jueves, 23 de febrero de 2023

22 febrero 2023 El Periódico de Catalunya

22 febrero 2023 


 

Barcelona recuerda el atentado del 'caso Scala' como "un crimen de Estado"

Los familiares de los cuatro fallecidos en el incendio provocado hace 45 años asisten a la colocación de un atril en recuerdo de los hechos ocurridos

Ha colocado el Ayuntamiento de Barcelona un atril en la esquina de la calle de Consell de Cent y el paseo de Sant Joan para recordar que el 15 de enero de 1978 allí murieron cuatro trabajadores en un atentado, Bernabé Bravo, Ramón Egea, Juan Manuel López y David Montoro. Murieron en lo que judicialmente se conoció como el ‘caso Scala’. Al término de una protesta anarquista contras los Pactos de la Moncloa, en unos hechos que después se demostraría que no eran tan meridianamente claros, un grupo de manifestantes lanzó cócteles molotov contra la facha de la sala de fiestas Scala Barcelona. Era mediodía y estaba cerrada, pero dentro había empleados. El texto del atril, en lo que tal vez sea un caso sin precedentes, subraya que aquello fue “un crimen de Estado”.

Se ha descubierto la placa en presencia de varios huérfanos de aquellas víctimas, a las que los concejales Jordi Rabassa y Marc Serra han pedido disculpas porque han pasado 45 años desde aquel suceso, media vida, demasiado tiempo, y más se tiene en cuenta que aquello se consideró durante años un accidente laboral. Así fue hasta que varias investigaciones periodísticas pusieron el foco sobre el hecho de que comandó aquel ataque un confidente policial, Joaquín Gambín, que se había infiltrado en la CNT en un momento en que al poder político le inquietaba el respaldo que estaba cosechando en algunas zonas de España, como Barcelona, el movimiento libertario.

Aquel atentado incendió la Scala (hay incluso sospechas de que los cócteles molotov no son suficiente explicación para el tamaño que alcanzaron las llamas) y también dinamitó el respaldo al movimiento anarquista. Es por eso, por esa suma de medias verdades y el hecho de que la ley de secretos oficiales impide conocer más detalles, que personas como Diego Montoro, hijo de unos de los fallecidos, de idéntico nombre, que tenía cinco años cuando perdió a su padre, creció en mitad de una bruma de recuerdos.

Los huérfanos

“No le quito responsabilidad a quienes lanzaron los cócteles molotov”, explica, pero reconoce que en su caso fue muy extraño que tuvieran que pasar varios años para conocer la verdadera dimensión de lo ocurrido. Un día recibió una carta y una llamada de Robert Manrique, todo un referente para las víctimas del terrorismo (él lo fue en Hipercor), en la que le comunicó que su padre era una más de esas víctimas.

Cuando ardió la Scala vivía en Santa Coloma de Gramenet, pero se ha criado en Galicia. Allí, cuando cuenta que su padre murió en un atentado, lo primero que le preguntan es si era Guardia Civil. Hasta ese punto se ha simplificado en España, entiende, algo tan complejo como el terrorismo, como si toda víctima lo pueda ser solo de ETA y, de forma más reciente, del islamismo radical.

 

                                                                        Antonio Egea

    

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