martes, 31 de octubre de 2017

30 octubre 2017 La Vanguardia

30 octubre 2017



No hay yihadista tonto
La eficaz propaganda del EI y Al Qaeda no es obra de incultos desarraigados, sino todo lo contrario

La pobreza, la falta de integración y muy especialmente la incultura, entendida como falta de conocimientos, no forma parte del habitual bagaje del terrorista que se autoproclama “soldado del califato”. El análisis sociológico que puede servir para explicar buena parte de la procedencia de los matones de la mafia, los cárteles o incluso las bandas africanas de traficantes de drogas o seres humanos no sirve para explicar el fenómeno yihadista. De hecho, los estudios que manejan en los centros occidentales del contraterrorismo señalan que para atajar la amenaza es imperiosa la necesidad de elaborar y transmitir un profundo contra mensaje que paulatinamente anule el atractivo formal y filosófico que procede de los ideólogos que alimentan ese terrorismo.
La lectura atenta de las publicaciones periódicas del Estado Islámico y de Al Qaeda o el visionado de sus vídeos de propaganda muestran que detrás hay personas con una diabólica habilidad y preparación para transmitir un mensaje extraordinariamente atractivo que alcanza de modo convincente a millones de personas. Un éxito editorial que permite concluir que lo que vemos o leemos no es obra de desarraigados e incultos sino de todo lo contrario, tal como señalan a este periodista analistas europeos del contraterrorismo global.
“Hay que dejar de usar el lenguaje falso y emocional para describir las acciones de los guerrilleros del califato y explicar a la ciudadanía los términos exactos del peligro del EI”, advirtió en La Vanguardia el filosofo francés Philippe Joseph Salazar, que ha analizado el fondo ideológico que inspira el mensaje del terrorismo islamista. Salazar subraya la excelencia en forma y contenido del mensaje del califato, “primorosamente elaborado”, “inteligente, sin concesiones a la banalización de las ideas que nada tienen que ver con la estúpida cultura de internet que aplana el conocimiento histórico y se reduce a la cultura de cortar y pegar”.
Las biografías de la mayoría de los grandes líderes de la guerra global muestran a personas preparadas. El mismo Osama bin Laden tuvo una educación individualizada, era universitario y hablaba cuatro idiomas, entre ellos el inglés, que no utilizaba. Mohamed Atta, el cabecilla de la célula de Hamburgo autora de los ataques del 11-S, era arquitecto por la Universidad de El Cairo y perfeccionó su formación en el Instituto de Tecnología de Hamburgo. Hablaba árabe, inglés y alemán. Abu Bakr al Bagdadi, el califa del EI, tiene el doctorado en Estudios Islámicos por la Universidad de Bagdad, y Ayman al Zauahiri, líder de Al Qaeda, es médico. Y de este modo descubrimos en el bando terrorista de esta guerra a profesores universitarios, economistas, informáticos de primerísima línea, ingenieros, militares profesionales.
Las investigaciones de Jitka Maleckova y de Alan B. Krueger, asesor de Barack Obama, muestran que si bien sí que existe un lazo entre la pobreza y la delincuencia clásica, este no se da con el terrorismo. Las investigaciones estiman que un alto porcentaje de los terroristas procede de clases medias o superiores con un nivel de educación por encima de la media de sus respectivos países de origen. Por ejemplo, el análisis de las biografías de militantes de Al Qaeda confirma que un 35% tienen estudios superiores, y el 45%, una profesión cualificada.
El relato que habla de falta de integración como paso al terrorismo yihadista de jóvenes educados en Europa se resquebraja. Los autores de los atentados en Cambrils y Barcelona, al igual que en Francia o Reino Unido, habían acudido a las escuelas públicas recibiendo la misma educación que el resto de sus compañeros. Sin embargo, les pudo el mensaje de la yihad. Por lo tanto, el terrorista surgido de las ciudades europeas seguramente estará integrado en ellas. Para neutralizarlo hay que comprender y atajar el proceso de desintegración que les lleva a matar.



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