09 marzo 2015
El nuevo
rostro del terrorismo
Los autores advierten de la
propagación del islamismo radical a través de las redes sociales. Afirman que
usa internet para reclutar y adiestrar a sus «soldados» y para obtener
financiación.
La reciente detención de varias personas por
actividades de reclutamiento y adoctrinamiento relacionadas con el Estado
Islámico ha vuelto a situar en el centro de la noticia el terrorismo yihadista,
un problema que ha cobrado una dimensión especialmente grave en los últimos
tiempos y que lleva camino de convertirse en la mayor amenaza para nuestra
libertad y nuestra seguridad. Parece obligado preguntarse, a punto de cumplirse
11 años de los atentados de Madrid, si el terrorismo al que hoy nos enfrentamos
es el mismo, si sus riesgos son similares, si sus objetivos persisten, si se ha
intensificado la amenaza, si tenemos las herramientas suficientes para
combatirlo y si estamos en condiciones de evitar que se repita aquella masacre.
Desde entonces no ha cesado ni un minuto la lucha contra el terrorismo
yihadista. Más de 600 detenidos, decenas de operaciones policiales y de
investigaciones judiciales, y algunas situaciones de riesgo inminente de ataque
terrorista abortadas son buena muestra de ello. No cabe duda que los actores
involucrados (servicios de inteligencia, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado, fiscales y jueces de la Audiencia Nacional ) han desempeñado su papel con
rigor, eficacia y profesionalidad, intentando adaptarse a la cambiante realidad
de un fenómeno terrorista extraordinariamente proteico, que casi nada comparte
con el terrorismo tradicional más allá del uso gratuito e indiscriminado de la
violencia.
La naturaleza polimorfa y cambiante del terrorismo
yihadista salta a la vista cuando comprobamos que es un terrorismo que está
evolucionando a un ritmo vertiginoso, y que es muy permeable tanto a las
circunstancias geopolíticas internacionales como a las situaciones de cada
país. Es un terrorismo multiforme porque pretende adaptarse a las estrategias
de investigación con la pretensión de sortear la acción represiva del Estado y
dificultar así su persecución. Y es, además, un terrorismo fundamentalmente
global porque explota con enorme eficacia y en su propio beneficio todo aquello
que los avances tecnológicos le ofrecen, con una clara vocación de
universalidad, tanto por la finalidad perseguida como por los instrumentos que
utiliza. Ello supone uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos.
En la actualidad, internet y las redes sociales son
utilizadas por los grupos yihadistas como su principal herramienta terrorista.
Como ya avanzábamos en la
Memoria de la
Fiscalía de la Audiencia Nacional del 2008, son un campo de
entrenamiento virtual, pero, además, el escenario principal de la batalla que
se libra contra la expansión del yihadismo radical.
Todo terrorismo, del signo que sea, necesita de un
medio para publicitar sus acciones, y su supervivencia ha dependido sobre todo
de sus estrategias mediáticas y de la repercusión pública de sus actos. Pero
las organizaciones yihadistas han llegado mucho más allá: no sólo han
encontrado en la Red
un magnífico instrumento de propaganda, sino que internet se ha convertido en
el canal predilecto para reclutar, adoctrinar, formar y adiestrar a sus
soldados, e incluso para obtener financiación, con la ventaja adicional de
garantizar el anonimato y la seguridad para sus simpatizantes. Desde comienzos
de la pasada década, los ideólogos del yihadismo se han esforzado en
generalizar el uso de la Red
como parte de la yihad global. Dentro de la distinción de las cuatro categorías
de la yihad, la de la acción militar, la del apoyo financiero y material, la
del odio al enemigo y la de la incitación, es en esta última, en la yihad a
través de la palabra, en la que internet juega el papel de instrumento vehicular.
De este modo, al reconocer explícitamente las actividades de propaganda y
reclutamiento realizadas por ese medio como parte de la yihad, se entiende que
todos aquellos que las llevan a cabo, aunque no participen en las acciones
armadas, obtienen la recompensa espiritual similar a la participación en el
combate real.
Al tiempo que esto ocurre, y cuando los sitios web,
foros y salas yihadistas se convierten en verdaderos espacios de captación,
formación y propaganda, surgen nuevos canales de expansión: las redes sociales.
Las nuevas aplicaciones de telefonía móvil ofrecen unas posibilidades
extraordinarias de desarrollo tanto por su accesibilidad como por los usuarios.
A través de los espacios abiertos se contacta con todos aquellos que resultan
proclives a la recepción del mensaje o que pueden ser sensibles a la
información, siempre de contenido radical y especialmente atractiva. Una vez
que son atrapados en ese mundo virtual y son elegidos para acceder a espacios
más privados, las posibilidades de captación aumentan considerablemente. Aquí
los mensajes son más claros y directos. El siguiente paso, de lo virtual a lo
material, puede ser cuestión de semanas, porque el yihadista se está mostrando
como un terrorismo exprés en cuanto a la velocidad de los procesos de
captación, formación y acción.
Ese salto adelante de la acción terrorista lo
estamos comprobando en los miles de operativos que están partiendo a los
santuarios del radicalismo yihadista como Siria e Irak, para integrarse en las
filas del Estado Islámico, y ahora Libia y Túnez, como nuevos destinos de los
combatientes, o incluso países del Noroeste de África, ámbito territorial de
acción de otras organizaciones terroristas como AQMI, MUYAO o Boko Haram. Pero
también lo hemos sentido con las acciones que muy recientemente han tenido
lugar en Francia, en Bélgica o en Dinamarca, y si nos remontamos en el tiempo
en otros muchos países occidentales.
Para el Estado Islámico, es vital ocupar
territorios, aprovechar sus recursos económicos para financiarse y nutrir su
ejército con combatientes procedentes de otros países. Su objetivo es implantar
la sharia (ley islámica) en todos los territorios que siglos atrás fueron
conquistados por el islam, conformando una especie de califato universal. La
idea ha calado profundamente en los sectores islamistas más radicales, y está
provocando un auténtico éxodo de individuos radicalizados y adoctrinados en la
yihad violenta –un efecto llamada al que no son ajenas las crueles ejecuciones
de rehenes– que incluye mujeres o, lo que es mucho más grave, niñas, y que no
se podría entender sin las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación. Se calcula en más de cinco mil los individuos que desde Europa se
han desplazado a Siria para adiestrarse y formar parte de la citada
organización terrorista.
Para Al Qaeda resulta sin embargo prioritaria la
ejecución de atentados terroristas en los países donde se encuentran sus
células o quienes han sido adoctrinados en su credo yihadista, y la red les
permite adiestrarse en la preparación y ejecución de ataques. La información
para fabricar un explosivo, o para elaborar sustancias que puedan ser empleadas
a esos fines está al alcance de cualquiera. No es de extrañar, por tanto, que
la proyectada reforma del Código Penal –refrendada por un pacto de Estado entre
las dos formaciones políticas más representativas– se haya centrado en
neutralizar el uso de estas redes y la consulta de sitios web con propósitos
terroristas, y en consecuencia haya incluido como principal novedad la
penalización de algunas conductas como el «autoadiestramiento» o el
«adoctrinamiento pasivo» por esas vías.
Es probable que la política antiterrorista,
cimentada desde hace años en una respuesta preventiva o anticipada que ha sido
capaz de reducir al mínimo los riesgos de cometer atentados, exija algunos
sacrificios añadidos ante el papel que están jugando los nuevos instrumentos de
la comunicación en el avance del terrorismo yihadista, pero el sistema judicial
deberá extremar las cautelas a la hora de aplicar unos tipos penales que han
sido objeto de severas críticas como parte de una estrategia excesivamente
criminalizadora y lesiva para los derechos y libertades de los ciudadanos. Y
todo ello sin restar un ápice de eficacia a la acción punitiva del Estado, lo
cual no es tarea fácil.
Sin embargo esta reforma corre el riesgo de ser
papel mojado si no se abordan otras cuestiones que todavía tienen mayor
importancia para garantizar una respuesta eficaz frente a este terrorismo
multidimensional. Por un lado, la incorporación de herramientas legales que son
absolutamente imprescindibles para facilitar la investigación de estas acciones
en internet y las redes sociales (el agente encubierto virtual, el registro
remoto de sistemas informáticos…); y por otro el reforzamiento del aparato
judicial dedicado a esta trascendental función, que en la actualidad descansa
en un reducido e insuficiente número de fiscales y de jueces de la Audiencia Nacional.
La lucha contra el terrorismo yihadista, considerado como la amenaza más grave
para nuestra sociedad, requiere con urgencia potenciar las capacidades del
sistema judicial, en particular más fiscales especializados en la investigación
de estos crímenes, como anunciaba hace pocas semanas un responsable
gubernamental. Pero la buena voluntad no servirá de nada si no se pasa de las
palabras a los hechos.
Javier Zaragoza es fiscal jefe de la Audiencia Nacional
y Dolores Delgado es coordinadora antiterrorista yihadista en la Audiencia Nacional.
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