domingo, 20 de noviembre de 2011

10 noviembre 2009 El Periódico de Catalunya

10 novembre 2009
A consequencia de aquest impactant article, tant a nivell informatiu com històric, la companya Sara González de “El Periódico de Catalunya” va entrevistar en Robert i ho va publicar el dia 10 de novembre de 2009.

‘Mapa de la memoria' catalán.
Solo seis ciudades golpeadas por el terrorismo honran a las víctimas
Ocho municipios que sufrieron atentados con fallecidos no les han dedicado ni una placa
82 personas han sido asesinadas en Catalunya en los últimos 34 años

Aún hay municipios catalanes que ni tan solo cuentan con una placa que tatúe en la memoria de los ciudadanos que en una desafortunada fecha alguien murió en sus calles por culpa del terrorismo. Según confirma el presidente de la Associació Catalana de Víctimes d’Organitzacions Terroristes (ACVOT), José Vargas, solo seis de los 14 ciudades de Catalunya que desde la transición han sufrido atentados con víctimas mortales perpetrados por bandas como ETA, el GRAPO o Terra Lliure cuentan con un elemento de homenaje a las víctimas. Una calle, una placa o un monumento a nivel individual o colectivo. No piden más.
La cifra es demoledora. La ACVOT detalla que 82 personas han fallecido en Catalunya por acciones terroristas en 34 años de democracia. De ellos, medio centenar eran civiles y, el resto, miembros de los cuerpos de seguridad. El municipio que lleva más años con esta deuda pendiente con las víctimas es L’Hospitalet de Llobregat, donde en 1977 falleció por un atentado del GRAPO el inspector de la Policía Nacional Antonio López Salcedo. Vargas confirma que esta ciudad está trabajando para solventar esta carencia.
Deudas pendientes 
El 10 de septiembre de 1987, una bomba de Terra Lliure acabó con la vida de Emilia Aldomi Sans, una vecina de Les Borges Blanques (Garrigues). Otro civil, Andrés Marcet Balsells, murió en Òdena (Anoia) en 1988 tras explosionar un artefacto presuntamente de ETA. Y un año más tarde, el GRAPO acabó con la vida de otro policía nacional, Juan José Sucino Ibáñez. Las tres víctimas no cuentan todavía ni con una humilde placa.
Tampoco el policía Enrique Martínez Hernández, asesinado en 1992 en Llinars del Vallès (Vallès Oriental) por una bomba de ETA, ni el albañil Antonio José Martos Martínez, que murió el mismo día en Sant Quirze del Vallès (Vallès Occidental) tras estallar un coche bomba, tienen un rincón en el que se reivindique su memoria. Salou (Tarragonès) está dispuesta a cerrar en los próximos meses su asignatura pendiente con José Manuel Sarmiento Somoza, un jubilado que murió en 1999 por la explosión de un artefacto. La última víctima mortal que espera un reconocimiento es el concejal del PP en Sant Adrià del Besòs José Luis Ruiz Casado, asesinado por ETA en septiembre del 2000.
«A pesar del camino que aún falta por recorrer, las cosas han ido cambiando y cada vez los municipios son más sensibles» explica Robert Manrique, expresidente de la ACVOT. Actualmente hay casi 60 poblaciones catalanas en las que viven víctimas del terrorismo y algunas de ellas se han esforzado en hallar un espacio para homenajearlas. Las víctimas de Barcelona, Sabadell, Esplugues de Llobregat, Terrassa, Roses y Vic ya cuentan con un monumento o placa de reconocimiento. 
Solidaridad territorial 
Santa Coloma de Gramenet, Terrassa, Cerdanyola del Vallès, Palau-solità i Plegamans, Sant Feliu de Llobregat, Palafrugell y Lleida también han dedicado espacios para honrar a todo el colectivo de víctimas del terrorismo. También nuevas plazas y calles de Catalunya han sido bautizadas con el nombre del político socialista Ernest Lluch, asesinado por ETA en noviembre de 2000.
Hace tan solo un año y medio, la Federació de Municipis de Catalunya envió, a petición de la ACVOT, una carta a los 946 municipios de Catalunya para sugerirles que se sumaran, por solidaridad, a esta iniciativa que lucha por evitar que las víctimas caigan en el olvido, un mensaje que poco a poco ha ido calando más fuerte. «Estos pequeños detalles compensan todo este tiempo en que hemos estado olvidados», asegura Manrique, que vivió en su propia piel el atentado de Hipercor en Barcelona hace ya 22 años.






































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