sábado, 23 de septiembre de 2023

23 septiembre 2023 (5) La Vanguardia (opinión)

  23 septiembre 2023 

 


Josu Ternera al desnudo

‘No me llame Ternera’ se estrena en San Sebastián

El etarra incurre en contradicciones y admite dos crímenes de los 70, ya prescritos

Decía Josu Jon Imaz cuando presidía el Partido Nacionalista Vasco que España estaba poblada por etólogos. Expertos en interpretar cualquier palabra o coma en un comunicado de ETA. Los etólogos han desaparecido o están desapareciendo desde que la organización criminal practicó su propia apoptosis.

En el 2018 se proclamó desaparecida. Quien leyó el comunicado final fue José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, que ha estado la vida entera en la banda terrorista y que ayer compareció en el festival de cine de San Sebastián a través de una esperada entrevista a los periodistas Jordi Évole y Màrius Sánchez, que emitirá Netflix. El pase generó una viva polémica desde que se anunció, hace tres semanas.

Desde el 2018, los presos de ETA han sido mayormente trasladados a prisiones cercanas al País Vasco. Quedan alrededor de 160 en España y una docena en Francia. La Audiencia Nacional española sigue celebrando juicios por crímenes de la banda, pero 379 asesinatos –cerca de la mitad– permanecen sin autor conocido. La cifra procede de un informe aprobado por el Comité de Peticiones del Parlamento Europeo en abril del 2022.

Por eso es inviable que un documental sobre quien durante cincuenta años militó en ETA y durante algunas décadas estuvo en la dirección se estrene sin escándalo o exigencia de reparación.

¿Estuvo él en ETA?, empieza indagando Évole, en una conversación áspera. “Entro voluntario con 17 años. Tengo 71 pasados. Es indudable que ETA forma parte de mi vida”.

Tendrán que pasar varias generaciones hasta que, si no se resuelve policial o judicialmente, la cifra de crímenes pendientes carezca de importancia, penal o en las memorias. Por eso aparece Urrutikoetxea en el documental.

A sus 71 años trata de perfilar sus responsabilidades penales y con la historia. Enciende la linterna e ilumina algunas parcelas de su vida en la cúpula de ETA o cerca de ella. Hasta donde le interesa a él, sin que tengamos capacidad para saber qué es verdad y qué es maquillaje.

En la película, Urrutikoetxea –camisa blanca, americana azul marino con una leve cuadrícula, con pocos cambios de expresión facial en 101 minutos– dice que lo siente “profundamente”, pero ni se arrepiente ni pide un perdón explícito. Si todo aquello ocurrió fue porque ETA tenía una estrategia política que llevaba a matar. “Todo aquello” son 853 asesinatos y él participó de algún modo en cuatro de ellos, en dos atentados distintos: contra el presidente del gobierno franquista Carrero Blanco (tres muertos) y contra el alcalde de Galdakao, Víctor Legorburu, que cayó acribillado.

Pero “en absoluto” él tuvo nada que ver con el cometido contra la casa cuartel de Zaragoza, que en 1987 costó la vida a 11 personas, entre ellos cinco niños. Tampoco ordenó los de Hipercor o Vic. Pero, justifica, en todos los casos había una estrategia política detrás o, en el caso del supermercado barcelonés, un “error de cálculo” de ETA, que solo quería causar “daños materiales” y confió en que las autoridades desalojarían el recinto. De manera, viene a decir, que fueron corresponsables. Estas son algunas de las principales revelaciones del documental.

El entorno del exdirigente de ETA tampoco está satisfecho, no ya con el resultado, sino con que concediera la entrevista. “No le beneficia”, afirma una fuente cercana.

¿Por qué la dio? Évole le pregunta al inicio qué espera de la conversación y él dice: “Hasta ahora han sido otros los que han hablado”.

Está en libertad condicional en Francia y pendiente de entrega a España para responder justamente por aquel crimen de Zaragoza. “Conmigo se ha hecho un trofeo, entro en un relato de vencedores y vencidos, y yo estoy entre los malos, se me ha deshumanizado, como si tuviera cuernos y rabo. Yo soy una persona como cualquiera, con sus convicciones y su familia”, se defiende.

La Audiencia Nacional le imputa las once muertes de Zaragoza al considerar que en 1987 era un jefe de ETA. Urrutikoetxea no estuvo en la capital aragonesa (en ninguna de las cinco sentencias sobre al caso aparece imputado), pero entonces era presuntamente miembro de la cúpula de la organización, la que tomaba las decisiones.

Un informe de la Guardia Civil que está en la base de la acusación ahora vigente asegura que su compañera de armas (y expareja) Elena Beloki admitió en un interrogatorio que Urrutikoetxea era entonces el líder, de manera que por elevación sería su máximo responsable penal. Pero le matiza a Évole: Beloki dijo que “podría ser”, en condicional. También fue salpicado por dos arrepentidos de ETA, entre ellos Juan Manuel Soares Gamboa, considerado un delator por la organización.

Los dos atentados en los que admite haber intervenido le salen gratis, desde un punto de vista penal. Están prescritos y amnistiados por la medida de gracia de 1977. Ambos son anteriores.

En 1973, Urrutikoetxea acababa de entrar en ETA a través de un amigo de la cuadrilla e intervino en Hernani en el robo de dinamita que se usó en el magnicidio de Carrero Blanco. La acción fue un durísimo golpe a la dictadura, y no solo la celebró la izquierda abertzale.

En 1976 formó parte del comando que ejecutó a Víctor Legorburu, alcalde de Galdakao, y que casi acaba también con la vida de su escolta, el policía municipal Francisco Ruiz, que salvó la vida tirándose entre dos coches. Una entrevista con este abre y cierra el documental, en el que se le ve descubrir la confesión de Urrutikoetxea, grabada anteriormente. El entonces miembro del comando asegura que no disparó, pero que “lo habría hecho si me hubiera tocado”.

Tratando hábilmente de llevarlo a la contradicción, Évole repasa durante toda la entrevista la trayectoria de Urrutikoetxea en ETA desde 1968, interesándose por su formación militar, su papel y sus contactos, pero también por sus creencias. Se educó en un entorno religioso, pero no se declara creyente. Aun así, se justifica con dos mandamientos: vulneró el séptimo (“no robarás”), pero no el quinto (“no matarás”).

El entrevistado explica que recibió formación militar por parte de ETA en Francia, a finales de los años 60, con unas clases de tiro en las que disparo “una o dos veces”, minimiza, y si tuvo pistola fue porque él mismo se la compró, por 500 francos. Era una MAB del calibre 7’65 y sólo la usó “en defensa propia”. No aclara cuándo o contra quién.

En todo momento apela a la estrategia política marcada por la dirección de ETA, que era una suerte de comité, deja entrever, y que justifica todas las acciones. Si se atentó contra el cuartel de Vic, o Zaragoza, o contra Carrero Blanco, o se secuestró a Miguel Ángel Blanco –manifiesta haber discrepado del cruel secuestro y asesinato del concejal del PP– o se asesinó a la disidente de la propia banda Dolores González Katarain, alias Yoyes , fue por estrategia.

Cuando Évole le pregunta si fue un error aquella ejecución de alguien que se había desmarcado, Urrutikoetxea dice que él acató “la decisión de la organización, tomada de acuerdo con decisiones políticas”. Diluye su amistad con ella, pese a que fue a verla a México, antes de que volviera y la mataran, el 10 de septiembre de 1986, a los 32 años y delante de su hijo: “Es muy difícil de explicar los sentimientos de ese momento. Yo la conocía, teníamos una cierta relación. Pero ETA consideró que Yoyes, al contactar y pactar con el enemigo, era un objetivo, y que tenía que cortar ese cáncer porque era cualitativamente muy relevante. Su muerte fue consecuencia de un análisis político”, dice con frialdad. A su hijo qué le diría, pregunta Évole: “Le diría que lo siento de veras”.

ETA también avisó, alega, que las casas cuartel de la Guardia Civil eran objetivo terrorista. Saquen a los niños, dijo la banda, como si tuviera la potestad. Como el Estado no hizo caso, hubo víctimas infantiles, ergo, la culpa va a medias, viene a decir. ¿Cinismo?, le pregunta Évole en un momento determinado. “Yo intento contextualizar el porqué de las cosas, cinismo no hay en absoluto”, replica.

ETA también avisó, alega, que las casas cuartel de la Guardia Civil eran objetivo de ETA. Saquen a los niños, dijo la banda, como si tuviera la potestad. Como el Estado no hizo caso, hubo víctimas infantiles, ergo, la culpa va a medias, viene a decir. ¿Cinismo? le pregunta Évole en un momento determinado. “Yo intento contextualizar el por qué de las cosas, cinismo no hay en absoluto”, replica.

“Matar no está bien”, añade. “Ni usted ni nadie me habrá oído decir que matar está bien”, dice en otro momento de la entrevista, cuando Évole le pone frente al terrorismo yihadista (curiosamente, no el de Madrid del 2004, con 192 muertos y que se atribuyó inicialmente a ETA, sino el de Londres del 2005, con 56). Urrutikoetxea se desmarca de ese fenómeno: “Hacer terrorismo es lo más fácil que hay en el mundo. El propósito de ETA no creo en absoluto que fuera hacer terrorismo, terrorismo es lo de Londres o París o Madrid, que busca hacer daño, eso es lo que busca el yihadismo, pero en absoluto eso es lo que buscaba ETA. Para el terrorismo yihadista es mejor 1.400 que 400 muertos”.

Opinión:

El amigo Ignacio Orovio, como siempre, presentando un magnífico análisis del hecho. Y lo más importante: al contrario que tantos otros que se autodenominan periodistas, Ignacio lo hace después de ver el material del documental.

Como debe ser.

 

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