03 agosto 2018
“Hemos vivido una soledad muy profunda”
Adriana
Martín supo que sus familiares fueron víctimas del atropello a través de un
vídeo que corrió en la red
“¿Si no me volví loca? Sí,
claro. Aún lo estoy. Te vuelves loca solo por la logística, yendo de hospital
en hospital, para ver a mi madre, en la
UCI , y a mi hermana, en coma. Con los ojos llorosos, mi padre
le dijo a Belén Tirado, mi psicóloga, que nunca habría imaginado que las
víctimas del terrorismo estuvieran tan solas. Hemos vivido una soledad
tremenda. Una soledad muy profunda. Nadie te ayuda. La Administración ,
nada. Tienes que luchar contra todo. El día después del atentado, en el
hospital del Mar, el Ministerio envió a dos representantes: nos dijeron que
teníamos derechos y guardáramos los tickets. No sé qué hice con el papel. No
estás para eso. Es un milagro que las dos vivan.
No estoy bien. Sigo en shock.
Soy muy sensible pero no me sale llorar. He contado tantas veces lo que pasó
que me lo sé cómo el guion de una película. Durante un tiempo me escondía para
no explicarlo. Ahora ya no. He vivido en una montaña rusa: he sentido rabia,
tristeza, alegría, gratitud, odio. Y quien lo niegue, miente. Sufro estrés
postraumático y estoy en tratamiento psíquico y psiquiátrico. Tengo lagunas
cognitivas que atribuí por error a las pastillas. Ya no tengo miedo. Todo va
mejor desde que contacté con Robert Manrique, asesor de la UAVAT (Unidad de Atención y
Valoración de Afectados por el Terrorismo), a través de Laura Rosell, del FAQS,
de TV3. Mi amiga Dolors me avisó del programa que hizo en mayo sobre el
atentado. La unidad nos ha facilitado la tramitación de las ayudas para mis
familiares. El plazo acaba ahora.
El día
del atentado sabía que mi madre y mi hermana habían ido a pasar el día a
Barcelona y me empecé a preocupar. No contestaban los whatsApps ni las llamadas. Mi padre estaba en
Suecia y le avisé. Fue él el que descubrió a mi madre medio incorporándose al
lado de un quiosco en el vídeo que un chico hizo de los heridos. A mi hermana,
en el suelo, no la identifiqué hasta 20 días después. Había estado haciendo
fotos de unas acuarelas y mi madre le dijo que quería pasar por la Boquería. Iban a
comer un helado. No recuerdan más. Ni oyeron ni vieron nada. Mi madre se
despertó en una tienda de móviles con un montón de extranjeros heridos y un
señor con un turbante. Preguntaba por su hija y la tenía al lado. La
trasladaron después al fondo del local con las personas ya fallecidas. Y estaba
viva.
Mi padre no paraba de decirme que las buscara. Pero no podía:
somos de Sant Cugat y el acceso a Barcelona estaba cerrado en coche y en tren.
Nadie contestaba los teléfonos. No sabíamos dónde estaban. Siete horas
desesperantes. Le pedí a Tete, mi marido, que descolgara el móvil: no quería
recibir la noticia fatal de mi hermana. Mi alcaldesa me llamó cada hora. No
pudo ponerme un coche-patrulla hasta la medianoche.
Con ocho costillas rotas, mi madre, en el hospital del Mar,
recuperó el conocimiento y dio el teléfono de mi abuelo, el único que recordó.
Así localizaron a mis tíos y ellos me informaron a mí. Mis primos hicieron una
doble ronda en los hospitales y de noche, localizaron a mi hermana en el Sant
Pau. Estaba crítica: 15 costillas rotas, un pulmón perforado, fracturas en la
pelvis, hemorragia en el hígado. Cuando la vi, pensé: ‘No es mi hermana’. No la
reconocí. Vive en Suecia y en recepción una trabajadora me preguntó quién
pagaría su estancia sin su tarjeta médica europea. '¿Perdona?', le dije. No me
lo podía creer.
En el hospital del Mar, pedí ayuda a una psicóloga de la Cruz Roja para que me
dijera cómo se lo contaba a mi padre, que estaba en al aeropuerto esperando el
primer avión, sin que le diera algo. Me aconsejó que no le mintiera. Fue la
única vez que en un hospital vi a un psicólogo: ni en el del Mar —¿Cómo le
explicaba yo a mi madre que su hija estaba en coma?— ni en el Sant Pau —¿Cómo
decirle a alguien que sale del coma que su madre se enfrenta a una operación de
vida o muerte?— ni en la Mutua
de Terrassa. Fue en este centro donde salvarona mi madre. Tenía 10 costillas
rotas y no ocho. Le habían dado el alta en el Sant Pau encontrándose mal —no
podía comer— y lo atribuyeron a la medicación. Una le acabó perforando el
diafragma, el estómago y de nuevo el pulmón.
Los de
la unidad han sido mis ángeles. Pero hay que corregir cosas del protocolo. Y
puedo explicarlo a quien me pregunte. Una enfermera le soltó a mi hermana,
cuando despertó, que había sido víctima del atentado. Y a mí, cuando estaba en
coma, que no le hablara ni le leyera El Principito, su libro preferido, porque, cosa que
dudo, no servía de nada. Mi madre salió del hospital en 20 días y mi hermana a
final de año. Quieren pasar página. Nunca nadie nos llamó. El 22 de agosto, la Delegación del Gobierno
abrió una oficina una semana de atención a las víctimas. No sirve de nada: o
estás en el hospital o enterrando a tus familiares. Con lo que sufrimos y
seguimos pasando mi padre y yo, me parece increíble que el Ministerio no nos
considere víctimas por no estar en Las Ramblas. No necesito un título que lo
acredite. Sé lo que soy y lo que ha cambiado mi vida desde entonces.
Dos horas con Ada Colau
Adriana
Martín, de 34 años, administrativa de una multinacional, avisa de que no vota a
Ada Colau pero la elogia: la recibió a solas en su despacho dos horas. El
servicio de emergencias de Barcelona rebate sus quejas pero ella dice que esta
es su historia y no tiene por qué mentir. No le fueron bien los psicólogos del
CAP, de la mutua y del Ayuntamiento pero guarda con mimo estos números: el
76211 (la placa del urbano que ayudó a su madre); el 84, del agente de Sant
Cugat, que medió con su alcaldesa y los 3771 y 3884, de dos mossos.
link entrevista:
https://elpais.com/ccaa/2018/08/03/catalunya/1533315745_277392.html
Opinión:
Pues eso…
que hay que seguir trabajando por multitud de víctimas y afectados por los
atentados del 17 de agosto que no están recibiendo la asistencia que merecen y
a la que está obligada la administración.
Claro que
ahora saldrá alguien diciendo que la asistencia se ofrece pero lo que callan es
que la asistencia debe ser Preactiva y no solo a la espera de la solicitud de
los afectados. Es lo mismo que ocurrió en 1987 con el atentado en Hipercor o en
2004 con los atentados del 11M… por no hablar de multitud de atentados de
muchas fechas diferentes en las que la asistencia ha dejado mucho que desear.
En cuanto
a lo del “abandono a las víctimas” por parte del Ajuntament de Barcelona, pues
no se yo…
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