miércoles, 14 de julio de 2021

14 julio 2021 El Mundo del Siglo XXI

14 julio 2021 

 


«He perdonado a mis asesinos, ya no son imprescindibles en mi vida»

Manuel González iba en el bus, vio a un compañero morir en sus brazos y ha recobrado la paz tras años de luto, depresión y odio. Ésta es la historia del herido número 24

 

Manuel tiene 26 sillas hechas a mano en el sótano de casa, un taller de carpintería amateur, el cuartel general de su terapia. Porque la madera, como la numismática o el deporte, se convirtió en su vida al jubilarse de la Guardia Civil, un adiós tras 14 años de servicio pero también de luto, depresión, ansiedad, odio y venganza.

Después vendría Dios.

Y el perdón.

Y la paz.

Porque Manuel González Bermúdez es uno de los guardias civiles que iba en el autobús atacado por ETA el 14 de julio de 1986.

 

¿Qué pasó aquel día, Manuel?

Yo me subí al autobús de los primeros y pensé: ‘¿Me voy atrás, donde van a armar cachondeo y estoy cansado, o me pongo en el asiento de detrás del conductor, más tranquilo?’. Decidí lo segundo y eso me salvó la vida, porque la bomba afectó a la parte trasera.

¿Y qué ocurrió entonces?

El techo era un colador, la luz entraba por un montón de agujeros. Claro, eran 30 kilos de cadenas, tornillos, 5 ollas... Sólo tuve un poco de metralla en el brazo. Tuve la sensación de que alguien me tapaba... como si me echara una sábana encima para protegerme.

¿Perdiste el conocimiento?

Un pelín, 10 o 20 segundos un poco aturdido. Poco tiempo.

¿Qué hiciste al reaccionar?

Empecé a oír los lamentos de los compañeros de atrás. Gente pidiendo auxilio, quejidos, cosas... Me bajé y vi el cuerpo de un compañero que había salido disparado por la ventanilla y sólo tenía el tronco, ni piernas, ni cabeza, ni nada... Me quedé... bufff... Subí al autobús por atrás y vi que los compañeros no tenían cabeza. Estaban decapitados. Más adelante había gente quejándose. Vi a un compañero que tenía el cráneo en la cara. Con la mano se lo coloqué en la cabeza y lo sacamos del autobús. Había parado una furgoneta con una chica y un chico. Me subí, me puse al compañero en los brazos, la chica iba sacando un pañuelo por la ventanilla... Siempre he querido saber quién era aquella pareja, porque había que tener mucho valor para pararse y ayudarnos.

¿Qué pasó en la furgoneta?

La chica sacaba el pañuelo, gritaban ¡venga, vamos! Pero mi compañero empezó a convulsionar y se me murió en los brazos. Nunca supe quién era. Estaba irreconocible. Iba con la cara llena de sangre.

 

Manuel pasó dos días en el hospital, pidió el alta y entró en el cuartel de Valdemoro, pero no estaba para instrucciones. Se fue a su pueblo, Priego (Córdoba) y tampoco aguantó la ansiedad. Y siete días después inauguró una vida de destinos de asfalto, un millón de kilómetros sobre las motos de la Guardia Civil: Soria, Castellón, Baleares, Córdoba...

 

¿Hasta dónde eres hoy un hombre distinto al que eras?

En todo. La víspera del atentado me acosté teniendo trabajo, amigos, un buen coche y autoestima. Y por la mañana vino la tormenta que me convirtió en una persona sin fuerzas, vencible, venida abajo, con miedo a estar con gente, claustrofobia... Mi vida se derrumbó.

¿Y cómo fue?

Perdí la autoestima, entré en depresión, vivía en estado de luto porque se habían cargado a personas que significaban mucho. Años después, entré en estado de rebeldía. Odio, rencor, ideas de venganza... Vivía para el rencor y anclado en el pasado. Dependía de las personas que odiaba.

En aquella época llevabas pistola. ¿Pensaste usarla contra ETA?

No quiero hablar mal de nadie, pero en aquel tiempo los guardias civiles estábamos abandonados. Gracias a Dios, hoy hay psicólogos. Yo estaba con ansiolíticos y muchas noches me dormía a las tres de la mañana y a las seis tenía que coger la moto y me pellizcaba en la pierna para no dormirme. Nunca tuve ideas de suicidio ni de usar la pistola con malos fines, pero en un estado de esos... puede pasar.

¿Cómo evolucionó todo eso?

Mi ansiedad seguía por las nubes, tenía el estómago destrozado, no dormía... Y un día oí a Irene Villa decir que su madre le había dicho: ‘Irene, hemos nacido sin piernas’. Ella no había enfermado de odio porque desde el principio fue bien asesorada. Y busqué una salida a tantos años de sufrimiento. Llegué a la parroquia del barrio, aquí en Jaén, y comencé un proceso de curación. El Señor me ayudó. No fue un milagro, fue un proceso. Yo le decía al Señor: ‘Quiero perdonar, pero no voy a ser capaz’. Al final, ya sé cómo van las cosas. Tú le pides cosas al Señor y el Señor da su Gracia. Aquel día empecé a perdonar.

¿Y cómo sabes que has perdonado?

Porque ahora veo a mis verdugos de otra manera. Inculcaron odio a chicos sin formar y ahora muchos dicen que ETA les destrozó la vida. Mis verdugos fueron víctimas antes. ¿Perdonas independientemente de que se arrepienta tu verdugo?

Efectivamente. De Juana fue uno de mis verdugos. Sé que no ha pedido perdón y lamentablemente sigue en ese mundo de odio.

¿Y le has perdonado?

Está perdonado hace tiempo. Rezo para que se dé cuenta de sus daños y pueda pedir perdón.

Si yo fuera De Juana, ¿qué me dirías?

Intentaría mirarte con los ojos con los que miró Jesús a sus verdugos en la cruz. Te miraría por dentro. Yo perdono, pero tampoco tengo por qué convivir con la persona que he perdonado. El masoquismo no tiene que ver con el perdón. El perdón sana. Te produce paz y te hace ver la vida con otros ojos. Te desprendes de esas personas y te trasladas al presente. Soy feliz.

¿El perdón debe ser individual o colectivo?

Yo he perdonado, pero estamos en una sociedad con leyes y la justicia debe hacer su trabajo.

 

La justicia. Manuel no estuvo en el juicio contra los etarras que le cambiaron la vida. Nadie le avisó. Ni le pidió testificar. Ni le escuchó. Y, sin embargo, está en las tres sentencias de este caso.

 

Apareces como el herido número 24. ¿Lo sabías?

No, no.

Las sentencias reflejan que tus lesiones tardaron 21 días en curar. ¿De qué estamos hablando?

De los tres trozos de metralla que tenía en el brazo izquierdo. Pero ¿y de las heridas de aquí dentro?

 

Ya no parece quedar ni una. Porque a Manuel se le amontonan palabras de paz en cada conversación. Perdón, alegría, calma... Todos los gobiernos trataron de negociar para acabar con ETA.

 

A ti, que experimentas el perdón, ¿te parecen bien aquellos intentos?

¿En el proceso que estaba antes o el de ahora? La cosa cambia...

Entiendo. En el de ahora.

Es difícil... A ver cómo contesto sin envenenarme yo mismo... Lo veo distinto. Vamos a dejar que la justicia avance y el día de mañana el Señor nos dará un juicio justo.

¿Y el acercamiento de presos?

Yo soy respetuoso con la justicia. Si genero rebeldía, me daño.

 

Hasta incómodo mantiene Manuel la sonrisa, como si nos pidiera disculpas por rozar la tentación de un enfado. Hay en este hombre de 56 años otro al que hubo con 40. O con 30. O con 25. O con los 21 que tenía aquel 14 de julio.

 

¿Qué es para ti un 14 de julio?

Un día especial. Desde que me levanto me vienen a la mente muchas cosas. Cierro los ojos y veo los de mis compañeros. Eran hermanos. Se dice ‘perdono, pero no olvido’. El olvido es involuntario, pero el perdón depende de uno. Yo no he olvidado, pero sí he perdonado. Y hablo en mi nombre, no en el de las víctimas, porque cada una tiene un proceso. Yo no las represento y respeto a quien no quiera perdonar. Yo perdono porque me da paz. Los asesinos en tu vida son imprescindibles porque los tienes que odiar y te ocupan todo el día. Y no tienes tiempo para tu familia, ni para tu presente, ni para tu futuro. Vives para odiar. Pero yo he soltado de mi vida a mis asesinos, ya no son imprescindibles. He aprendido.

 

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