viernes, 14 de febrero de 2020

12 febrero 2020 Opinión Murcia

12 febrero 2020 





Pilar Rodríguez Losanto

Jóvenes de hoy en día
Quienes estamos en la franja de entre 25 y 30 tenemos un vago recuerdo del 11M, y apenas recordamos la apertura de telediarios con asesinatos de ETA

Nací en 1993 y estudié a José María Aznar en los libros de Historia del instituto. Pertenezco a una generación a la que la movida madrileña le suena a música antigua y no sabe a qué equivalen diez pesetas en euros. Somos millenials de la transición de pasar horas al teléfono fijo a no poder dormir sin leer Whatsapp, los que teníamos iPods y nuestra revolución tecnológica empezó con la Blackberry.
Los que estamos en la franja de entre 25 y 30 tenemos un vago recuerdo del 11M, y apenas recordamos la apertura de telediarios con asesinatos de ETA. Hemos vivido en la suficiente paz como para que nuestra 'guerra de referencia' sea la de Irak de 2003, y aunque éramos conscientes de la crisis económica de 2008 no hemos sido nosotros los que hemos tenido que cargar con el peso de la responsabilidad de sacar familias y un país adelante.
Si rozando treintena y uno ya es insultantemente joven como para pensar que ha sido un desgraciado por el entorno político y social en el que le ha tocado vivir, cuánto menos lo serán los que aún necesitan de autorización paterna para salir de excursión en el colegio.
Los adolescentes de hoy en día dejan de ir a clase los viernes para manifestarse por el clima. Piden no volar en avión mientras sueñan con la foto perfecta de Instagram en Tailandia, y suplican que se acaben las energías contaminantes, pero no están dispuestos a recibir menos paga semanal en compensación por la subida del precio de la luz que implicaría la transición energética hacia una industria que aún no es ni de lejos competitiva.
Como todo adolescente que se precie, los jóvenes de hoy en día creen que sus acciones y decisiones no tienen consecuencias, pero cualquier cosa que ocurre a su alrededor es merecedor de ser considerado como una conspiración judeomasónica de los poderes fácticos contra su futuro. Por eso, Greta y sus seguidores se atreven a decir que les han robado la infancia, esa que han vivido en un país desarrollado sin conflictos armados y con todos los derechos civiles y humanos cubiertos en su entorno.
Que los menores de edad sueñen con un mundo ideal es permisible e, incluso, recomendable. Que los adultos tomemos decisiones en relación a sus designios sin entender que la realidad es mucho más compleja que lo que ocurre en la mente de un adolescente es, sencillamente, temerario. Y que éste se haya convertido en un tema digno de los dogmas de fe sobre los que no se puede discrepar a riesgo de ser excluido socialmente de todos los ámbitos de representación y socialización pública, peor aún.
Por decir esto mismo hace unos días en la presentación de un libro, el exministro Borrell, hoy Alto Representante de la Unión Europea, tuvo que pedir disculpas tras ser linchado por propios y extraños. La omertá alrededor de la mal llamada emergencia climática está adoptando tintes totalitarios por miedo a las reacciones de los adolescentes que gritan y se manifiestan, entre otros motivos loables, para no ir al colegio.

La culpa, por supuesto, no es de los chavales. Pero nosotros nos arrepentiremos cuando sea demasiado tarde y no haya industria ni trabajo que salvar. Al tiempo.

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