20 febrero 2025 (16.02.25)
EE.UU.
y España encubrieron la muerte de tres militares en un atentado en1985
Los
muertos, norteamericanos, estaban de servicio en la base de Torrejón de Ardoz
La
operación se ejecutó sin informar a la embajada de los Estados Unidos
El
número 2 de la embajada sospecha que el mando militar de Torrejón y la OTAN
orquestaron la misión
A
la mañana siguiente cundió el nerviosismo con el hallazgo de un cadáver que
parecía afroamericano
Las
primeras crónicas periodísticas hablan de 21 o 23 muertos, posiblemente por la
confusión de la noche
Los
fallecidos, estadounidenses, estaban en servicio en la base de Torrejón de
Ardoz Cuarenta años después, el atentado del restaurante El Descanso sigue
envuelto en un halo de misterio. Ocurrido en Madrid la noche del viernes 12 de
abril de1985 y considerado el primer gran ataque terrorista islamista en
España, nunca llegó a juicio, no hubo detenidos y su autoría es todavía una
incógnita.
No
es el único secreto que guarda aquella tragedia. Estados Unidos y España
encubrieron la muerte de al menos tres militares estadounidenses, cuyos
cadáveres fueron extraídos del lugar de los hechos y repatriados secretamente a
su país, según ha podido verificar La Vanguardia tras una larga investigación.
Fue una operación de la que fueron informadas muy pocas personas, las
imprescindibles para que la misión fuera posible. Fue un éxito. La presencia de
víctimas estadounidenses en El Descanso nunca había salido a la luz hasta hoy.
Es el gran secreto de aquel atentado, en el que oficialmente hubo18 muertos y
82 heridos.
¿Cómo
fue posible?
Son
las once de la noche del 12de abril de 1985 y P., un alto cargo del
Ayuntamiento de Madrid, está en casa cuando recibe una llamada por su
walkie-talkie de emergencias. Media hora antes se ha producido una explosión en
El Descanso, situado cerca de la base militar norteamericana de Torrejón de
Ardoz. Posiblemente es un atentado.
P.
debe ir de inmediato al lugar y telefonear al alcalde de Madrid, Enrique Tierno
Galván, que le dará nuevas instrucciones. Quien le llama no pronuncia el nombre
del alcalde, sino un código numérico con el que se refieren a él cuando se
comunican por el walkie. P. se dirige a El Descanso en su coche. Junto al
restaurante destrozado hay un motel llamado Avión, que ofrece habitaciones por
horas. Desde su vestíbulo, P. telefonea a Tierno Galván. Sin más detalles, el
alcalde le dice que llame a un número y siga las instrucciones. Sin
identificarse, el interlocutor explica que se ha dado una situación
extremadamente delicada: en la explosión pueden haber muerto o quedado heridos
militares estadounidenses, entre ellos un alto mando que estaba en misión de la
OTAN en la base de Torrejón y había acudido a cenar a El Descanso. Nadie puede
saberlo.
En
la confusión de los días posteriores, tal como recogen diversos informes en el
sumario judicial, se atribuye la matanza a ETA, al Grapo, a la extrema derecha
y a la extrema izquierda. Pero el 14 de abril, el grupo Wa’ad (la promesa, en
árabe) emite en Beirut y Adén un largo comunicado en el que reivindica el
ataque, cuyo objetivo era “un nido de americanos”, en el que carga contra la
“ocupación sionista” de Palestina y lamenta las víctimas españolas. Wa’ad
estaba vinculado al Frente Popular para la Liberación de Palestina, al igual
que Yihad Islámica, otro grupo que, nueve días después, también se atribuye la
autoría. Hasta hoy El Descanso ha quedado oficiosamente acreditado como el
primer atentado masivo de cariz islamista.
El
presidente estadounidense, Ronald Reagan, está a punto de visitar Madrid y de
encararse con el presidente del gobierno español, Felipe González, que tiene un
dilema ideológico con la permanencia de España en la OTAN. La base de Torrejón,
con unos 4.500militares y 700 civiles estadounidenses, es un gran bastión de la
Alianza en el sur de Europa.
Pero
ahora estamos en el caos de la explosión. Por teléfono, a P. le explican que en
el lugar están a punto de personarse efectivos norteamericanos, disfrazados con
uniformes de la organización caritativa Ejército de Salvación, a los que deberá
entregar los posibles cadáveres con la máxima discreción y con la máxima
celeridad.
Con
la máxima discreción significa al margen del conocimiento de los bomberos (y de
sus mandos) que ya están allí trabajando, al margen de los agentes de la
policía (y de sus mandos) que controlan la situación y al margen del juez de
guardia (y sus subalternos), Carlos Granados, que está o estará por allí
dirigiendo el levantamiento de cadáveres.
La
situación es caótica. Las crónicas de la prensa del día siguiente relatan que
se trabaja a oscuras por el temor de que haya sido una explosión de gas.
P.
busca a los hombres que se van a involucrar en la operación y los reúne en el
motel: son el teniente coronel Jaime Togores Franco Romero, un militar que
dirigía la Policía Nacional, un cuerpo en plena transición; Ángel Pingarrón,
jefe de guardia de los Bomberos de Madrid, y Q., uno de sus más cercanos
colaboradores. Les expone brevemente lo que va a ocurrir y se dirigen a la
parte trasera del restaurante.
Pronto
aparece una furgoneta y se bajan unos individuos vestidos efectivamente con la
ropa del Ejército de Salvación. Descargan bidones con leche, que dicen traer
por si alguien hubiese inhalado gas. En los primeros momentos se ignora si ha
habido una explosión de gas o una bomba, aunque el parte 343 del 12 de abril de
los Bomberos de Madrid ya apunta la causa: “Al parecer, un artefacto
explosivo”. La cocina, foco del gas, está intacta. La detonación se ha
producido junto a la puerta del restaurante, donde –se sabrá después–alguien ha
dejado una bolsa junto a un radiador.
El
resto del local está arrasado. El Descanso ocupa un lateral de la carretera de
Barcelona, en el kilómetro 14,5. La base militar de Torrejón de Ardoz, clave
para EE.UU. al ser la más alejada de la Unión Soviética dentro de Europa, está
a unos diez kilómetros.
Unas
200 persona cenan en El Descanso en el momento de la explosión, con todas las
mesas ocupadas y clientes aguardando turno en la barra. Varios de ellos, como
todas las noches, son militares estadounidenses. En la base aérea, el
restaurante es conocido como the house of ribs, la casa de las costillas, su
especialidad.
Los
equipos de rescate localizan entre los escombros a tres muertos
estadounidenses,
vestidos de civil pero con medallas y pulseras en las muñecas que los
identifican como militares. P., Q., Togores y Pingarrón llevan una lista en la
que anotan los cadáveres que van apareciendo. Excepto aquellos tres. Entregan
sus cuerpos discretamente a los falsos voluntarios del Ejército de Salvación,
que no llegan a entrar en las ruinas. Cargan los cadáveres metidos en bolsas en
su furgoneta y se van.
Horas
después, cuando el sol ya ha despuntado, los servicios de rescate sacan de los
escombros un cadáver tan manchado que parece ser de piel oscura. Los encargados
de la misión secreta entran por unos momentos en pánico, al creer que quizá se
trate de un soldado estadounidense afroamericano no previsto. Se tranquilizan
cuando comprueban que no lleva medalla ni pulsera militar. Solo es suciedad.
Las
primeras crónicas periodísticas hablan de 21 o de 23 muertos, quizás por la
confusión de los primeros momentos y el recuento de esa lista: “23 muertos
cerca de una base militar americana” titulaba su crónica Associated Press. El
juez Granados que llegará a magistrado del Tribunal Supremo y fiscal general
del Estado– no las tiene todas consigo. “No le cuadraba, pero lo conseguimos”,
explica Q.
Las
tareas de desescombro acaban a las cinco de la tarde del día siguiente:
intervienen 118 personas, 60 de ellas bomberos. Ni P. ni Q. son las iniciales
reales de dos de los implicados en la operación, que relataron los hechos a
este diario, en persona, en cuatro entrevistas. Togores y Pingarrón están
muertos. Posiblemente nomás de una decena de personas en España supieron de
esta operación. Fueron muchos más en el lado estadounidense, pero muchos han
fallecido.
La
Vanguardia entrevistó, poco antes de su muerte en el 2020, a Fernando Morán,
que era ministro de Asuntos Exteriores en 1985. En su casa de Madrid, aseguró
no saber nada de esa operación secreta, que este periódico ha investigado
intensamente en los últimos meses, ante el 40.º aniversario, el próximo 12 de
abril, y tras haber podido acceder al sumario del caso en mayo del 2024.
Ni
P. ni Q. supieron nunca los nombres de los militares que ayudaron a extraer.
Tampoco un altísimo cargo del Ministerio del Interior que estuvo allí. Q. se
quedó entonces con la idea de que era “un cargo militar importantísimo en la
estructura dela OTAN”. Un pez gordo.
¿Cuáles
son sus nombres? ¿Alguien los supo?
Ni
el entonces ministro de Defensa, Narcís Serra; ni su subsecretario de Defensa,
Eduardo Serra; ni el asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores Ángel Viñas;
ni la mano derecha del alcalde Tierno Galván, Juan Barranco; ni dos
exdirectores del Centro Nacional de Inteligencia; ni el concejal de Seguridad
de Tierno Galván, Emilio García Horcajo; ni el jefe de extinción de los
Bomberos de Madrid, Antonio Sánchez Ródenas ,que también pasó la noche allí, ni
el jefe superior de la Policía Nacional en Madrid, Antonio Garrido, supieron
nada.
Garrido
duda que aquello ocurriera: “No intervinieron americanos, al menos bajo mi
responsabilidad. Yo no vi americanos trabajando por allí ni tuve ningún
interlocutor americano. Todo allí estaba bajo mi supervisión y es difícil que
algo así escapara a nuestros ojos. Quizás hubo llamadas por arriba, pero a mí
no me llegaron. No me constan. Yo no recibí ninguna orden que no fuera
enteramente legal”, afirmó en una conversación telefónica.
Quien
era director de los Bomberos de Madrid, José Pascal, declinó por teléfono decir
nada.
García
Horcajo dijo ignorar “si allí hubo más fallecidos de los que se admitió
oficialmente, la policía municipal intervenía poco en esas cosas”. Barranco,
que ascendería a alcalde en1986, duda mucho “que Tierno estuviera en eso; era
marxista y antiOTAN; a mí no me dijo nada”. El propio P. cree que el alcalde no
lo supo. En la conversación telefónica que mantuvieron aquella noche, se limitó
a pedirle que siguiera las instrucciones. Nunca le preguntó los detalles.
Ni
siquiera el número dos de la embajada estadounidense supo de la operación. En
videollamada desde Arizona, donde vive, Jack R. Binns ofreció una detallada y
plausible hipótesis: “No puedo imaginar que el embajador lo supiera, me lo
habría contado. Tampoco un embajador suele mezclarse en este tipo de cosas.
Toma las decisiones, pero no hace las llamadas. La persona más obvia que se
hubiera podido encargar del asunto sería yo. La segunda persona hubiese sido el
general Joseph P. Franklin, que era el jefe del grupo militar en la embajada.
No puedo decir que sea imposible que Franklin estuviera implicado sin nuestro
conocimiento, pero es poco probable. Simplemente, no me encaja. Me parece más
probable que el comandante de la base o el mando europeo en Alemania pudieran
haber dirigido la recuperación de los cuerpos, y que tomaran esta decisión sin
el conocimiento del embajador. Es la única hipótesis razonable que puedo
ofrecer. Pero solo es eso: una suposición”, razona.
El
entonces embajador, Thomas O. Enders, falleció en 1996. “El mando europeo, que
supervisa todas las fuerzas estadounidenses en el continente, puede tomar
ciertas acciones bajo el paraguas de la OTAN, digamos. Antes de que España
entrase en la OTAN, el ejército hubiese tenido que informar a la embajada. Pero
una vez dentro, están cubiertos por el acuerdo sobre el estatus de las fuerzas
de la OTAN, que los saca de la supervisión inmediata del embajador”, prosigue
Binns, ya nonagenario, que fue jefe adjunto de Misión en España entre 1984
y1986. “Pueden citarme en la medida en que no tenía conocimiento de eso y no
creo que nadie en la embajada lo supiera”.
“Hubo
muertos americanos”, verifica el alto cargo español de Interior, “pero nunca
supe sus nombres”.
En
el sumario consta un croquis, realizado por la policía, con la ubicación de
heridos, muertos y el artefacto. En un restaurante que estaba a rebosar, con
gente incluso esperando turno en la barra, las tres mesas que están justo al
lado de donde se colocó la bomba están vacías.
Uno
de los responsables de la Oficina de Investigaciones Especiales de las Fuerzas
Aéreas (AFOSI), localizado en Alemania, donde trabaja hoy como profesor
universitario, dijo no poder dar una explicación al haber contraído compromisos
de confidencialidad.
Este
periódico pidió entrevistas a una veintena más de militares destinados en
Torrejón, a sus familiares o investigadores del atentado. Ninguna quiso hablar.
También ha hecho una petición de información a EE.UU. para tener acceso a la
investigación que la AFOSI realizó del atentado y sus consecuencias, bajo el
liderazgo del mayor John L. Barajas. Por ahora, sin respuesta.
Una
petición anterior buscó el destino del archivo de Torrejón. En su respuesta, el
ejército de Estados Unidos dijo no tenerlo y remitió a la OTAN, en Bruselas; la
petición de información está también pendiente de respuesta.
Ni
el Archivo Histórico del Ejército del Aire, ni el General Militar de Segovia,
ni el Militar de Ávila, ni el General Militar de Madrid ni el General de la
Administración tienen documentación sobre la base de Torrejón de Ardoz.
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