domingo, 31 de enero de 2021

28 enero 2021 (2) Diario Vasco (opinión)

 28 enero 2021 

 


«Mi padre todavía se resiste a hablar del asesinato de su compañero José María Ryan»

Anton Arriola reconstruye al cabo de cuatro décadas el secuestro del ingeniero vizcaíno que dirigía la construcción de Lemoiz en 'El ruido de entonces'

Anton Arriola tenía 13 años cuando ETA secuestró a José María Ryan, que además de ingeniero jefe en la construcción de la central nuclear de Lemoiz era compañero de trabajo de su padre y vecino de la urbanización en la que vivía. Este economista metido a escritor reconstruye en ‘El ruido de entonces’ la tragedia que sacudió a la sociedad vasca hace cuarenta años combinando fragmentos de la realidad con recuerdos autobiográficos. «Fue un episodio que nos marcó hasta el punto de que mi padre todavía se resiste a hablar de lo que pasó porque le resulta demasiado doloroso», dice.

Arriola (Durango, 1967) residía en 1981 con su familia en una urbanización de chalets del monte Unbe, un enclave rodeado de naturaleza a pocos kilómetros del centro de Bilbao. Su casa lindaba con la de José María Ryan, un joven y brillante ingeniero especializado en energía atómica que había formado un hogar con su mujer y sus cinco hijos, el mayor de ellos de 9 años. El padre de Arriola había sido compañero de estudios de Ryan y trabajaba también en Iberduero, la compañía eléctrica que había proyectado construir tres centrales nucleares en la costa vasca. ETA secuestró a Ryan el 29 de febrero –mañana se cumplirán 40 años– y amenazó con asesinarle si en una semana la central nuclear de Lemoiz, la única de las tres que se había empezado a construir, no era demolida. El cadáver del ingeniero fue hallado amordazado y maniatado el 6 de febrero con un tiro en la cabeza en un bosque de Zaratamo.

«Lo que he pretendido –explica el autor de ‘El ruido de entonces’– es contar la tragedia de un hombre inocente atrapado en una encrucijada histórica. Tenía muy presentes los recuerdos de la semana en que Ryan estuvo secuestrado porque nos tocó muy de cerca. Era nuestro vecino, trabajaba en Iberduero, como mi padre, que de hecho acudió al bosque de Zaratamo donde se halló su cadáver para identificarlo. Incluso mi padre llegó a estar en aquella época en la diana aunque no trabajaba directamente en Lemoiz y tuvimos que irnos durante un tiempo»

Ficción y realidad

Arriola llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de reflejar aquel episodio en un libro. Inicialmente se planteó hacer un relato muy pegado a la realidad recabando testimonios de la viuda de Ryan y de quienes vivieron aquella tragedia en primera línea. «Me encontré con tal muro de dolor y resistencia que me di cuenta de que estaba aún demasiado cerca para construir una crónica con nombres y apellidos». El escritor dio marcha atrás y optó por la vía de la ficción. «Escribí una al·legoria en la que hablaba de un ingeniero que no era Ryan, de una central nuclear que no se llamaba Lemoiz... La ficción funcionaba a un determinado nivel, pero al verla con perspectiva me pareció que estaba coja porque le faltaba la realidad. El lector iba a saber que estaba hablando de forma alegórica de Lemoiz y se iba a preguntar qué es lo que había ocurrido en realidad, de forma que cuando llegó el confinamiento se me ocurrió combinar la ficción con la realidad y los recuerdos autobiográficos»

Arriola cree que la alternancia de ficción y realidad proporciona mayor fuerza al relato. «La ficción me permite reflejar los sentimientos y las emociones de Ryan, algo que en una narración muy pegada a la realidad no funcionaría». El recurso a un ficticio diario que escribe el ingeniero, añade, es una forma de introducirse en su mundo interior sin que el relato chirríe. La realidad se construye a partir de los recuerdos de lo ocurrido, muy vivos a pesar de que el autor solo tenía entonces 13 años, y los testimonios de familiares, especialmente sus padres.

En algunos episodios tuvo que recurrir a su madre, ya que su padre aún se resiste a hablar de aquello. «Mi padre se encerró en su silencio cuando empecé a escribir la novela porque los recuerdos aún le resultan demasiado dolorosos. Al final fue mi madre la que compartió conmigo su memoria sin que eso quiera decirque a ella le impactase menos todo aquello. De hecho empiezola novela con un recuerdo suyo muy recurrente: el de que seguia escuchando el ruido de la segadora con la que Ryan cortaba todos los sábados por la mañana la hierba de su jardín, que estaba al lado de nuestra casa, mucho tiempo después del asesinato. Mi madre se despertaba con ese ruido en la cabeza hasta que se dabacuenta de que no era un ruidoreal, que su vecino ya no estaba porque le habían matado».

Opinión:

Hay víctimas de atentados terroristas que conocen un proyecto que inicié hace años y que, tras los atentados de agosto de 2017, he dejado aparcado. Se trata de un libro en el que se recogen muchas de las circunstancias y experiencias vividas desde el atentado en Hipercor de 1987. Ya inició la idea un buen amigo, Goyo Martinez, con su libro “Pido la palabra” y cuando Goyo murió hace unos años por un fulminante ataque de corazón, me plantearon que continuara con el proyecto que él había iniciado.

Por eso, recibir esta noticia a través de un buen amigo vasco conocedor de mi intención, es de agradecer. Y lo digo porque el libro que ha escrito Anton Arriola se inicia también desde los recuerdos de la situación padecida. Es decir, hablará sin duda alguna de hechos vividos, contrastados y documentados. Ello significa que hablará de verdades, de esas verdades que a algunos les podrá molestar pero que, aunque duras, son reales.

Decía que desde los atentados de agosto de 2017 en Catalunya no tengo tiempo de sentarme a escribir y retomar lo que ya tengo redactado a fecha de 2007. Asistir a más de 200 víctimas es una labor a “full time” y aún me queda explicar más de diez años con la duda de si terminar el libro con lo ocurrido en agosto de 2017 o seguir hasta los días de hoy, con el juicio por esos mismos atentados.

Lo que sí puedo confirmar es que todo cuanto aparezca en el libro será cierto, absolutamente contrastado. Y a quien no le guste, “ajo, agua y resina”. Escribir verdades vividas como ha hecho Anton Arriola puede molestar a alguien y eso siempre hace pensar al resto.

Y no como otros que escriben novelas sin haber vivido en el País Vasco desde 1985.

 

 

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