lunes, 14 de noviembre de 2022

13 noviembre 2022 (4) El Periódico de Catalunya

 

13 noviembre 2022 


 

Terrorismo de los GAL: del desprestigio de la democracia a la desmemoria de las víctimas

La mancha histórica de la guerra sucia aflora de nuevo entre los socialistas mientras la reparación para las víctimas se retrasa 40 años

Quizá uno de los momentos más desconcertantes de los que vivió el asesinado Ernest Lluch en sus muchos viajes a Euskadi en los 80 y 90 fuera el de una tarde de charla en una casa del pueblo de la margen izquierda del Nervión. Por entonces ETA enviaba sin cesar personas al cementerio, y hacía poco que los GAL habían dejado un reguero de asesinatos en territorio francés sin grandes condenas, incluso algún sordo aplauso, a este lado de los Pirineos. El exministro de Sanidad llevaba un rato en aquel local socialista hablando de diálogo y pacificación, de resistir la tentación de responder con violencia, cuando uno de los presentes, afiliado de base sin pretensiones, levantó una mano de currante para preguntar: “Entonces, Ernest, ¿tú lo que dices es que hablemos con los que nos matan?”Tres decenios largos después, en Portugalete, en la misma orilla izquierda del Nervión -hoy menos obrera-, el delegado del Gobierno en Euskadi, Denis Itxaso, se ha visto en la necesidad de enfatizar una obvia condena de los GAL. La banda parapolicial que mató a 27 personas entre 1983 y 1987, buscando a etarras y mordiendo también a gente ajena a ETA, “fue un gran horror que generó un gran dolor, que es el nuestro, y restó crédito y legitimidad al Estado”.

Lo dijo Itxaso el miércoles, en un acto del ayuntamiento por el Día de la Memoria en Euskadi, en otro intento socialista de poner distancia con unas declaraciones de José Barrionuevo el pasado domingo a El País. Quien fuera ministro del Interior del primer gobierno González se ha reconocido autor de la orden para que tres policías españoles atraparan en Hendaya al etarra Jose María Larretxea. Fue en octubre de 1983, en plena tensión por el secuestro –que acabó en asesinato- del capitán de Farmacia Alberto Martín Barrios, y en la misma semana que José Antonio Lasa y Joxi Zabala eran secuestrados también en Francia por guardias civiles que los terminarían llevando a una fosa de cal viva.

La mancha

Ha hablado Barrionuevo cuando aún resonaban los fastos del PSOE por el 40 aniversario de la histórica victoria electoral de 1982, la primera experiencia socialdemócrata de España. Felipe González “recordando y conmemorando” entre aplausos en un mitin… y la mancha de los GAL reapareciendo tozuda en el traje de fiesta del partido.

Barrionuevo –como Alfonso Guerra y algún otro histórico- no había sido invitado a la gala del PSOE. El lunes, el secretario general de los socialistas vascos, Eneko Andueza -como el colectivo de víctimas del terrorismo COVITE, y numerosos políticos- hacía una condena tajante de “las repugnantes declaraciones de José Barrionuevo”. Eso, en redes sociales; en la intimidad de los chats de afiliados, envió una nota aún más dura, augurando alguna acción judicial contra el exministro.

Se trata de atajar eso que el historiador del Memorial de las Víctimas del Terrorismo Raúl López Romo llama “justificación retrospectiva militante”, la de aquella violencia ilegal del Estado, con raíces anteriores a aquel gobierno socialista (los atentados del Batallón Vasco Español en tiempos de la UCD, por ejemplo) y que se prolongó hasta 1987.

En una justificación retrospectiva, además de Barrionuevo se colocan otros socialistas de la hornada del 82. “Le digo una cosa –comenta a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, desde su casa de jubilado en Madrid el exministro del Interior José Luis Corcuera, hoy fuera del PSOE-: quienes dimos cuenta al gobierno británico de que un comando del IRA cruzaba España hacia Gibraltar fuimos los servicios de Interior. ¿Se acuerda?” Agentes británicos de Inteligencia esperaron a los tres terroristas y los acribillaron en la Main Street del peñón el 6 de marzo de 1988. “Y la primera ministra –alude Corcuera a Margaret Thatcher- dijo en el Parlamento: ‘Yo disparé’. ¿Usted recuerda que se montara algún escándalo en el Reino Unido?”.

Las arcadas

Maider, la hija de Juan Carlos García Goena, última víctima de los GAL, ha dicho que la nueva confesión de Barrionuevo le revolvió el estómago. La confesión es nueva pero vieja. En sede parlamentaria, cuando Francia detuvo a los geos que había enviado para atrapar a Larretxea, asumió la responsabilidad del “incidente”. Y en sus memorias ‘2001 días en Interior’ (Ediciones B) lo tildó de “actuación llevada a cabo a la desesperada, con la mejor intención, pero no muy buena preparación, fundada en móviles humanitarios”.

La razón de Estado, o “humanitaria” por encima de la ley asquea también a Pilar, la hermana de Joxi Zabala. Retirada de su liderazgo sobre Elkarrekin, el Podemos vasco, detiene un momento los cuidados que dedica a su madre anciana para comentarle a este diario el “muy grave modelo de impunidad español”.

Es una formulación de los abogados del Equipo Nízkor para describir el trato, indultos incluidos, a aquella trama de políticos y altos cargos de Interior como Rafael Vera y policías como José Amedo. La perpetuación de un aparato policial franquista tras el franquismo. Muerto Franco, ese aparato “se rebasó creando los GAL -dice Zabala-. Aquí el Estado no acepta que lo que ocurrió fue terrorismo de Estado, aunque califica así lo que pasó en Chile y Argentina”. Pilar Zabala impulsa la web 'pidosaberlaverdadsobrelosgal' porque desconoce aún mucho del asesinato de su hermano y porque en una última sentencia, formulada contra una apelación del general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, el Supremo establece “igual grado de responsabilidad penal” a la “decisión, coordinación y ejecución” de los crímenes. “No se ha cumplido con ese principio”, lamenta Zabala.

“Berdin da”

En Zalla, su pequeño pueblo del alfoz de Bilbao, el único concejal socialista, Josu Montalbán, lleva decenios viendo copar el poder municipal al hegemónico PNV. En las próximas elecciones municipales otra vez unos 800 votos (viven allí 8.379 vecinos) irán al PSE-PSOE. Pero Montalbán no sabe de quiénes son. Afiliados, el partido solo tiene en esa localidad 37, todos de un grupo de familias. Los demás son votantes anónimos. Se ve aún hoy en Euskadi la vieja holgura que tantos años de miedo ha dejado entre los huesos. Sigue siendo poco normal que alguien se declare abiertamente socialista -o popular- en los pueblos. Pero no es solo el temor. Montalbán cree que es también efecto remoto de los GAL, de tantos años de pintadas “PSOE, GAL, berdin da” (son lo mismo). El desprestigio; la mancha. “Los GAL proporcionaron coartadas a ETA. Y sirvió a todo el nacionalismo para tratar de arrinconar al PSE”, cree Montalbán. El concejal de Zalla es todo menos un novato. Se curtió en el Congreso, y antes en la Diputación de Vizcaya, donde empezó de colaborador en Acción Social con Ana Áriz, la esposa del colérico secretario general vizcaíno Ricardo Garcia Damborenea, expulsado del PSOE tras su condena por colaborar en el secuestro de Segundo Marey. Montalbán no estaba en ese mundo. Por entonces andaba viéndose “con otros pocos perros verdes” en un embrión vasco no nacido de la corriente Izquierda Socialista. Hoy tira de sinceridad al recordar: “Vivíamos en un infierno. No apoyo ninguna ilegalidad, pero entonces, por muy demócrata y buena persona que fueras, si algún etarra sufría un percance te importaba más bien poco”.

Montalbán, hijo de gudari del PNV combatiente en la Guerra Civil y encarcelado por el franquismo, con los apellidos Goikoetxea, Gaztatxu, Basterretxea y otros más de ocho desfilando tras su nombre, pasó siete de los años de plomo escoltado desde que la Policía le mostró unos papeles incautados a ETA: “Ahí ponía mi nombre, cuándo y por dónde iba a entrenar para jugar al fútbol…” A los socialistas vascos de pueblo en aquella época oscura les irritaba que otros compañeros vinieran de fuera, lejos de las balas y las bombas lapa, a decirles qué cara poner. “Sin aceptarlo, porque no lo aceptaba, tenías que entender que alguien fuera capaz de pensar en el ojo por ojo…” A Montalbán no le gustan las palabras de Barrionuevo, pero tampoco “la crítica despiadada” al exministro. “Me parece bien que se diga que aquello era una aberración, pero no me gusta que hoy se vaya de la mano con HB”.

Una voz temblorosa

Fernando Grande-Marlaska ha salido esta semana al paso de la confesión de Barrionuevo recordándole a su antecesor que “lo del GAL fueron actuaciones terroristas”. Y sale a su vez al paso Corcuera: “Marlaska tiene suerte; no tiene un asesinato cada dos días como han tenido otros ministros del Interior. Por eso, a lo mejor, dice esas cosas”. “Mire, no quiero acusar a nadie de hipocresía”, se retiene Corcuera, y hace otro relato de los 80, con más de 200 muertos acumulados en la cuenta de ETA: “Un ministro francés me dijo entonces: ‘Si en Francia lleváramos más de 200 gendarmes asesinados, yo lo tendría muy difícil para controlar la situación”. Tuvo difícil controlar su voz la francesa Veronique Caplanne el pasado día 9, en Portugalete, cuando le tocó subir al atril. Su garganta tembló en el momento de hablar. “Por primera vez me he sentido escuchada”, dijo al acabar, 37 años después de que mataran a su padre.

A Robert Caplanne le pegaron cuatro tiros en una calle de Biarritz a las ocho de la mañana del día de Nochebuena de 1985, cuando se dirigía al trabajo. Era un hombre modesto que había servido en la marina francesa, gaullista e intrahistórico como tantos trabajadores. Veronique se detuvo un momento, se colocó las gafas: “Fue el GAL quien cometió ese ataque. Se equivocaron… Los GAL, la policía… ¿Cómo es posible? Los que tenían que defendernos… ¡Es un cataclismo!”. Ninguna encuesta está disponible hoy para describir hasta qué punto los jóvenes desconocen qué fue el GAL, sobre el que se trenzan dos desmemorias. La primera es la que han sufrido sus víctimas hasta que el Estado comenzó, tímidamente, a aceptar su dolor. La segunda es la de la erosión que sufrió una democracia joven sometida al desprestigio, contra el que se empeñaban voces como la de Ernest Lluch, y también advertencias como la que un activista anónimo de Gesto por la Paz -los primeros que se atrevieron a salir a la calle a protestar en silencio contra la violencia- acuñó en una pancarta exhibida en el Arenal de Bilbao: “Si la democracia mata, la democracia muere”.

 

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