domingo, 11 de enero de 2015

11 enero 2015 (7) La Vanguardia (opinión)

11 enero 2015



Once años después (visita al memorial del 11-M en Madrid)

Desde que se conoció el atentado de París, el miércoles, ha bajado el número de visitantes al memorial del 11-M en Atocha




Desde que saltó la noticia de París acude menos gente al memorial de las víctimas del 11-M en Madrid. La afluencia de público al monumento, ubicado en el vestíbulo de la estación de cercanías de Atocha, no suele ser muy masiva, pero el miércoles por la mañana comenzó a bajar el número de visitantes. Me lo contó el viernes, al filo de las dos de la tarde, la señora que vigila la entrada del lugar de la memoria. Un espacio concebido para no llamar mucho la atención. Sin rótulo en la entrada. Sin título. Una sala desnuda, azulada y silenciosa, bellamente iluminada por un lucernario en forma de cilindro. Luz en una espiral de palabras. Mensajes de recuerdo. En una pared, la lista de los 192 muertos. De Eva Belén Abad Quijada a Csaba Olimpiu Zsigovszki. 

Le pregunto a la señora si viene más gente después de lo de París. Me mira y me dice que no con la cabeza. "Desde el miércoles viene menos público. Cada día suelen pasar por aquí unas ochocientas personas. Ahora rondamos las seiscientas". Quedo algo sorprendido por el repliegue. Pensaba que sería al revés. ¿Hay miedo? 

Llegué a imaginar flores en el vestíbulo. Son las dos menos cuarto del viernes y el rectángulo azul está vacío. No hay flores y estoy solo en la enorme sala cuando me llaman por el móvil desde Barcelona. Inicio una conversación sobre la densa política catalana, esa pasta cada vez más espesa que gira y gira sobre sí misma, movida por una lenta espátula, y acabo dando vueltas bajo la luz cenital de la claraboya. Nave espacial. Me veo reflejado en la vidriera del vestíbulo y soy un extraterrestre. La señora me hace señas para que vaya saliendo. Faltan pocos minutos para las dos y hay que ir cerrando. 

No hay flores, pero las hubo. En esta esquina de la estación, entre dos cafeterías y las escaleras mecánicas que conducen a las taquillas, la gente creó un altar popular poco después de los atentados. Ramos de flores, fotografías de los difuntos, candelas, muchas candelas, poemas, frases de recuerdo, dibujos infantiles, algún crucifijo, alguna imagen de la Virgen y muy pocas banderas. Un lugar de intensa emoción. Los príncipes de Asturias lo visitaron y encendieron una vela. Era un monumento conmovedor que escapaba al control del Estado en unas semanas de cambio de guardia. 

Recuerdo mi visita, un domingo por la tarde. Cuando estás solo, los domingos por la tarde pueden llegar a ser de una desolación terrible en Madrid. Acababa de llegar a la ciudad, tenía mucha teórica en la cabeza sobre la política española, pero todo me resultaba extraño y difícil de cuadrar. El país había sufrido una tremenda sacudida y aquel rincón de la estación de Atocha explicaba la intensidad del zarandeo y la fragilidad del cambio político que se avecinaba. 

El partido en el Gobierno no había caído como consecuencia del agotamiento de sus reservas electorales. Había perdido las elecciones por una pésima gestión emocional de los sucesos de marzo, que no me atrevería a calificar de "error de comunicación", porque fue algo más profundo. José María Aznar se subía por las paredes desde el inicio de la campaña electoral. Se sentía marginado por los suyos antes de abandonar la Moncloa. El equipo de Mariano Rajoy le enviaba a actos secundarios, sin dejarle pisar el País Vasco y Catalunya. Demasiado centrismo. Demasiada morbidez. "No se explican los activos de estos ocho años. Se habla poco de economía. No se hace nada en Cataluña. El tono general es bajo. Creo que perdemos gas", anota Aznar en su diario los días 6 y 7 de marzo. El día 8 su malhumor estalla y lee la cartilla al comité electoral. Tres días después explotan las bombas y recupera el control de la agenda, en tanto que presidente del Gobierno. En lugar de atemperar, aprieta. Tensa. Los primeros datos apuntan a ETA y él necesita creerlo. "Ha sido ETA, es lógico", escribe el día 11 en su diario, publicado como anexo del segundo volumen de sus memorias. (‘El compromiso del poder’, 2013). 

Es interesante repasar hoy aquellas anotaciones. En ellas, Aznar, jefe de una potentísima maquinaria política, se refiere a la izquierda con desprecio, pero también con acomplejamiento. Le concede, amargamente, la iniciativa narrativa. Él se mueve a la defensiva. Escribe: "La izquierda acaricia que sean los árabes para echar la culpa al Gobierno por la guerra de Iraq, si es ETA, se callan y a remar". En esas anotaciones está la clave psicológica del derrumbe electoral de marzo del 2004. 

Once años después, los sucesos de París proyectan luz blanca sobre los atentados de Madrid. Ambos episodios forman parte de una misma guerra y las bombas en los trenes españoles siguen siendo el mayor crimen que el terrorismo islámico ha cometido en Europa. Pero Madrid no es París y la áspera pugnacidad española continúa enmascarando el recuerdo del 11-M. Esa lucha insomne. Ese miedo constante al adversario. La singularidad hispánica, que tanto fascina al historiador Payne. Han matado en París y menos gente ha visitado esta semana el memorial de Madrid.

Opinión:

Leer este magnífico artículo de Enric Juliana me ha hecho pensar en un tema que está olvidado en la desmemoria de la infinita mayoría de personas que están hablando estos días sobre el terrorismo sin tener ni idea de la cuestión. Enric es de los pocos que se salvan...

En julio de 2007, un terrorista yihadista asesinó a nueve ciudadanos españoles. No recuerdo una sola manifestación ni en Madrid ni en París ni en ninguna otra capital europea para protestar por lo que ocurrió. Ni tampoco en las puertas de las Embajadaso Consulados españoles en países de nuestro entorno. Del trato que la administración española ofrece a las víctimas españolas de atentados en el extranjero prefiero no hablar (aunque si desean mas información, pueden clikar “Yemen” en el buscador).

Pero hoy estaban en París representantes de muchos gobiernos... ¿coherencia?

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