sábado, 5 de mayo de 2018

04 mayo 2018 (3) La Vanguardia

04 mayo 2018 



La huella de ETA en Catalunya: un camino con 54 tumbas
Arrancó en 1975 y permanece hasta el 2001, cuando se produjo el último atentado mortal
Este ha sido un largo camino, jalonado por 54 tumbas. La huella de ETA en Catalunya apareció en 1975 y permaneció hasta el 2001. En medio dejó 75 atentados, en los cuales se contaron 54 muertos y cientos de heridos, con episodios tan espantosos como los atentados de Hipercor y contra el cuartel de la Guardia Civil en Vic o el asesinato de Ernest Lluch. La esperanza es que hayamos llegado al final.
Echando la vista atrás, la gente de una determinada edad se preguntará cómo superamos esos tiempos, y las que no la tienen no se imaginan lo que fue. Porque fueron años de plomo. Desde el inicio de la democracia hasta los años 2000, la presencia del terrorismo en la vida pública fue continua: dejaba repetidamente el corazón en un puño y ponía contra la pared la democracia. Ahora está la amenaza islamista, pero no se vive de la misma forma.
Catalunya no fue la excepción. La primera aparición de ETA en Barcelona fue el 6 de junio de 1975, con un Franco renqueante pero aún con vida. Un grupo atracó una sucursal del Banco de Santander ubicada en el número 70 de la calle Casp. Al lugar acudió una patrulla de la policía que al llegar se enfrentó con los asaltantes. El cabo primero de la Policía Armada Ovidio Díaz López recibió un disparo mortal. Tiempo después, este suceso fue asumido por ETA.
En este momento arranca la historia de la organización en Catalunya, y desde entonces hasta el 2001 la sombra de los atentados de la banda terrorista no desapareció, aunque tardó 11 años en volver a matar aquí: fue el 14 de octubre de 1986, cuando la explosión de un coche bomba junto a un cuartel de la Policía Nacional mató al agente Ángel González Pozo, que hacía funciones de vigilancia de las instalaciones.
Esta no era una fecha cualquiera: al día siguiente, Barcelona exponía en Lausana su candidatura para albergar los Juegos Olímpicos de 1992, la mayor ilusión de la ciudad. Era como un aviso: que no dejarían a los catalanes disfrutar tranquilos del acontecimiento. ETA fue la principal preocupación para los responsables de la seguridad de los Juegos, pero la acción internacional del Gobierno español permitió que la tolerancia al refugio de la banda terrorista en el sur de Francia fuera rompiéndose. Un gran alivio fue que poco antes de la inauguración, el 29 de marzo de 1992, cayó la cúpula etarra en ­Bidart, lo cual dejó debilitada a la organización durante tiempo.
De todas formas, entre 1975 y 1986 también pasaron cosas. El 16 de noviembre de 1980, un comando de nueve personas pretendió asaltar el cuartel del Batallón de Cazadores del Ejército en Berga, intento desbaratado por los soldados de la guardia. Por este hecho fueron condenados tras dos juicios ocho miembros de ETA p-m y un militante del Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN), hoy desaparecido.
Esta alianza da pie a preguntarse cuál fue la relación de ETA con grupos catalanes para actuar aquí. Otro dato apuntaba en este sentido, porque en septiembre de 1988, cuando se detuvo a miembros de Terra Lliure, se les ocupó un revólver que les había proporcionado el grupo vasco. Pero la verdad es que esta supuesta colaboración prácticamente no existió. Los etarras no se fiaban de los terroristas catalanes ni de su eficiencia; y estos, además, no tenían un respaldo político en Catalunya como lo tenía ETA en el País Vasco. Las fuerzas de seguridad supieron que se habían producido reuniones en Andorra y el sur de Francia a instancias de Terra Lliure, pero no fructificaron.
Ahora bien, en los comandos de ETA que han operado en Catalunya, singularmente en el comando Barcelona, no solamente ha habido personas procedentes del País Vasco. Por ejemplo, en el que causó la masacre de Vic estaba Joan Carles Monteagudo, un exmiembro de Terra Lliure muy radicalizado y al que esta organización se le había quedado pequeña y por eso la abandonó. Monteagudo fue abatido por fuerzas especiales de la Guardia Civil al día siguiente del atentado.
Monteagudo y los otros miembros del comando habían recibido apoyo en Barcelona, de círculos anarquistas o de extrema izquierda muy radicalizada. Es el caso de la persona que los acogió un tiempo en su casa, una empleada del hogar que se llamaba Pilar y a la que llegaron por medio de una camarera que tuvo importancia en la estructura etarra en Catalunya, una mujer llamada Lola. Nacida en un pueblo de Almería, Lola militaba en el Partido Comunista de España Internacional, PCE (i). Lola y Pilar se conocieron en un mitin de HB en Barcelona que se celebró en 1986. Lola había cumplido una condena en Yeserías, donde entró en contacto con mujeres de ETA, y ahí pasó a relacionarse con la banda. Para ayudar a los terroristas que viajaban a Barcelona reclutó a Pilar. El citado mitin era para respaldar la candidatura de HB a las elecciones europeas de 1987, una convocatoria en la que sorprendentemente obtuvieron casi 40.000 votos en Catalunya.
Tras la caída de los terroristas de Vic, Lola siguió vinculada al comando Barcelona, y se integró en el que remodeló el etarra Fe­lipe San Epifanio, y que fue responsable de la colocación de varios coches bomba y del asesinato del coronel del Ejército Leopoldo García Campos en Barcelona. ­Finalmente, fue detenida en Francia en el 2001 y extraditada a España.
Durante los años 1986 y 1987, ETA llevó a cabo una campaña de colocación de bombas en Barcelona y también detonó un artefacto en Val d’Aran, muy cerca de la residencia del rey Juan Carlos, pero sin duda los tres hitos principales de la banda en Catalunya son los atentados de Hipercor y Vic y el asesinato de Ernest Lluch.
El 19 de junio de 1987, el comando Barcelona dejó un coche bomba en el aparcamiento de los almacenes Hipercor, en la Meridiana. Lo habían fabricado en una casa en Castelldefels, y al explosivo habían unido jabón en escamas para que fuera como napalm para los heridos. Hubo 21 muertos y más de 30 heridos. El 5 de septiembre, la policía detuvo a los autores de la matanza en un piso de la calle Mallorca, Domingo Troitiño, José Luis Gallastegui y Mercedes Esnaga. Los dos primeros se rindieron, pero la mujer quiso coger su arma y recibió un disparo. En el hospital, cuando un inspector le preguntó cómo pudo colocar una bomba en un centro comercial, dijo que tenían órdenes de actuar contra intereses franceses. Cuando el agente se extrañó porque Hipercor era español, respondió que le era igual, que su jefe les había dicho que era francés.
El 29 de mayo de 1991, dos etaras arrojaron un coche cargado de explosivos por la rampa de acceso del cuartel de la Guardia Civil en Vic. Abajo, en la explanada, estaban jugando los niños de los agentes. Hubo nueve muertos, entre los que había cuatro niños de entre 8 y 15 años, y un guardia urbano que fue arrollado minutos después por una ambulancia que retiraba heridos. Al día siguiente, la Guardia Civil localizó en un chalet de Lliçà d’Amunt a los miembros del nuevo comando Barcelona. Félix Erezuma y Joan Carlos Monteagudo, responsables de la masacre, fueron abatidos; y un tercer etarra recién llegado, Juan José Zubieta, detenido.
El 21 de noviembre del 2000, el exministro socialista Ernest Lluch fue asesinado de dos tiros en la nuca, en el garaje de su domicilio en la avenida de Chile. El cadáver fue descubierto por un vecino. Los etarras hicieron estallar el coche que habían utilizado para el crimen en la Diagonal. Como autor fue condenado el etarra Fernando García Jodrá, alias Txomin.
No fue un atentado cualquiera. Lluch tenía muchos vínculos con San Sebastián y era uno de los personajes públicos que más abogaban por el diálogo para terminar con el conflicto vasco. Tres días después del asesinato, centenares de miles de personas se manifestaron en Barcelona para mostrar su repulsa por el atentado. En los parlamentos, la periodista Gemma Nierga, amiga de la familia, pidió diálogo ante varios miembros del gobierno del PP que asistían a la marcha.
Comando Barcelona era el nombre genérico que recibía el grupo de etarras que actuaba en Catalunya y que iban siendo reemplazados a medida que eran abatidos o detenidos, como el caso de Troitiño o Monteagudo. Capítulo aparte fue José Luis Urrusolo Sistiaga, que lideró un comando itinerante que operó en Barcelona, y que aquí mató a un comandante de aviación, a dos suboficiales de la banda de música del cuartel del Bruc, a un albañil que murió por un coche bomba y a un guardia civil. Urrusolo obligó al comando a vivir en una furgoneta, para ocultar su rastro. Fue detenido en Francia en 1997.
El último atentado mortal de ETA ocurrió el 17 de marzo del 2001, cuando el mosso Santos Santamaría murió por el estallido de un coche bomba. Aún hubo otro más sin víctimas, pero desde entonces la sombra de ETA se ha ido desvaneciendo en Catalunya. Este ha sido un largo viaje, que es una victoria, aunque muy dolorosa y con 75 atentados de por medio. Ahora se anuncia el final. Es un largo camino jalonado por 54 tumbas.


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