sábado, 1 de junio de 2024

30 mayo 2024 (28.05.24) (2) El Correo (opinión)

 

30 mayo 2024 (28.05.24) 



«Mi padre murió por la angustia del secuestro»

40 aniversario. Ana Allende rompe su silencio en el EL CORREO para recordar a su padre, un odontólogo bilbaíno al que ETA retuvo 9 días en una tienda de campaña en el monte

Ana Allende retrata a su padre como un hombre a quien «no le interesaba la política, que tenía una familia muy normal y que no hizo otra cosa en la vida más que trabajar». Luis Manuel Allende era odontólogo en Bilbao y ETA le secuestró en su propia consulta el 1 de junio de 1982. ETA (pm) VIII Asamblea, la escisión que siguió con las armas tras el abandono de la violencia de los polimilis, exigió a los suyos un rescate económico. Su cautiverio duró nueve días, en los que estuvo retenido en una tienda de campaña en pleno monte en unas condiciones extremas. Nunca se recuperó.

Ana Allende rompe hoy e n EL CORREO un silencio largo. En estos 40 años nunca había contado su historia de forma pública. «Yo tenía 27 años. Estaba viviendo en Madrid. Me llamó mi madre con un hilillo de voz, casi no le entendía. 'Que han secuestrado a tu padre, avisa a tu tío y venid para aquí'». Así comenzaron los días más largos de su vida. «No llamé a nadie, cogí el coche y me planté en Bilbao. Al llegar a casa, había tres policías nacionales. Iban haciendo turnos cambiando cada ocho horas. Mi padre se había llevado las llaves y temíamos que pudieran volver».

Cuando los etarras entraron en su consulta, Luis Manuel Allende se resistió y golpeó a uno de ellos. Al odontólogo le hicieron una pequeña herida en el brazo antes de que prometiera 'portarse bien' para evitar que hicieran daño a su mujer, que estaba allí. Así se lo llevaron. Unos días después, la banda avisó de que les había dejado una carta en una papelera de Rodríguez Arias, cerca de su domicilio. «Nos decían que estaba perdiendo mucha sangre. Yo nunca me lo creí, pero mi madre lloraba. Aquello lo habían escrito ellos y mi padre sólo había hecho un garabato. Era un hombre muy fuerte y valiente».

Allende estuvo secuestrado en pleno monte. «Él escuchaba que iban cortando ramas para avanzar. Estuvo en una tienda de campaña canadiense, con dos etarras a los lados. Podía estar sentado o tumbado, pero no de pie. Le dieron agua y caldos, poca cosa. Le pusieron unas gafas de motorista todo el tiempo y no veía nada. Los que le custodiaban eran chavales muy jóvenes y se asustaban mucho cuando venían los jefes a las noches. Mi padre les tranquilizaba porque temía que, con aquellos nervios, se les escapara un tiro».

Antes del secuestro, no había recibido amenazas. Su hija cree que le puso en el objetivo ser la cara conocida del colegio de odontólogos. «El presidente era Prieto, pero era muy mayor, y mi padre salía siempre como vicepresidente».

Una negociación de película

Como con tantos a otros, ETA pidió un rescate. 15 millones de pesetas. «A mi padre le quería mucha gente. Fue increíble. Venían sus amigos a casa y los vecinos. Tocaban el timbre y ni entraban. 'Toma este sobre, son dos millones, para tu padre', me decían. Llegamos a reunir tres veces más. Nunca olvidaré lo que nos ayudó la gente. Pagamos 12 y les devolvimos el dinero al acabar todo». En España nunca ha sido ilegal el pago de rescates. Sólo se han perseguido aportaciones voluntarias a grupos terroristas.

La hija de Luis Allende fue quien se encargó de los contactos con la banda, junto a «un amigo de la familia, Manolo Cadiñanos, un conocido médico de Bilbao». Algunos colegas del gremio se pusieron en contacto con Santi Brouard -próximo a la izquierda abertzale y que sería asesinado por el GAL en 1984-, al que el propio Allende había ayudado en el pasado. No fructificó.

ETA insistió en que evitaran a la Policía y les citó para el pago en Vitoria. Fue un viaje rocambolesco. «Dijeron que fuéramos a la iglesia de la Virgen Blanca -la de San Miguel Arcángel, junto a la plaza- y estuvimos allí dos horas esperando. No vino nadie. Nos mandaron entonces a un restaurante en Pancorbo. Allí estuvimos toda la tarde Manolo y yo, con su perro que le acompañaba a todas partes. Pasé unos nervios... Cada vez que llegaba un coche, yo salía fuera porque pidieron que saliera sola». Y nada.

No fue el último destino ni el más surrealista. «Entonces nos pidieron que fuéramos a cenar con unos panaderos que tenían familiares en ETA. Allí fuimos. Nos pusieron merluza y solomillo, yo no entendía nada. ¿Esta gente cena así y nosotros somos los ricos? Entonces llamaron a la casa y dijeron que dejáramos el coche allí con las llaves y el dinero dentro».

Unos días después, Allende fue liberado. Le dejaron atado junto a la fábrica Pradera de Miraballes. Se pudo soltar de una cadena y pedir ayuda al guarda: «Soy el secuestrado, déjeme llamar a mi casa». Se adecentó un poco mientras esperaba a los suyos. «Yo fui a buscarle a la fábrica con mi madre. Llegué tan nerviosa que en el peaje no tenía dinero para pagar. Fue muy bonito verle. Tenía barba, greñas, el traje claro no te imaginas cómo estaba de sucio. Fue todo abrazos y besos».

La angustia no acabó allí y se le acabó metiendo en el alma. «Cuando volvió del secuestro, cualquier cosa que comía, la devolvía. Tenía unos dolores enormes y le operaron. Estaba fatal y los etarras seguían llamando a casa para pedir más dinero. 'Matadme ya', les dijo una vez. La angustia le acabó matando». Una sentencia judicial zanjó en 1988 que el secuestro fue «la causa desencadenante del cáncer» de páncreas que acabó con su vida el 20 de febrero de 1983. «Poco antes del secuestro, le habían hecho pruebas y no tenía nada».

Cuando Luis Manuel volvió a casa, él y su mujer «vendieron unas acciones que tenían y hasta las joyas de mi madre porque mi padre quería devolver pronto a todos los que le habían dejado dinero». También quería escribir un libro y contar su secuestro. No le dio tiempo. Hoy, su hija cuenta su historia.

Opinión:

Ha sido difícil leer la entrevista porque hay algún comentario que se habrá dicho desde la máxima tranquilidad y confianza pero que, sin saberlo, vuelve a recordar algunas situaciones que no creo agraden a la administración competente en la materia del reconocimiento a “LAS” víctimas del terrorismo.

Quien bien me conoce ya sabe a qué y a quienes me estoy refiriendo y, sobre todo, por qué.

Tiempo habrá de explicarlo pero tengo la impresión de que se ha vuelto a abrir una puerta que muchos querían mantener cerrada. Seremos muy pocos los que exigiremos que continúe abierta, pero también seremos muy pesados.

Señor ministro de Interior, al loro….

No hay comentarios:

Publicar un comentario