12 agosto 2018
"Cuando
veo a un niño marroquí, me acuerdo de mi hijo"
Francisco
Javier Martínez explica como la célula de Ripoll segó la vida de Xavier de tres
años
"Me
hubiera gustado que no mataran a los terroristas para poder mirarles a los
ojos",, sostiene
La casa de Francisco Javier
Martínez en Rubí está
llena de fotos de su hijo Xavier.
El 17 de agosto del 2017 tenía tres años. Paseaba por La Rambla con
su madre y su hermana Marina cuando la furgoneta conducida por el
terrorista de Ripoll, Younes Abouyaaqoub, segó su corta vida, al
igual que la de Francisco, su tío abuelo, que empujaba el cochecito. En
una estantería, hay un pequeño altar dedicado al niño, con los juguetes
que más le gustaban. “Cuando veo a un niño marroquí, me recuerda a mi hijo”,
afirma el padre.
A los pocos días del atentado, Francisco
Javier abrazó al segundo imán de Rubí. “Me salió del corazón. Pedí a la
alcaldesa una reunión con él. La conversación es privada y no va a salir
nunca. Él había rezado por mi hijo. La alcaldesa me dijo si podía bajar a la
calle, que había una concentración de musulmanes. El abrazo me salió de una forma
espotánea… ver a ese hombre llorando. No todos los musulmanes son culpables de
lo que pasó. Salió un perdón sincero", rememora. Los abrazos se
extendieron a unos niños árabes que estaban sentados. “Si no perdonara”,
agrega, “no podría seguir viviendo”.
Paquita, la abuela paterna de Xavier se
desahoga: “A mí me quitaron mi vida. Era mi vida, mi sueño, mi luz, todo,
lo más bonito.” Marina, de 8 años, una de las dos hermanas de niño, revolotea
por el piso, sin entrar en el comedor, donde Francisco Javier recibe a EL
PERIÓDICO. “Ella tiene en la mente grabado hasta el color del desfibrilador que
sacaron de la farmacia y no funcionaba, el color de la furgoneta, la ropa del
chico y que este llevaba una cosa en la mano. Se acuerda de todo (...) Vio
morir a su hermano y a su tío abuelo ”, explica. La niña y sus
padres reciben tratamiento psicológico desde entonces.
Agradece los apoyos recabados durante este año.
“He recibido mucha humanidad cuando no sabes cómo gestionar los
sentimientos. La gente te abraza, te toca, te besa y no sabe que
decirte”, destaca. Pero el padre de Xavier no esconde su queja hacia las
administraciones: “La
Generalitat no ha hecho nada y el Gobierno central
poco: nos envió a una psicóloga e ingresaron la compensación fijada
para estos casos. El día del tanatorio, vinieron para decírnoslo y creo que no
era el momento”, sostiene. Vivió en sus carnes la frialdad
institucional. La alcaldesa Ada Colau, precisa, si que fue a verlo a su casa de
Rubí.
"La
autopsia a un ángel"
Ahora, Francisco Javier persigue, sobre
todo, que la muerte de su hijo no caiga en el vacío. Que sirva para algo.
"Mi hijo se lo merece", afirma. Por eso, se fue a Madrir a
entrevistarse con el juez que investiga el atentado y le pidió que
se cambiara los protocolos de actuación. “Los que se usaron con mi hijo
fueron muy duros para la familia. No sabíamos cuándo podíamos enterrar a Xavi,
ni cuándo sacarle de la Ciutat de la Justicia. Le hicieron la autopsia cuando ya
había un certificado de defunción y se sabía de qué había muerto. Después, de noche, vinieron a tomar huellas
a casa. No creo que hiciera falta. Sabía quién era el niño y sus padres”,
relata. “A la forense le pregunté si había hecho la autopsia y si había visto
la luz. Se quedó sorprendida. Le dije que había hecho
la autopsia a un ángel. Le pregunté si tenía hijos y se puso a llorar”,
recuerda.
No hay ningún gesto de odio o rencor en
Francisco Javier, pero sí de tristeza, de dolor que perdura en el tiempo.
“Haz un artículo bonito, mi hijo era muy bonito”, repite una y otra vez.
Recuerda como si fuera ayer el atentado. Cómo la madre de Xavi le
llamó por teléfono para comunicarle que habían atropellado a su hijo,
cuando llegó a la Rambla
y vio a la gente por el suelo y cuando fue al ambulatorio donde habían
llevado al pequeño.
“Marina, mi otra hija, tenía mucho miedo. Su
madre estaba descompuesta. La gente estaba sentada en sillas, en sillas de
ruedas, callados, en silencio. Los médicos estuvieron 20 minutos con
Xavier, lo pudieron reanimar, pero tras trasladarlo al hospital de Sant Pau,
falleció”, afirma. “Todo el mundo estaba desbordado. La gente intentaba hacer
lo mejor posible su trabajo”, sostiene. Después se enteró que Marina y su
exmujer salvaron la vida porque se separaron del grupo para comprar unas
pulseras. Francisco, el tío abuelo, no tuvo esa suerte y también fue arrollado.
En ese instante, “el dolor que tenía dentro era muy grande”, dice.
Durante la 'Operación Jaula' para atrapar
a los terroristas, Francisco Javier se encontró cuando circulaba con su coche
con el remolque que se llevaba la furgoneta asesina tapada con una lona. “Iba
solo en el coche, con los zapatitos de mi hijo que me había dado un mosso. En
un control, les dije: cogedlos, pero no los matéis, que quiero mirarles a la
cara, a los ojos, para que me digan por qué lo han hecho. No querían que los
mataran. Quería mirarles a los ojos y ver si tenía la maldad en la cara”,
afirma.
Visita a
Ripoll
Francisco Javier tuvo las agallas de ir a Ripoll y
entrevistarse con la asistente social que atendió a los terroristas cuando
llegaron de Marruecos. Ha intentado encontrarse con su familia, pero
todavía no lo ha logrado. "Si perder un hijo es duro, que tu hijo
haga esa maldad, ¿cómo puedes asimilarlo? ”, incide.
Es consciente que los acontecimientos políticos
en Catalunya en septiembre del 2017 “taparon” los atentados. “No se ha
hecho el duelo. El primer aniversario es muy duro. Pero, la verdad, es que para
nosotros recordar es duro cada día”, explica. “La vida ya no es la misma. Nada
es igual”, sentencia Francisco Javier. Desde una foto, el pequeño Xavi, su
hijo, no deja de mirarlo.
Opinión:
Sólo decir que es un honor asesorar y trabajar por alguien que se ha convertido en un amigo, junto a toda su familia. Pese a llevar mas de media vida ayudando a otras víctimas, jamás podré ponerme en el lugar de alguien a quien le han asesinado a un hijo (y conozco a muchísimas familias que han pasado por ese terrible trance).
Sólo decir que es un honor asesorar y trabajar por alguien que se ha convertido en un amigo, junto a toda su familia. Pese a llevar mas de media vida ayudando a otras víctimas, jamás podré ponerme en el lugar de alguien a quien le han asesinado a un hijo (y conozco a muchísimas familias que han pasado por ese terrible trance).
Pero siempre me seguirá sorprendiendo la
innegable dignidad de la inmensa mayoría d estas familias rotas que sobrellevan
su dolor de un modo anónimo, al contrario que esos personajes que se inventan
hasta haber sufrido heridas o incluso hablar en nombre de esas familias sin
haber pisado jamás un cementerio.
Javier y tu gente, gracias por permitir que
desde la UAVAT
os ayudemos en todo cuanto necesitéis.
Sin escuditos… tú ya sabes…
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