viernes, 9 de diciembre de 2022

05 diciembre 2022 El Mundo del Siglo XXI (opinión)

 

05 diciembre 2022 


 

Agonía, dolor y despedida de la víctima ausente

QUIÉN. Shanti de Corte, una joven flamenca que el 22 de marzo de 2016, cuando el yihadismo hizo explotar bombas en Bruselas, tenía 17 años. QUÉ. Salió ilesa de la detonación en el aeropuerto de Zaventem, pero con gravísimas secuelas psicológicas.

CUÁNDO. El 7 de mayo de este año, De Corte se fue por decisión propia. Le aprobaron la eutanasia por el dolor «irreparable» que arrastraba

A las 7.58 del 22 de marzo de 2016, la primera bomba estalló en el hall del aeropuerto de Zaventem. En apenas unos instantes, la segunda. Y poco después de las09.00, en la otra punta de Bruselas, en el metro, las siguientes. Los registros contabilizan 32 fallecidos y 340 heridos, pero están incompletos. La primera víctima murió en el acto, pero la última, sin embargo, mucho después. Se llamaba Shanti de Corte, tenía 23 años, y se fue en mayo de 2022. Se llamaba Shanti de Corte y tenía 17 años cuando esperaba para embarcar a Roma en viaje de fin de curso con sus compañeros del colegio Santa Rita y todo se llenó de fuego y sangre. Se llamaba Shanti de Corte y salió ilesa físicamente, pero rota por dentro. Tras seis años de dolor constante e insoportable, de internamientos e intentos de suicidio, pidió la eutanasia. Los terroristas que desde ayer están siendo juzgados cargan para siempre con su muerte como ella tuvo que cargar con su propia vida.

Bélgica busca expiación, respuestas, dejar atrás uno de sus episodios más negros. Quiere entender por qué pasó, a los terroristas y su odio. Quiere que le expliquen por qué no se vieron las señales, qué falló y si se ha corregido. Quiere que le digan si es posible que vuelva a repetirse, porque hace nada un policía fue degollado por un radical que horas antes pidió ayuda avisando de que quería hacer daño. Pero para lo que Bélgica no tiene respuesta, y tampoco las preguntas apropiadas, es para Shanti. Es un país flexible, con una capacidad de adaptación increíble. Orgulloso de cualquier contorsión, parche, para seguir adelante. Pero también incapaz de asumir sus errores, problemas estructurales ya frontar su pasado más oscuro. Firme y tajante en lo menor, a menudo endeble y esquivo en lo realmente importante.

Semanas después de los atentados, la joven fue hospitalizada. La psicóloga de su instituto ha explicado que arrastraba serios problemas desde niña. «Tomo varios medicamentos para desayunar y hasta 11 antidepresivos al día. No podría vivir sin ellos, pero con todas las drogas que estoy tomando me siento como un fantasma que ya no siente nada. Tal vez haya otras soluciones», se decía entonces en su muro de Facebook. Tuvo momentos muy duros, insoportables, pero incluso entonces quiso ayudar, ser útil para otras víctimas. Cuando ya no pudo más, pidió la eutanasia, que es legal desde2 022, pero no un derecho. El que la reclama debe ser «estar en una situación médica desesperada» y acreditar «sufrimiento físico y/o psicológico constante, insoportable e irreparable». En 2021, 2.700 personas solicitaron morir así. Shanti y su familia lo tuvieron claro. Pasaron todos los trámites, demostrando que era una decisión «voluntaria, meditada y sin presión externa». En abril, una Comisión Federal aprobó su petición. «No podía soportarlo más, su vida se había convertido en un infierno», concluyeron. El 7 de mayo, rodeada de los suyos, la agonía terminó. «He reído y llorado. Hasta el último día. Amé y se me permitió sentir lo que era el verdadero amor. Ahora me voy en paz y no sabéis lo mucho que ya os echo de menos», dejó como despedida. Sus palabras no se oirán en el Tribunal, pero su agonía, la de la víctima ausente, no será olvidada.

Opinión:

Lo sucedido con la joven de la que se habla en la noticia es una muestra más de la falta de atención a la víctima anónima, sin importar el país de origen, el lugar del atentado ni quien es el responsable del ataque.

Del desprecio de la administración a las víctimas presenciales con serias secuelas psicológicas sabemos mucho en la UAVAT. Los que formamos el equipo asistencial llevamos más de 30 años en la labor diaria y constante de atender a otras víctimas y, sinceramente, prefiero no seguir hablando del tema porque de hacerlo, estoy seguro que acabaría en comisaría.

Y no porque lo que dijera no fuera cierto porque a mi espalda tengo muchos expedientes que demuestran las amargar y surrealistas argumentaciones que aporta la administración a muchas de estas personas.

Luego, si algo mucho más grave ocurre, todo serán lamentaciones y esperar que el paso del tiempo amaine las consecuencias.

 

 

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