lunes, 25 de enero de 2021

25 enero 2021 La Razón (opinión)

25 enero 2021


Hortensia Gómez: Madre de un guardia asesinado en Madrid

TESTIMONIO «¿Qué humanidad tuvo con las familias?»

Eran las 7:20 del 9 de septiembre de 1986 cuando, al paso del autobús ocupado por veinticuatro guardias civiles que iban a relevar a los compañeros encargados del servicio de vigilancia de la Embajada soviética estalló un coche bomba en la plaza de República Argentina. Eugene Kenneth, directivo de una empresa multinacional estadounidense que practicaba footing en las inmediaciones murió a consecuencia del impacto de la metralla tras dos días de agonía. Resultaron heridos hasta 16 guardias civiles. Ese día Alberto Amancio, un guardia civil de 23 años se salvó. «Mamá, no nos ha pasado nada, estamos bien». Esa fue la primera llamada que recibió Hortensia Gó- mez. Alberto no sentía miedo. Desde muy pequeño soñaba con ser guardia civil, «de siempre». «Lo llevaba en la sangre» y al mismo tiempo estudiaba la carrera de Derecho. Alberto vio con preocupación lo que les había pasado a sus compañeros y sintió mucho la muerte del ciudadano americano, como si fuera un guardia más.

«Le dije que dejara la Guardia Civil, que esta vez no le había pasado nada, pero que la próxima le iba a pasar», fue el consejo de su madre, quien se había quedado viuda muy joven y había tenido que sacar adelante «sola», subraya, a sus tres hijos. También esa fue la recomendación de una de sus tías que vivía en París. «Deja el Cuerpo, tú vas a ser el siguiente». Pero Alberto amaba demasiado la Guardia Civily les respondió tajante: «Si me tienen que matar, que me maten. Sé que a la próxima voy yo».

Su frase fue una fatal premonición y siete meses después, el Land Rover en el que viajaba junto a ocho compañeros más, voló por los aires el 25 de abril de 1986. El etarra palentino Antonio Troitiño detonó a distancia los artefactos que el «comando Madrid» había dejado en un coche-bomba: tres ollas a presión con doce kilos de goma 2, otros doce de amonal y cuarenta y ocho más de metralla, la mayor parte tornillos.

Con la nueva política de acercamiento y benefi cios penitenciarios para los etarras, Hortensia no puede casi ni encender el televisor. «Me pongo mala». Primero fueron los acercamientos, ahora la excarcelación. La Audiencia Nacional ha concedido el tercer grado a Troitiño por «razones humanitarias», lo que supone su Eran las 7:20 del 9 de septiembre de 1986 cuando, al paso del autobús ocupado por veinticuatro guardias civiles que iban a relevar a los compañeros encargados del servicio de vigilancia de la Embajada soviética estalló un coche bomba en la plaza de República Argentina. Eugene Kenneth, directivo de una empresa multinacional estadounidense que practicaba footing en las inmediaciones murió a consecuencia del impacto de la metralla tras dos días de agonía. Resultaron heridos hasta 16 guardias civiles. Ese día Alberto Amancio, un guardia civil de 23 años se salvó. «Mamá, no nos ha pasado nada, estamos bien». Esa fue la primera llamada que recibió Hortensia Gó- mez. Alberto no sentía miedo. Desde muy pequeño soñaba con ser guardia civil, «de siempre». «Lo llevaba en la sangre» y al mismo tiempo estudiaba la carrera de Derecho. Alberto vio con preocupación lo que les había pasado a sus compañeros y sintió mucho la muerte del ciudadano americano, como si fuera un guardia más. excarcelación. Esto indiga a la madre del guardia civil asesinado y más familias que prefi eren no hablar públicamente. «¡Sacan al asesino de mi hijo de la cárcel!», exclamó Gómez cuando se enteró de la noticia y se puso en contacto con la madre de otro de los guardias que también fue asesinado aquel día. «Estamos indignadas. Que no le saquen. Por matar a mi hijo ha pagado solo 9 meses de cárcel», lamenta.

 

Cuando escucha lo de «razones humanitarias» se pregunta: «¿Qué humanidad tuvo él con los padres de esos guardias civiles? ¿Y al apretar el botón?» «Nunca sufrí más en la vida». Han pasado 34 años de aquello, pero «a una madre no se le olvida. Enfermé por su culpa», la de Troitiño, y el resto del «comando Madrid». Y es que, al igual que les ha ocurrido a muchas víctimas del terrorismo, el sufrimiento terminó derivando en varias enfermedades, incluido el cáncer. «He llorado mucho. Cada vez que pasaba por donde lo habían matado algo se me rompía por dentro», recuerda Hortensia, quien dejó Madrid para poder sobrellevar el dolor.

Opinión:

Es evidente que el dolor nunca puede medirse y que la muerte de un hijo en atentado terrorista es un dolor añadido por el sinsentido del origen de esas muertes.

Pero me gustaría aclarar un concepto del que, por lo visto, no están informando a muchas víctimas del terrorismo. Información que sí ofrecimos a cientos de víctimas y a miles de ciudadanos anónimos en la campaña POR EL CUMPLIMIENTO INTEGRO DE LAS CONDENAS IMPUESTAS A LOS TERRORISTAS en 1995.

En aquella campaña, la antigua Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT) explicó por activa y por pasiva que el hecho de los terroristas pudieran salir en libertad se debía a varios motivos:

Uno: el año de comisión del atentado.

Dos: el Código Penal vigente en el momento de la comisión del atentado.

Tres: que toda condena que sobrepasara los 30 años de duración quedaba reducida, por buena conducta, a 23 años.

Cuatro: que los atentados cometidos desde 1960 hasta 1995 estaban juzgados con el Código Penal franquista de 1973.

Cinco: que ese Código Penal franquista de 1973 permitía la reducción de condena por buen comportamiento de los 30 años máximos de reclusión para poder salir a los 23.

Todo ello dejaba clara una cuestión, totalmente legal: que a un delincuente (terroristas incluidos) que cometiera más de un asesinato... la segunda víctima le salía gratis (perdón por la expresión) en cuanto a cumplimiento de condena en prisión. Sí, muy duro, muy cruel, pero absolutamente legal... y más en un país donde no existía la pena de muerte. De haber existido la pena de muerte ¿matarían al delincuente una vez por cada víctima cometida?

Por ello, es cierto que hay asesinos que proporcionalmente cumplen un año (o menos) por cada uno de los asesinatos pero también es cierto que quien asesina a una sola víctima cumple exactamente los mismos años que el que asesina a cinco, diez, quince o veinte.

O a 191 como en los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Es muy duro pero es la ley. Y las leyes las hacen los políticos en el Parlemento español  y son los jueces los responsables de hacer que se cumplan.  

Desde 1995 esa cantidad de 30 años con rebaja a 23 terminó y se cumplieron 30 de los 30 máximos conforme a la legislación. Y desde 2004 son 40.

Lo que es una lástima es que todavía haya quien no quiere dar una simple información jurídica a sus lectores. Y de eso, evidentemente, la víctima no tiene la culpa.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario