martes, 1 de junio de 2021

30 mayo 2021 (3) El Correo

30 mayo 2021 


 

Tres años del fin de ETA

El legado de la banda terrorista en el ámbito económico es destrucción de gran parte del tejido empresarial vasco y muchas menos oportunidades de empleo

Luis Ramón Arrieta Durana

En un artículo en este mismo periódico, el historiador Gaizka Fernández Soldevilla nos recordaba el gran daño humano, el dolor causado y el triste legado «envenenado» que nos deja el terrorismo y que tendremos que afrontar. Me gustaría tratar de aportar a esa certera reflexión otro duro legado que nos ha dejado y que lamentablemente está afectando de forma importante al presente y futuro económico del país, en especial al de nuestros jóvenes, que hoy tienen menos oportunidades de empleo, sobre todo de calidad.

Para entender la dimensión del daño causado en el ámbito económico por el terrorismo, hay que recordar un informe reciente de la Cámara de Comercio de España y el Colegio de Economistas sobre la evolución económica de las comunidades autónomas de 1975 a 2019. En él, Euskadi aparece como la economía con menor crecimiento de todo el Estado, con una pérdida de PIB relativo del 24%. Hay que recordar que en casi todo ese período de tiempo hemos contado con el Concierto Económico, por lo que no es aventurado pensar que sin él la caída habría sido aún bastante mayor.

Se ha escrito bastante sobre el impacto terrorista contra el mundo de la empresa. Para el lector que desee conocer más sobre el asunto, recuerdo los libros ‘Misivas del terror’ (2017), ‘La bolsa y la vida’ (2018) y ‘Los empresarios y ETA’ (2020). En este último, el lehendakari nos recordaba, en su introducción, que «durante décadas ETA asesinó, hirió, amenazó, extorsionó, secuestró, acosó…».

En esas publicaciones se facilitan muchas evidencias sobre ese triste capítulo de nuestra historia reciente y el importante daño económico causado por el terrorismo. Así, por ejemplo, el coste directo se cifra en más de 25.000 millones de euros; se calcula que entre 10.000 y 15.000 empresarios y directivos fueron extorsionados, y se estima que hasta 40.000 personas se vieron obligadas a trasladar su residencia fuera del País Vasco. Los informes también indican que las empresas vascas sufrieron en las décadas más duras un ataque cada tres días y que tres de cada cuatro empresarios padecieron algún tipo de acoso. Se relata también cómo el objetivo de la banda terrorista –explicitado en su boletín interno ‘Zutabe’– era también alejar a los inversores extranjeros, lo que se tradujo en pérdidas de inversiones muy importantes para Euskadi.

En cuanto a algunos datos macroeconómicos, los estudios citados nos confirman la fuerte caída de la inversión extranjera en esas décadas –supuso sólo el 2,7% del total del Estado, frente a su potencial, que es superior al 6%–, la pérdida de la oportunidad de la entrada en la UE y el desplome del ‘stock’ de capital relativo –valor de las inversiones acumuladas de una economía– con una caída del 50% desde los años 60.

Adicionalmente, durante las décadas de terror, además de perder esas inversiones, centenares de empresas –miles si incluimos microempresas y autónomos– fueron deslocalizando sus estructuras e inversiones de Euskadi. En este sentido hay que agradecer su esfuerzo, hoy más que nunca, a todos aquellos que soportaron la terrible situación vivida y continuaron con su actividad empresarial aquí, y recordar sobre todo a los que, por hacerlo, pagaron con su vida.

Las publicaciones antes citadas incluyen una larga relación de empresas, que a lo largo de todos esos años fueron saliendo del país, o moviendo parte de sus actividades hacia otras latitudes. Así, por ejemplo, el Banco de Vizcaya, que a raíz de una bomba que mató a dos personas en su central de Bilbao llevó gran parte de sus servicios centrales a Madrid. O el caso de la multinacional Michelin que, tras dos secuestros y un asesinato, trasladó sus oficinas centrales de Lasarte a Valladolid. Otras deslocalizaciones fueron menos conocidas, como por ejemplo las sufridas en los años 80 por muchas empresas de la comarca de Gernika pertenecientes a los sectores de máquina herramienta y cubertería.

El ‘legado económico’ de la acción terrorista sufrida durante más de cincuenta años es muy duro. Ha supuesto, además de una gran pérdida de vidas y daños personales, la desaparición de una parte significativa de nuestro tejido empresarial y lo que es, si cabe, más grave, la pérdida de varias generaciones de empresarios que serán muy difíciles de reemplazar en el corto plazo. La consecuencia directa de todo ello es una menor oferta de puestos de trabajo, sobre todo de calidad, para nuestros jóvenes, y por lo tanto menores opciones de futuro. Hoy a diferencia de lo que ocurría en los años 60, Euskadi es forzado ‘exportador’ de talento.

No obstante, creo que ahora tenemos una oportunidad única. Contamos con un escenario de paz en el que deberíamos trabajar todos de forma conjunta, y además, un marco competencial único, que nos permitiría hacer de Euskadi un polo de atracción de inversión como ya lo han hecho en otros países. De esa forma, podríamos recuperar lo perdido y, además, dar un nuevo impulso colectivo de cara a ese deseable futuro del país. ¿Lo intentamos?

 

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