09 agosto 2018
“Sueño muchas veces que persigo al terrorista”
El urbano
Joaquín Ortiz regaló su gorra al hijo de un policía belga que perdió a su madre
en el atentado
“Cada vez que hablo del tema o
que pienso en él, por la noche sueño. O lo persigo durante 20 calles. O me mata
él o lo mato yo. O lo pillo. O ahora iré por aquí, ahora iré por allá. Tampoco
es que sean pesadillas pero lo vivo así. Y si estoy despierto, pienso: Si le
hubiera cogido, si hubiera hecho esto o lo otro. Guardo las imágenes frescas
como el primer día. No es que me lo reproche. No tengo ningún sentimiento de
culpa. Sé que hice lo máximo que pude. Fuera correcto o no, no perjudiqué a
nada ni a nadie. Ahora se acerca el aniversario y hay compañeros que tienen
fiesta el día 17 y han reclamado trabajar. No porque tenga que haber una
réplica, porque así ha pasado en otros países, sino porque quieren. A mí me
toca. Pero hubiera pedido el cambio.
Yo estaba aquél día en La Rambla con dos compañeros y
acabábamos de mediar, justo al lado del Café de la Ópera, en una discusión por
unos precios. Cruzamos al tramo central y a la altura del Liceu oímos por radio
hablar primero de atropello y enseguida de atentado. Miré hacia adelante y a la
furgoneta en marcha y cómo arrollaba a gente que salía despedida volando. Sufrió
una pequeña explosión y se detuvo sobre el mosaico de Miró. Creo que forzó
tanto el motor que se le rompió. Vi humo blanco y como el tío se escapaba.
Llevaba una camisa de tonos beige, verdes, pasteles, colores fríos. Un turista,
con su camiseta de colorines, intentó agredirle con un puñetazo y una patada
pero no le dio. Luego se fue por la calle Cardenal Casañas o Boqueria y debió
pasar por el pasaje de los jamones hasta
el mercado.
No llegué a desenfundar el
arma porque un compañero ya lo había hecho y entonces el problema fue la
marabunta de gente que huía hacia nosotros con cara de no entender nada. Ahí
perdimos de vista al terrorista. Fuimos hacia la furgoneta sin saber si había
algo o alguien más dentro. Y ahí te das cuenta que no sirven de nada los
cursos, las prácticas y los manuales militares de seguridad que te hayan
explicado. Me da vergüenza admitirlo pero lo único bueno que he sacado es la
experiencia. Y espero que no se vuelva a repetir. Primero habría que haber
asegurado las papeleras, kioskos, mochilas, bolsas. No sabíamos si había más
explosivos. Pero ya había compañeros que atendían a víctimas recostándolas en
los laterales del vehículo. ¡Eso está fatal! Son errores policiales. Pero:
¿Cómo dices a alguien, como me pasó a mí, que tiene una pierna rota y te señala
a una señora y te das cuenta que ya no vive?
Es un dilema entre optar por la seguridad o el
auxilio. Pero si hubiéramos hecho lo correcto, con el manual en mano, nos
habrían odiado. Nadie hubiera entendido que no hubiéramos ayudado a cortar una
hemorragia o tomado el pulso o hecho tres torniquetes. No sé con cuántas
víctimas hablé pero fueron muchas. Lo peor fue darme cuenta de la cantidad de
personas fallecidas. Tuvimos problemas para despejar los carriles de La Rambla porque hubo gente
que abandonó los coches y dificultó el paso de los servicios de emergencia. Yo
aparqué sobre la acera dos vehículos franceses. Estaban llenos de material pero
dejaron las llaves puestas. Fue diferente con los españoles. Al menos tres los
sacamos a pulso. Un español no deja nunca un coche abierto. Quizá sí en un
pueblecito de Guadalajara pero no en Barcelona.
No
llamé a casa ni tampoco me llamaron. Si no había noticias era que estaba bien.
Pero hubo un momento, cuando corrió el rumor de que había un francotirador, que
nos metieron a todos en el porche del Liceo. Debíamos ser unos 50 policías.
Allí envié a mi mujer un whatsApp. Me coloqué contra una pared y me entró un
nudo en la garganta, una congoja y supongo que solté la primera lágrima. En
cuanto me vio, un compañero me dijo: '¿Qué?, ¿todo bien?' Y por orgullo, te
levantas y tiras. Entonces, me puse en modo organizativo. Fui a la base a
buscar pilas, baterías y folios. Sabía que iba para largo
Nadie está preparado para esto. Pero recuerdo
la entereza de un compañero, un policía municipal belga que perdió a su mujer.
Estaba con sus dos niños esperando en la Casa Beethoven e
hicimos un parapeto para que no vieran nada. Les acompañamos hasta su hotel, en
Alfons X. No sabes cómo dar el pésame o cómo tratar a un niño. Y piensas: '¿Y
si le regalo mi gorra aunque tenga dos litros de sudor? Dudé de si era bueno o
no que tuviera un recuerdo. Y al final les regalamos dos.
Todo
estaba abandonado en los quioscos y nadie robó nada. Y lo digo cuando en este
distrito se detiene a veces a la misma persona en una semana. También es verdad
que no era fácil: igual había 500 policías trabajando. Bueno, yo sí cogí bolisy algún plano
de los quioscos que nos faltó. La gente tuvo una reacción buenísima. Hacía
mucho calor y dejamos que las tiendas levantaran un poquito la persiana para
que corriera el aire. Muchas nos pasaron por debajo cajas con agua y fruta. La
gente estuvo horas sentadas en el suelo, en silencio, sin quejarse. Volví a dar
las gracias.
No
es un invento lo de los sueños. Es así. Lo peor es encerrarte. Lo mejor es no
callarse nada”.
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