20 octubre 2015
Paisaje sin
ETA
Quedan dos
cuestiones pendientes: asentar la memoria de forma que los violentos no queden
como vencedores y la disolución definitiva de la banda
Ni los más optimistas de todos los
que saludaron, hace hoy cuatro años, el cese definitivo de ETA como lo que era
—el triunfo de la democracia sobre el terror— pudieron entonces imaginar en
toda su amplitud el paisaje político, social, económico y humano que su
ausencia ha dejado, especialmente, pero no solo, en el País Vasco.
España se disponía entonces —faltaba un mes— a
celebrar las primeras elecciones de la democracia sin la amenaza de los
asesinos. Hoy faltan dos para otros comicios cruciales y no solo está claro que
ETA no ha vuelvo a atentar: también es irrefutable que su fin no ha tenido la
más mínima contrapartida, negociada o no, y que ha quedado en la total
irrelevancia para significar nada en el futuro de unos ciudadanos para los que
solo supone ya un pasado ominoso. El discurrir de estos cuatro años ha
convertido en una evidencia de cada día lo que durante décadas fue solo un
anhelo: el cambio absoluto que para Euskadi —para toda España, para Europa
también— iba a tener dejar a ETA fuera de la ecuación.
Dos debates quedan ahora en la mesa: uno, el más
crucial, asentar la memoria, especialmente entre las nuevas generaciones, sobre
tantos años de sangre y tantas víctimas, de forma que los violentos y quienes
les apoyaron, cuya autocrítica real y a fondo aún sigue lamentablemente
pendiente, no terminen convertidos en indeseables vencedores en la historia.
Otro, el desarme completo y la disolución definitiva de una banda reducida en
lo operativo a la nada, y la situación de sus presos, cuestiones en las que los
esfuerzos hechos por el Gobierno de Iñigo Urkullu y los partidos vascos chocan
con una actitud del Ejecutivo de Mariano Rajoy cuando menos cuestionable, sobre
todo —si ETA nunca va a volver— en lo referente a la política penitenciaria.
Las elecciones de diciembre posiblemente abran, también aquí, nuevas
posibilidades.
Opinión:
Buen editorial de El País, al que
yo solo añadiría una novedad. Totalmente de acuerdo en “asentar la memoria,
especialmente entre las nuevas generaciones, sobre tantos años de sangre y
tantas víctimas, de forma que los violentos y quienes les apoyaron, cuya
autocrítica real y a fondo aún sigue lamentablemente pendiente, no terminen
convertidos en indeseables vencedores en la historia”.
Pero, por favor, que se pueda
contar con testimonios reales, ciertos, comprobables y documentados.
Es decir, que no se cuente con quien
no es víctima de ETA, con quien no cumple los requisitos legales para ese reconocimiento,
con quien no vivió los llamados “años de plomo”, con quien no se enfrentó en
juicios y encuentros con los miembros o amigos de los miembros de ETA, con los
que se inventan heridas que jamás han sufrido, con los que explican relatos que
son solo mezclas de relatos escuchados a las verdaderas víctimas, con los que
jamás han pisado un hospital o un cementerio… porque algunos de estos son los
que, curiosamente, mas hablan intentando sembrar la discordia, la venganza, el
rencor… y no les importa en absoluto el beneficio de la comunidad por encima de
los suyos propios… quizás ven que se les acaba su “minuto de gloria” o de
conseguir el carguito político en algún partido para vacilar con los amigos en
el bar.
Y no lo soportan.
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