17 septiembre 2024
No
archivemos nunca el terrorismo etarra
Manuel
Campo Vidal
Ni
el terrorismo etarra, ni cualquier otro, debería ser nunca olvidado. Es muy
peligroso ocultar a los jóvenes vascos y del resto de España que un grupo de
iluminados sembró el terror y destruyó vidas y familias durante tantos años
como duró la dictadura de Franco. Deben saber que ETA, ese grupo de desalmados,
mató más en democracia que en la dictadura: de 712 muertos en total, los
asesinatos ascendieron a 43 hasta la desaparición del general. Trece de ellos
víctimas de la bomba en la cafetería Rolando de la calle Correo de Madrid,
junto a la sede policial. Se cumplió medio siglo exacto el pasado viernes.
Viernes
y trece en la calle del Correo, tituló su libro la abogada Lidia Falcón, que
nada tuvo que ver con aquello pero que fue detenida, como su marido, el
periodista Eliseo Bayo, porque en su piso de Madrid dejaron construir un
refugio, un zulo. La abogada Falcón señala a Genoveva Forest, esposa del
dramaturgo Alfonso Sastre, como la conductora que llevó hasta cerca de la
cafetería a la pareja vasco-francesa que puso allí la mochila con explosivos.
El
huevo de la serpiente.
El
nido de ETA en Madrid es el libro-testimonio que presentó Eduardo Sánchez
Gatell en el Ateneo, a pocas calles del lugar de la masacre, cuando se cumplía
medio siglo de la fechoría. Eduardo, captado por Sastre y Forest a los 18 años,
y que recibió el regalo de una pistola entonces, no participó en el atentado
pero lo vio venir, lo lloró, y confirma el papel de Forest en los preparativos,
en el comando y en la celebración del macabro “éxito”. “Sastre, teórico de la
lucha armada, en su soberbia, se creía Fidel Castro; y ella, la operativa, el
Che Guevara”, sostiene.
ETA
había ejecutado al almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno, nueve
meses antes. Esa acción generó admiración en movimientos como el IRA irlandés,
o los tupamaros; pero también en la izquierda de base española, harta de la
dictadura. Sin embargo, ETA no se atrevió a reivindicar la masacre de la
cafetería porque su “crédito” se hubiera desmoronado. No admitió su autoría
hasta el mismo día que anunció su disolución, en 2018. “Tenía que leer el
comunicado sobre el atentado, en Bruselas, el entonces jovencísimo Josu
Ternera, pero un conflicto, y luego escisión, en la dirección etarra lo frenó.
Y es él mismo el que reconoce la autoría cuando, encapuchado, lee, casi
cuarenta años después, el último comunicado de la banda”, explica Luis
Aizpeolea, periodista experto en la investigación del terrorismo vasco. Hasta
entonces ETA lo ocultó.
En
los dos atentados, el de Carrero Blanco y el de la cafetería Rolando, ETA
buscaba el mismo efecto: desatar una represión del franquismo que barriera a la
oposición democrática y que dejara libre el espacio a la lucha armada. “ETA no
quería la democracia, sino desgajar a Euskadi de España y crear allí un estado
a la cubana”, afirmó el autor. Y añade: “Ninguno de los dos atentados fueron
una victoria para ellos porque no consiguieron esa respuesta represiva; su
derrota se produjo el 23 de febrero de 1981, al fracasar el golpe de Estado de
Tejero. Habían matado para conseguir esa insurrección. Allí debió acabar ETA,
pero siguieron asesinando”. Extraordinario testimonio. Los jóvenes deben
conocer esa historia, para que no se repita. Y la Justicia recuperar los
sumarios de tanto asesino que salió impune, incluidos los de esa cafetería.
Opinión:
El artículo de Manuel Campo Vidal me reafirma en una idea
que siempre he defendido. Aunque una banda terrorista deje de existir (lo cual
es una magnífica noticia). Los efectos de sus actividades delictivas continúan
en aquellos que los hemos sufrido. Y esa es una razón más para que la investigación
de los delitos que cometieron también deba continuar.
Y si a ello añadimos que hay un nuevo terrorismo que está
destrozando familias a cada día que pasa, debemos estar siempre con la guardia
alta.
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