no debe hacer que olvidemos cuando ella, absolutamente agónica, se empeña en hacerse presente que queda su disolución -la banda siempre ha dicho que no quiere disolverse porque quiere ser una corriente de referencia política dentro del movimiento abertzale-, que los presos confían en que con este tipo de pasos el Estado se vea obligado a obviar sus crímenes y se avenga a una salida escalonada, y que quedan más de 300 asesinatos pendientes para cuya resolución la ayuda de los reclusos etarras y la intermediación de la izquierda abertzale y de quien se preste debería ser entre fundamental y condición sine qua non.

Opinión.

El artículo de Ángeles Escrivá empieza con una frase que resume gran parte de mi opinión personal. “La foto de la entrega de las armas es la foto de la derrota” es absolutamente cierta aunque a esa fotografía habría que añadir otra que, para mi, es todavía más importante: la de los tres encapuchados que en octubre de 2011 declaraban “el cese de la actividad armada” (sic). Por cierto, personalmente me fue y me sigue siendo totalmente indiferente que llevaran o no capucha porque desde el minuto uno preferí quedarme con lo importante del momento: nadie mas recibiría los efectos de un atentado de la banda terrorista ETA como sí los habíamos recibido otros con anterioridad.
Me recordaba esta anécdota una de los periodistas que me visitó el mismo viernes, extrañado porque pensaba que quien había dicho aquello de “los frikis con capucha” había sido un servidor. Cuando le aclaré la realidad del tema, acabamos entre risas y cafés con leche en vaso.
Explico todo lo anterior porque queda muy claro que hay víctimas que sabemos diferenciar “el grano de la paja” y, por delante de nuestras opiniones personales siempre pensamos en el bienestar común, el bienestar del resto de la población.

Lo que sí queda también muy claro que deben hacerse todos los esfuerzos posibles por aclarar todos los atentados que todavía no están cerrados. Todos y cada uno de ellos. Que una banda terrorista se quede sin armas la transforma en cualquier cosa menos en banda terrorista pero ello no debe incluir el olvido de las actividades criminales pendientes de esclarecimiento.

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