lunes, 15 de febrero de 2021

14 febrero 2021 Las Provincias (opinión)

14 febrero 2021

 


25 años de manos blancas

Profesores, víctimas y jóvenes reflexionan sobre el movimiento que derrotó a ETA

En el corazón de la Comunitat. El asesinato del profesor valenciano Tomás y Valiente en 1996 desató una ola de indignación ciudadana. La herida se sumó a la de Broseta y se avivó con el crimen de Lluch

Madrid. 14 de febrero de 1996. Faltan pocos minutos para las once de la mañana. Ajetreo habitual de alumnos en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma. En un despacho, un hombre de 63 años charla amigablemente por teléfono con un colega. Es el profesor valenciano Francisco Tomás y Valiente, ex presidente del Tribunal Constitucional.

Entre el hormiguero de estudiantes hay un joven de 25 años que no entiende ni conoce el derecho. Es el etarra Jon Bienzobas, alias 'Karka'. Él no lleva libros, pero sí una pistola. Espera en el pasillo. Irrumpe en el despacho del profesor y dispara tres veces contra el jurista. El que dialoga muere. El que tirotea vive y huye como asesino.

Una semana antes, el 6 de febrero, Fernando Múgica Herzog, de 62 años, abogado y ex dirigente socialista vasco, cayó por la misma barbarie en Donostia. Como el respetado maestro valenciano Manuel Broseta cuatro años antes, alcanzado por un cobarde tiro en la nuca cuando caminaba por Blasco Ibáñez. Después perdimos al catalán Ernest Lluch, catedrático de Economía en la Universitat de Valencia, otra víctima de la banda asesina en 2000. Aquel triunvirato trágico sigue clavado en el corazón de la sociedad valenciana, una saeta en el alma universitaria de laComunitat. Uno de los puntos neurálgicos en el que, hace 25 años, más intensamente se vivió la marea blanca que removió España y plantó cara a ETA con el lenguaje de la paz: a manos descubiertas, sin armas y empuñando el color de la inocencia.

Madrid. 15 de febrero de 1996. Miles de estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid se manifiestan en el campus. Todos con sus manos blancas levantadas al frente. Todos gritando casi al unísono dos consignas que se convertirían en lemas contra el terror: «¡Basta ya!» y «¡Vascos sí, ETA no!». El crimen de Tomás y Valiente fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de la sociedad española. Un hartazgo que estalló, ya imparable en 1997, con el secuestro y ejecución de Miguel Ángel Blanco. El nacimiento del espíritu de Ermua. Ese vaso de la paciencia ya estaba a punto de desbordarse tras el vil crimen por la espalda en 1995 de Gregorio Ordóñez, ejecutado en un bar del casco antiguo de San Sebastián. Otro atentado enraizado en la Comunitat que golpeó España y Terrateig, donde su madre, Consuelo Fenollar, fue alcaldesa hasta los 80 años.

Su hermana, Consuelo Ordóñez, ha establecido su domicilio en Valencia para hablar sin tapujos de los cientos de asesinos que siguen sin pagar por sus penas. Para que la sociedad no olvide los más de 850 asesinatos de ETA, con 10 personas nacidas en la Comunitat y otras 11 vinculadas a nuestra tierra. «Hay una falta de información intencionada. Se quiere tapar. Ningún Gobierno ha cumplido su misión de recordar. Sólo las víctimas lo hacen», aseguró hace tres meses Consuelo.

Vidas entrelazadas

'Maestros de ciudadanía'. Así bautizó hace unos años la Universitat de València una exposición que glosó precisamente estas tres figuras: la de Francisco Tomás y Valiente, Manuel Broseta y Ernest Lluch. Con imágenes y estampas de su vida. Como la instantánea en la que Broseta y Lluch compartieron cabecera de una manifestación en Valencia en 1976, en tiempos convulsos en los que había que arrimar el hombro por la libertad y la democracia. Las mismas dos palabras que ETA acallaba apretando el gatillo. Tres maestros universitarios con vidas muy parejas. Como se explicaba en la muestra, «los tres pertenecen a la misma generación: nacen en 1932 (Broseta y Tomás y Valiente) y en 1937 (Lluch). Estudian en la Universitat de València (Derecho) y Barcelona (Económicas) en los años cincuenta (1950-55 y 1956-61). Completan y amplían sus estudios, se integran en la universidad como ayudantes e investigadores, se doctoran y opositan a plaza de funcionario (catedrático o agregado). La consiguen en 1964 Broseta y Tomás y Valiente. Lluch, en 1970. Ello les permite desarrollar una fecunda tarea como investigadores en sus áreas de saber, como docentes y maestros de discípulos». Hasta que las balas infames segaron su camino.

El epicentro de las manos blancas que estalló hace hoy 25 años se situó en Madrid. Allí se vivió una de las 15 manifestaciones más masivas de la historias de España, al concentrarse casi un millón de personas para exigir a ETA el fin de la violencia tras el asesinato de Tomás y Valiente. Las ondas expansivas llegaron a todos los rincones del país. Y Valencia no fue una excepción. «Por primera vez la gente se manifestaba a la vez. Y yo pensaba, esto va a ser un antes y un después en la transición terrorista que nos estaban haciendo vivir», rememora Carlos Casañ. En 1991 sufrió el asesinato de hermano José Edmundo, ingeniero y delegado de Ferrovial en Valencia que construía una autovía en Navarra.

Un espíritu vivo

Pero la huella amarga del terrorismo etarra en la región va mucho más allá de las 31 vidas valencianas rotas, 9 de ellas en atentados cometidos en la Comunitat. También hay que anotar los 35 niños valencianos a los que la barbarie terrorista convirtió en huérfanos. ETA también ha perpetrado 58 atentados con bomba en la región. Esos estallidos dejaron 70 heridos y tenían como objetivo la costa valenciana, en la mayoría de los casos. Atemorizar, amedrentar, enmudecer. Algo que no han conseguido. «Acabaron derrotados», como afirma Quico Tomás-Valiente, hijo del profesor.

Por todo y por todos, el espíritu y hambre de paz de aquel día en que las manos valencianas se tornaron también blancas sigue muy presente en Valencia. Y así lo recuerdan Mar, Lorenzo, Carlos, Jesús y Eduardo.

Profesores, víctimas y jóvenes reflexionan sobre el movimiento que derrotó a ETA

Lorenzo Cotino tiene 48 años y sigue el mismo sendero académico de Tomás y Valiente. Es catedrático de Derecho Constitucional en la Universitat de València (UV). Tenía 23 años cuando asesinaron a Francisco y así lo recuerda: «Había acabado Derecho y hacía milicias universitarias en Mallorca. ETA empezó a matar a políticos y profesores. Ya no eran sólo policías, militares o personas de País Vasco».

En aquella década atroz, describe, «nadie estaba a salvo». Ni por edad o dedicación. Fuera o dentro del País Vasco. Cualquiera podía aparecer en el punto de mira de la banda. O en la onda expansiva de un coche-bomba. «El impacto de lo de Tomás y Valiente fue muy grande», confiesa. «Lo sentí muy cercano, pues me aproximaba al mundo universitario y empatizaba de lleno con las víctimas, medía muy bien aquella frialdad».

Lorenzo fue uno de los miles de jóvenes que salieron a la calle para clamar contra el terror en Valencia. «Sólo me he manifestado dos veces en mi vida y las dos, contra ETA. La muerte de Tomás y Valiente me conmocionó. Tampoco puedo olvidar el secuestro de Ortega Lara. Algo brutal e inhumano. Recuerdo entonces una manifestación espontánea en la plaza del Ayuntamiento. Y, más tarde, el gran movimiento popular tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en verano. Eran ya muchos golpes continuos para nosotros. En el 96 nadie permanecía impasible ante ETA».

Según Cotino, hubo «cambios sociales muy considerables» tras la lucha de las manos blancas. «Hoy tenemos una repulsa mucho más clara a la violencia gracias a los sentimientos que surgieron desde aquellos asesinatos de los años 90». Pero todavía hoy, y con ETA derrotada, hay una asignatura pendiente, en opinión del catedrático: «Hay alumnos y profesores que, si bien condenan expresamente la violencia, la siguen asumiendo como un mecanismo a veces legítimo para conseguir fines políticos». Y eso le preocupa: «Particularmente, lo veo inaceptable y hay que luchar contra ello».

El catedrático resume así el legado de Tomás y Valiente: «No hubo muchos en las instituciones con su prestigio reconocido. O el de Broseta. Era un hombre de una grandeza académica enorme. Fue un gran historiador del Derecho y eso le dio una visión especial. Abordaba los temas jurídicos con una perspectiva más amplia y rica que la que tenemos los especialistas».

La historia no se comprende del todo si no escuchamos a las víctimas. José Edmundo Casañ fue un ingeniero valenciano y ETA entendió que merecía morir con 41 años por ser delegado de la empresa Ferrovial, que en 1991 construía una autovía en Navarra. El 4 de marzo se cumplirán 30 años del asesinato que perpetraron José Luis Urrusolo Sistiaga, Juan Jesús Narváez Goñi y su esposa Itziar Alberdi. Entraron armados en las oficinas de la empresa, amenazaron a los empleados y obligaron a uno de ellos a que los llevara al despacho de Casañ. Allí lo asesinaron de dos tiros en la cabeza.

«Me da igual su perdón» 

¿Qué ha sido de ellos? ¿Alguna señal de perdón o arrepentimiento? Responde Carlos, hermano del ingeniero. «Urrusolo Sistiaga salió de la cárcel hace cinco años. Al otro le tengo perdida la pista. Ni un mensaje de arrepentimiento o perdón. De ninguno de los asesinos de mi hermano, ni nadie de su entorno. Y si escuchas ahora a Otegui, ni arrepentimiento ni nada. Me daría igual su perdón. Es irreparable que a uno le arrebaten a un hermano». Así recuerda el rechazo popular que se agrandó en 1996. «Parecía que algo iba a cambiar en este país respecto a las atrocidades que la banda asesina había cometido».

Como familiar de una víctima lanza esta reflexión: «Hasta que no te pasan las cosas directamente no te das cuenta. Se ve de lejos y la mala leche dura dos horas. Nosotros, atentado tras atentado, revivimos lo sucedido a mi hermano, sentíamos el dolor de otras familias como propio».

ETA ha perdido, sí, pero Casañ cree que hay heridas por cicatrizar. «No olvidemos los 300 atentados pendientes de resolver». Cree que la juventud «no conoce lo suficiente que la banda asesina nos ha traído los peores 50 años que ha pasado nuestro país. Las políticas no han sabido educar al respecto a las nuevas generaciones». Y mientras «se permite que Otegui o los que apoyan al Gobierno, que son los mismos, reescriban la historia». Por contra, las víctimas «podemos contar nuestra vivencia a los jóvenes y estudiantes. No interpretamos ni reescribimos la realidad. Es nuestra propia experiencia».

El hermano del ingeniero no fue de los que salió a la calle a manifestarse. «Pensaba que no servía, pero sentí respeto y agradecimiento cuando la gente salió en masa». Los familiares, ahonda, «hemos asumido lo que nos ha ocurrido sin tomarnos la justicia por nuestra mano. Y eso ya es mucho en favor de la sociedad».

Casañ desea fervientemente que los jóvenes conozcan qué pasó. Y en ese empeño está junto a su mujer, Nuria, con charlas en colegios a través de la Fundación Manuel Broseta. «La historia está para aprender y no cometer los mismos errores. Pero hay que conocerla», apremia. «Que hablen sobre ello. Que debatan. Deben descubrir que la violencia no es defendible bajo ningún concepto, y menos los asesinatos. La libertad y seguridad que vive hoy la sociedad tiene detrás 1.000 atentados en el medio siglo más triste que ha vivido este país».

Opinión: 

Aparte de la información sobre víctimas de atentados terroristas relacionados con Valencia, creo que se han olvidado de dos por las cuales tuve el honor de trabajar y asistirlas al poco tiempo de iniciar mi labor como delegado en Catalunya de la antigua AVT.

Se trata del Brigada del Ejército de Tierra Virgilio Más Navarro, de 31 años, casado y con tres hijos y del Sargento Primero del Ejército de Tierra Juan Antonio Querol Queralt, de 37 años, casado y con un hijo. Fueron asesinados en Barcelona el 16 de enero de 1992 y estaban en la ciudad como miembros de la banda de música que iba a participar en los Juegos Olímpicos meses más tarde.

Desde este humilde blog, un saludo a sus familias.

 

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