30 abril 2018
ETA y el coche bomba: los atentados más sangrientos
Hipercor, la casa cuartel de Zaragoza, República
Dominicana: a mediados de los 80 la organización terrorista trató de doblegar
al Estado con decenas de muertos sobre la mesa
Beatriz Sánchez Seco cumplía cinco años ese día. Una gran
tarta aguardaba en la nevera, lista para la celebración. Llevaba tan solo cinco
meses en Zaragoza, donde habían trasladado a su padre. Tenían una vivienda en
la ciudad, pero los conductores de la Guardia Civil , como él, estaban obligados a vivir
en la casa cuartel. Así que allí le acompañaron todos: su madre, su hermano
mayor y ella. Beatriz dormía junto a la puerta de la habitación que compartía
con su hermano; él, de 11 años, tenía la cama junto a la ventana..
Capítulo 1. El declive de ETA en diez hitos
Cronología de los últimos años de la banda terrorista
Especial: Las víctimas mortales
A las 6.13 de la
mañana del 11 de diciembre de 1987, los cristales saltaron por los
aires. Había explotado junto al cuartel un Renault 18 con 250 kilos de amonal.
“Mis recuerdos son poco precisos”, relata Beatriz, 30 años después. “Me vienen
imágenes del techo, la puerta, mi hermano escondido debajo de la cama, mi padre
sacándonos de allí por unas escaleras llenas de polvo, cosas destrozadas... y
angustia, mucha angustia”. Su tarta de cumpleaños reventó, al igual que el
frigorífico. Sus padres no murieron porque se habían cambiado de cuarto gracias
a que una vecina cosía con máquina y se oía mucho, pero la que tendría que
haber sido su habitación quedó hecha escombros.
Fuera, el escenario era apocalíptico. Cadáveres sepultados,
gente gritando, viviendas destrozadas. La explosión acabó con la vida de 11
personas, seis de ellos menores de edad que dormían plácidamente en sus camas
cuando sucedió todo. ETA mató a dos gemelas de tres años, Esther y Miriam
Barrera; a Silvia Pino, una niña de siete; a Silvia Ballarín, de 6; a Rocío
Capilla, de 12; y a Ángel Alcaraz, de 17. Otro chiquillo, Emilio José Capilla,
de 9 años, sobrevivió pero se quedó solo en el mundo: murieron su madre, su
padre y su única hermana. Otros salvaron la vida de milagro. En la casa cuartel
residían unas 40 familias (180 personas) y algunas decenas de estudiantes en la
residencia que alojaba el edificio.
Casi 90 personas más resultaron ese día heridas de distinta
gravedad. La banda terrorista había decidido dar un salto cualitativo en su
estrategia y masacrar a familias enteras utilizando coches bomba con los que
llevaba ensayando desde hacía dos años. Entre 1986 y 1987 ETA provocó sus tres
mayores matanzas, que incluyeron mujeres embarazadas y niños pequeños.
República Dominicana, en Madrid; Hipercor, en Barcelona; y la casa cuartel de la Guardia Civil de
Zaragoza se convirtieron en símbolo de la barbarie terrorista mientras la banda
pretendía sumar puntos para coaccionar al Gobierno dentro del marco de las
conversaciones previas a las negociaciones de Argel. Era la primera vez que
atentaba de forma indiscriminada no solo contra los guardias civiles sino
contra sus familias. Seis meses antes lo había hecho en un centro comercial,
Hipercor, donde solo mató civiles.
El primer paso de su mortífera estrategia había comenzado
antes, en el otoño de 1985. Los autores: el comando Madrid liderado por José
Ignacio de Juana Chaos.
Ensayo del horror
9 de septiembre de 1985. “Íbamos 16 guardias civiles en el
microbús: el conductor, siete parejas que se dirigían a las embajadas rusa,
italiana y estadounidense, y yo, que estaba asignado al depósito de
estupefacientes del Ministerio de Sanidad. Salimos de la calle Guzmán el Bueno
a las 7.10 de la mañana, atravesamos Raimundo Fernández Villaverde y nada más
llegar a República Argentina, a las 7.20… Buuuuuuum. De pronto, era de noche.
Recuerdo verlo todo negro, amarillo, rojo. Los tímpanos se nos reventaron a
todos. Se escuchaban disparos a lo lejos. Querían rematarnos. Busqué una
metralleta, salté fuera del autobús y empecé a disparar al aire. Son décimas de
segundo durante las cuáles la muerte está demasiado cerca como para pensar. Me
metí detrás de un árbol para ubicarme y quitarme la sangre de la cara, porque
no veía nada. Tenía el pelo, parte de la cara y el brazo quemados, heridas de
metralla… Cuando cesaron los disparos me incorporé y vi a un hombre con
camiseta blanca y pantalón corto en un charco inmenso de sangre. Conseguimos
entre varios meterlo en un autobús de línea para que le llevara a la Cruz Roja. Murió dos
días después”.
Alfonso Sánchez Rodrigo recuerda “fotograma a fotograma” lo
que ocurrió aquel dia. Tenía
apenas 19 años, y había salido de la Academia tres meses antes. Hijo y hermano de
guardias civiles, no había pensado mucho en ETA ni en los peligros que corría
cada mañana. Y no sabía entonces que su atentado, en el que murió el ciudadano
estadounidense Eugene Kenneth Brown y los guardias civiles quedaron heridos con
distinta gravedad, inauguraba una nueva forma de matar por parte de la banda
terrorista.
Las víctimas, en esos momentos, se sentían muy solas. “Yo
tardé tres meses en recuperarme de las heridas y volver a trabajar, y me lo
reprocharon”, recuerda Sánchez Rodrigo. “En ese momento no éramos nada para
nadie. Estábamos solos. Éramos como apestados. Ni la institución nos hacía
caso. Un jefe me llamó diciéndome que tenía que espabilarme, que hacía falta
gente para trabajar. Nos iba en el sueldo, y no había muchos miramientos”. Él,
que ahora es presidente de la
Asociación de Víctimas del Terrorismo, tiene reconocida una
minusvalía del 60%.
Se perfecciona la
forma de matar
Poco a poco ETA fue perfeccionando este tipo de atentados.
El siguiente ocurrió siete meses después, el 25 de abril de 1986, en el cruce
de las calles madrileñas de Juan Bravo y Príncipe de Vergara. Mató a cinco
guardias civiles e hirió a cuatro de gravedad. Esa vez los terroristas
utilizaron una furgoneta bomba con seis ollas exprés con Goma 2 y Amonal y 48
kilos de metralla. “Las ollas iban dispuestas a modo de cañones, una pequeña
dentro de una grande, para matar más. ETA iba afinando y perfeccionando su
técnica. Los que murieron eran gente de mi unidad, que ya había sufrido antes
el de República Argentina, con los que trabajaba a diario”, explica Sánchez
Rodrigo. "Dos de los muertos eran chavales muy jóvenes que habían sido
compañeros míos de promoción de la academia”. Uno de ellos era Alberto Alonso
Gómez, que tenía tan solo 21 años cuando murió. Su madre, Hortensia Gómez, 32
años después sigue rota de dolor, como tantas madres y padres que pararon su
vida en el momento en el que perdieron prematura e injustamente a sus hijos.
República Dominicana:
12 muertos en Madrid
Finalmente, el 14 de julio de ese año, ETA logró la gran
matanza que buscaba. Sucedió en la plaza de la República Dominicana.
Un furgón con 35 kilos de Goma 2 accionado a distancia mató a 12 guardias
civiles —jovencísimos, entre los 18 y los 26 años, estudiantes de la Escuela de Tráfico— e
hirió a 45 personas, siete de ellas civiles que esperaban en una parada de
autobús. Fue el atentado más sangriento de la banda terrorista hasta ese
momento, y supuso dos cosas: un despliegue de fuerza del comando Madrid y la
constatación de que el mortífero coche bomba había llegado para quedarse dentro
de la sanguinaria estrategia de la banda terrorista a pesar de que se trataba
de un mecanismo que podía provocar fácilmente víctimas que no eran objetivo de
ETA. Santiago Arrospide Sarasola, Santi Potros, había dado órdenes al comando Madrid de
aumentar la presión con el mayor número de muertos posible.
En ese momento estaba a punto de comenzar la segunda
legislatura del Gobierno del PSOE encabezado por Felipe González, con una
amplia mayoría absoluta, y dos días antes del atentado, el Ejecutivo francés
había deportado a Gabón al máximo dirigente de ETA, Domingo Iturbe Abasolo, Txomin,
el mismo que en septiembre fue trasladado a Argelia y en noviembre se
entrevistó con un enviado del Gobierno español.
Llega Hipercor: el
mayor crimen de ETA
Jordi Morales no recuerda su vida previa al atentado de
Hipercor, en Barcelona, el 19 de junio de 1987, ni lo que sucedió durante el
año y dos meses después. Tenía solo siete años cuando se quedó huérfano de
padre y madre. Los dos habían ido a hacer la compra al centro comercial, como
tantas veces. Murieron asfixiados en el aparcamiento. Su madre estaba
embarazada. Jordi no logra acordarse de ellos a pesar de que no era tan
pequeño. Los psicólogos le han dicho que es algo que sucede a veces; un
bloqueo. “Solo sé cómo son por dos fotos que tengo, nada más. En mi familia,
además, ha sido un tema tabú. He ido a psicólogos varias veces a lo largo de mi
vida, y tengo momentos en los que recaigo. Cuando me gradué, cuando me casé...
todos los momentos felices de mi vida han tenido un punto de amargura porque
ellos no estaban. Cuando nació mi hija, a los dos días la llevé al cementerio.
Tenía la necesidad de que mis padres la conocieran”.
Su vida quedó marcada por este atentado, el mayor crimen de la historia de ETA.
Una matanza indiscriminada que según la banda terrorista no se tenía que haber
producido porque avisaron de que había un coche bomba con antelación... pero
que se produjo. ETA mató a 21 personas —entre ellos 4 niños— y causó 45
heridos. El ideólogo —de nuevo, Santi Potros—, fue detenido meses después.
También lo fueron los autores: Domingo Troitiño, Rafael Caride y Josefa Ernaga.
La dureza de la matanza de Hipercor provocó la primera gran crisis dentro
de la izquierda abertzale. Pero, seis meses después, ETA volvió a dar
un paso adelante en la casa cuartel de Zaragoza con un coche bomba dirigido
contra familias enteras. Sin embargo, su intención de doblegar al Estado con
estas masacres de cara a una negociación tuvo un efecto inesperado: el Pacto de
Ajuria Enea en enero de 1988 y la unión en la lucha contra ETA de los partidos
democráticos, incluyendo al Partido Nacionalista Vasco. Un acuerdo que, aunque
se produjo muchos años antes del cese definitivo de la violencia —en 2011—
sentó las bases para el fin.
Beatriz Sánchez aún se despierta sobresaltada, cada día, a
las 6.13 de la mañana. Alfonso Sánchez lleva siempre medicinas encima por si
siente palpitaciones o se pone nervioso, y Jordi Morales sigue buceando en sus
recuerdos por si encuentra imágenes de sus padres, aunque cuando lo logra no
sabe siquiera si son reales. Son víctimas distintas —poco hay comparable a
quedar huérfano con tan solo siete años— de una banda terrorista que mató
durante 40 años.
1991: El horror en la Casa Cuartel de Vic
Tres años después de los atentados de Hipercor y la casa
cuartel de Zaragoza, el horror volvió a golpear en forma de coche bomba contra
familias. El 29 de mayo de 1991 el comando Barcelona mató a nueve personas,
entre ellos cinco menores, en la casa cuartel de la Guardia Civil de
Vic, a 60 kilómetros
de Barcelona. La explosión provocó decenas de heridos y una persona murió
atropellada por un vehículo de rescate.
De nuevo, ETA se dirigía contra mujeres e hijos de guardias
civiles que se convertían en objetivo y el país contemplaba una vez más las
imágenes atroces de minúsculos cadáveres entre los escombros mientras otros
niños quedaban huérfanos. Se trata del cuarto atentado de la banda terrorista
en número de víctimas mortales después de Hipercor (21), plaza de la República Dominicana
(12) y la casa cuartel de Zaragoza (11).
Opinión:
Aprovecho que Mónica Ceberio ha
realizado un exhaustivo exámen de los atentados con mayor número de víctimas
por el uso del asesino coche bomba para publicar el enlace del video que casi
4.000 personas han podido visionar en los tres meses de duración de la exposición
“La ferida de Hipercor. Barcelona, 1987” .
En el video aparen varias víctimas
del atentado en Hipercor y debo agradecer que otras muchas no lo hacen porque
no había suficiente espacio para ello... y que seguramente podrán hacerlo en un
futuro.
Entre las que aparecemos en el
video, Jordi Morales.
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