viernes, 13 de mayo de 2022

07 mayo 2022 El País

07 mayo 2022 


 

Joan Fuster, víctima del terrorismo

El periodista y escritor Francesc Bayarri, autor del libro ‘Matar Joan Fuster’, revisa el atentado en 1981 contra el ensayista de Sueca con dos bombas que quedó impune, con motivo del centenario de su nacimiento

Días después del atentado terrorista de 1981 contra Joan Fuster (1922-1992), el periodista y escritor Manuel Vicent escribió en EL PAÍS: “Esta vez no se trataba de un artefacto de fabricación casera, sino de algunos kilos de Goma 2 distribuidos en las rejas y programados aviesamente para que estallaran con un minuto de intervalo, con el propósito de cazar al escritor. Todo muy profesional”. Vicent concluía: “Después de tantos años de transición no hay más remedio que empezar de nuevo por la primera lección: el séptimo, no matar. Aunque el contrario sea más inteligente que tú”.

También el añorado periodista Vicent Ventura publicó: “Quienes eligieron a Fuster como destinatario del kilo de dinamita de cada ventana de su casa no han sido, con seguridad, los ejecutores. Para ellos, Fuster no es más que un rojo separatista, si a tanto llega su información. A su cargo estaba únicamente hacer bien hecho el mal que se les había encargado. Detrás hay, claro, los de las manos finas que ordenan matar y es a ellos a quienes se les debería preguntar por qué Fuster”.

El mismo Joan Fuster, preguntado por el juez encargado —es un decir— del caso, afirmó no sospechar de nadie en concreto, pero enmarcó el atentado que acababa de sufrir como “un episodio más de la actividad terrorista que grupos más o menos incontrolados desarrollan en nuestro país”, y de los cuales “en otra ocasión ya fue víctima”.

Tampoco la policía dudó en calificar la acción como un atentado. De hecho, fue la Brigada Regional de Información —cuya misión es investigar a los grupos terroristas— la encargada —es un decir— del caso. Veamos. Sindicatos y partidos de la izquierda convocaron una manifestación en Sueca para expresar su solidaridad con el escritor. Acudieron unas 3.000 personas. También dos policías de la mencionada brigada, quienes redactaron un informe con la siguiente frase: “Sobre las 20.10 del día 26 del presente mes de septiembre, se celebró en la localidad de Sueca la manifestación autorizada que diversos partidos políticos de izquierda habían proyectado en protesta por el atentado del cual fue objeto hace unos días el escritor Joan Fuster”.

El 3 de octubre posterior se celebró en la plaza de toros de Valencia otro acto de solidaridad. La Brigada de Información de Barcelona elaboró un informe sobre las entidades catalanas que también promovían la concentración. Los policías escribieron desde Cataluña: “Acció Cultural del País Valencià organiza un homenaje a Joan Fuster ante el atentado que sufrió en días anteriores […]La Comissió de les Entitats de la Crida a la Solidaritat en Defensa de la Llengua, la Cultura i la Nació catalanes, cuyo secretariado permanente está en la calle Pau Clarís (antes Vía Laietana), número 106, 1º-3ª, de Barcelona (teléfono 317 10 72), organiza una salida para el día 3 a las 9 horas, costando el viaje 1.500 pesetas”.

En resumen, después de un atentado, todos coinciden en que se trata de un atentado, y así lo escriben en sus artículos periodísticos y en los informes oficiales. Porque si alguien va de madrugada a tu casa, coloca dos explosivos de dinamita Goma 2 capaces de hacerte saltar por los aires —a ti y a otras seis personas—, actúa con la alevosía de calcular un intervalo entre la primera detonación —cuya función es hacerte salir a ver qué ocurre— y la segunda —que tiene el doble de potencia— para así cazarte desprevenido y eliminar toda posibilidad de defensa, y su móvil es el odio ideológico que te profesa… parece que sí, que se trata de un atentado terrorista.

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Pero el juez encargado —es un decir— del caso consideró que únicamente se había producido una falta de daños. Era el año 1981, el del golpe de Estado del 23-F, y quizá aquel contexto influyó en la miopía judicial, que impidió ver intención de matar, premeditación, explosivos, nocturnidad, móvil ideológico, alevosía… El problema es que 41 años después el Estado continúa sin ver que Joan Fuster fue objeto de un atentado terrorista. Y que, por tanto, merece la consideración de víctima del terrorismo. En este caso, de terroristas de la extrema derecha.

En el homenaje a Fuster celebrado en la plaza de toros de Valencia se leyeron telegramas de apoyo del premio Nobel de literatura alemán Heinrich Böll, del futuro premio Nobel Mario Vargas Llosa, o del novelista italiano Alberto Moravia. Es decir, la repercusión del atentado fue importante, incluso en el ámbito internacional. Pero tampoco esta circunstancia conmovió los corazones endurecidos de los servidores del Estado del año 1981, más preocupados por investigar a las víctimas (pidieron los antecedentes penales de Joan Fuster y de los dos amigos con quienes conversaba plácidamente de literatura en aquella madrugada, y también, como hemos visto, informaron de las manifestaciones de apoyo al escritor) que a los asesinos. En grado de frustración, pero asesinos.

Joan Fuster era un hombre pacífico, que siempre escribió contra el fanatismo (también el de quienes se decían sus seguidores), que reivindicaba el derecho a cambiar de opinión, a no acumular muchas convicciones porque cada convicción se convierte en un prejuicio, que se reía de las frases solemnes, de los himnos y de las banderas (de todas). Mejor, mirar a los ojos a quienes llevan los estandartes. Lo que más le preocupaba no era que le odiaran, sino que le obligaran a odiar a sus enemigos. Eso sí que lo consideraba grave. Como escribió Vicent Ventura, quienes querían matarlo en la madrugada del 11 de septiembre de 1981 no sabían nada de todo esto. Y 41 años después, el Estado no sabe y no contesta.

 

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