domingo, 29 de diciembre de 2019

26 diciembre 2019 El Periódico de Catalunya (opinión)

26 diciembre 2019 



Amenaza decreciente. El terrorismo en su justa medida  

Mientras España mantiene el nivel 4 de alerta terrorista (de un máximo de 5), Bélgica ya decidió en enero de 2018 reducirlo al nivel 2 (de 4) y lo mismo acaban de hacer Reino Unido (pasando en noviembre pasado al 3, de 5) y Países Bajos (hace apenas una semana, rebajándolo al 3, de 5). Son siempre decisiones muy delicadas porque, dado que la amenaza persiste, pueden volverse en contra del gobernante que las ha tomado si, por desgracia, se produce un nuevo atentado. Pero suponen también gestos de realismo político, apoyados en datos como los que desde hace ya siete años presenta el Instituto de Paz y Economía en su Índice Global de Terrorismo.
Con los datos disponibles del 2018 sobre un total de 163 países (que suponen el 99,7% de la población mundial) podemos perfilar mucho mejor su verdadera dimensión. Por cuarto año consecutivo disminuye el número de personas muertas en atentados terroristas. Las 15.952 muertes registradas suponen un 15,2% menos de las contabilizadas un año antes y un 52% menos de las que se produjeron en el 2014, año en el que se alcanzó el máximo histórico en lo que va de siglo. Pierde fuelle, en consecuencia, el obsesivo sobredimensionamiento de la amenaza que suelen practicar muchos gobiernos.
Un total de 98 países mejoraron su situación con respecto al año anterior, con Irak, Siria y Nigeria como los más destacados si se toma como referencia las cifras del 2014. En contrapartida, fueron 40 los países en los que la situación empeoró, con Afganistán a la cabeza. Al menos 71 países sufrieron un atentado mortal (frente a los 67 de 2017); en tanto que en 19 se produjeron más de un centenar de víctimas mortales.
Los 10 países en los que más muertes se han producido – Afganistán (46% del total), Nigeria, Irak, Siria, Somalia, Pakistán, Mali, RDC, India y Yemen– acumulan el 87% del total mundial. Se trata de países (ninguno occidental) que sufren, en distinto nivel, al menos un conflicto violento en su seno. Si a los anteriores se añaden los países que han sufrido al menos un atentado y en los que se producen regularmente ejecuciones extrajudiciales, torturas y encarcelamientos sin juicio, el porcentaje resultante llega al 99%. Desde la perspectiva de la lucha contra el terrorismo, este dato resulta clave para entender que el énfasis principal para reducir, e idealmente eliminar, esa amenaza pasa por aumentar los esfuerzos en construcción de paz y prevención de conflictos, así como en potenciar el imperio de la ley y el Estado de derecho en todas sus dimensiones.
En otras palabras, las estrategias securitarias y militaristas que desde hace años se vienen aplicando nunca serán suficientes para resolver el problema si no van acompañadas de sostenidos esfuerzos sociales, políticos y económicos que atiendan a las causas estructurales que sirven de caldo de cultivo al extremismo violento. Visto desde Europa, el panorama resultante muestra que fue la región del planeta con una mejoría más destacada, como se deduce del hecho de que el número de víctimas mortales se redujera un 70% (desde las 204 en 2017 a 62 en 2018, de las cuales 40 se registraron en Turquía).
Más en concreto, en Europa Occidental solo cinco países registraron atentados con al menos una muerte, con un total de 183 incidentes. Entre los grupos terroristas más letales Daesh ha dejado de ocupar la primera posición que alcanzó ya en el 2014, superado por los talibanes afganos y seguido ahora por el Grupo Khorasan y el antiguo Boko Haram; mientras que ni Al Qaeda ni Al Shabaab figuran ya en posiciones de cabeza. Esos cuatro grupos son responsables del 57,8% de todas las víctimas mortales (en el 2012 no llegaban ni al 29%). Entretanto, el terrorismo de ultraderecha va cobrando peso en los países occidentales (con EEUU en posición destacada), con un aumento del 320% en los últimos cinco años. En el periodo enero/septiembre del año actual se contabilizan ya 77 muertes, cuando en todo el 2017 tan solo se registraron 11. Y así, mientras seguimos sin contar con una definición consensuada internacionalmente de terrorismo (lo que permite, por ejemplo, a dictadores como Al Sisi jugar a su antojo con el concepto), debemos asumir que el problema no va a desaparecer a corto plazo, pero también entender que no es hoy, al menos desde una perspectiva occidental, nuestra principal amenaza. Baste recordar que, desde el 2002, el 93% de todas las muertes registradas por terrorismo se localizan en el Oriente Medio, África subsahariana y Sureste Asiático.

Opinión:

Aparte de la cuestión estadística, fría pero importante para tomar decisiones, destaco una frase del artículo de Jesús A. Núñez que me sorprende.
Y digo que me sorprende porque no es una frase que se pueda leer con la contundencia y la importancia debida de modo continuado aún siendo una de las denuncias públicas que unas pocas víctimas llevamos años comentando y exigiendo.
La frase textual dice “mientras seguimos sin contar con una definición consensuada internacionalmente de terrorismo”. En efecto, si no se tiene una definición reconocida a nivel mundial de lo que significa el concepto terrorismo nos podemos encontrar con situaciones en las que algunos gobiernos acusen de terrorismo a algunos de sus conciudadanos cuyo único delito sea pensar diferente a como lo hagan el resto.

Podemos ir a Nueva York a explicar ( a quien se lo quiera creer) que en España tenemos la mejor legislación del mundo en materia de asistencia a víctimas del terrorismo pero no consta que nadie haya hecho propuesta alguna para conseguir una definición clara, concia y definitiva de lo que debe considerarse como delito de terrorismo.

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